2 dic 2020

Historia interrumpida

                Cuando llegó de la calle, traía toda la tensión de este mundo loco, de esta selva sin lianas ni Tarzanes que es la ciudad, en donde también sobreviven los más aptos, los más fuertes. Selva en donde se mueve con aplomo porque aprendió las leyes del juego.
               En donde sabe abrirse paso metiendo miedo con rugidos, prepeando a codazos y empujones y mantenerse a zarpazos, mordiscos y desplantes.
               Volvía como un guerrero en busca de su reposo.
               Volvía como un expedicionario del desierto. ¿A un oasis?. ¿O a otra guerra?.
               Volvía de un lugar en donde no hay espacio para la ternura. Como la que percibió cuando giró la llave, abrió la puerta y vio a quien esperaba.
               Esperaba con tranquilidad. Con certeza de que  llegaría.
               Le irritó un poco esa seguridad. Entonces, para dejar bien sentado a qué venía, se acercó como el Humprey Bogart de “Casablanca”, o como el chanta de Alberto de Mendoza en “El Rafa”, y con mirada desafiante y sin decirle nada, empezó a desabotonar su camisa. .
               Fue algo abruptamente que llegaron a la habitación. Atrás quedaban las copas sin siquiera servir. La lámpara estaba encendida y el ambiente cálido contrastaba con el frío y la oscuridad de afuera.  Su brusquedad no encontró resistencia. O tal vez, precisamente por ella, la pasión creció.
               Y cuando provocó el  estremecimiento en esa otra piel, se preguntó si sería por la fuerza arrolladora del deseo, alternativa vagamente gratificadora para su ego, o porque , como siempre, tenía las manos malditamente frías, alternativa más realista, aunque menos romántica.
               Luego el encuentro. Que hubiera querido describir, sin saber cómo,  porque la poesía no es su fuerte. Su fuerte es la lucha. Y aunque en el amor haya también lucha, hay esencialmente otra cosa. Otra cosa evasiva y misteriosa..
               Otra cosa que había encontrado límpida surgiendo de poemas que alguien encuadraría como literatura erótica. Tal vez sea necesaria una sensibilidad especial para poner en palabras los gestos del amor y que quede algo digno. Algo que se lee en  algunas páginas de Dante, Petrarca o Safo y que se aleje de las crónicas dulzonas tipo Alberto Migré tanto como de los pasquines pornográficos de Flash.
               Ya estaba. Tal vez apresuró las cosas, porque no podía esperar más. La habitación silenciosa. Las respiraciones agitadas, las caricias demoradas, gemidos. Un ritmo lento y profundo. Envolvente, total. Su impaciencia que era ya casi desesperación, y cuando...casi...
               Chiquichiquichic...Los pasitos en la escalera pusieron una nota extraña en el silencio lleno de murmullos de la habitación. Dos de la madrugada. Y el niño que entra soñoliento y dice lo más campante: -¡Ah!, llegaste mami...correte. – Y se instala en medio de la cama.
               El pequeño retoño de ombú. El fruto preclaro de sus ovarios. La culminación encarnada de su triunfante erotismo.
               Pero...se dijo algo amoscada: “¿será posible que no pueda, pese a las autorizaciones civil y eclesiástica, terminar de hacer el amor con mi marido?”.
               1985

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