26 dic 2020

Al sur del Sur

 Dedico este texto a mis compañeros de viaje, especialmente a los que me regalaron sus historias
Éramos  34.  Muchos del grupo  habían compartido otros viajes.  A  Brasil, a Ecuador…. Había parejas,  una madre con su hijo, dos hermanas,  amigas entrenadas en la convivencia  y quienes por primera vez nos sumábamos. Yo llegaba invitada por mis amigos Marta y Pepe. Todos nosotros, dispuestos a compartir el viaje. Con la tutela de Nora que cuidó de nosotros con paciencia maternal. Pero ojo, de madre piola digo.
En el vuelo del sábado 26, me acompañé con Alicia. En la habitación, al llegar, con Rita. Y como nos contamos nuestras vidas, ya tenía dos anclas para la aventura.
Calafate nos recibió amable, como un pueblito con algo de alpino en sus construcciones de madera, con los  gnomos  en la galería de la cascada. Junto a esos gnomos es que brillaron los flashes para llevarnos la magia.
La primera cena fue en Isabel, frente al hotel Kosten Aike. Y allí empezamos a conocernos.
El domingo 27 visitamos el Parque nacional..  Caminamos las pasarelas frente al glacial Perito Moreno, subiendo y bajando hasta morir, y tuvimos diferentes perspectivas de la masa de hielo en movimiento. Buscando el camino verde Lili y yo nos perdimos. No importa, todo era bello, majestuoso, imponente.
En el almuerzo con Lili, hablábamos de la genialidad de los niños, viendo el despliegue de muchos que corrían en el gran salón, jugaban, charlaban. Y ella me contó una historia, acerca de esa sagacidad que naturalmente tienen, y que después, generalmente, se nos achicharra, cuando venimos, adultos, serios, aburridos. Como le pedí que me la regalara, aquí va: Había muerto el padre de su sobrina, y el hijo de Lili  la acompañaba. Ambos tendrían seis o siete años. Para consolar su llanto, él encontró un argumento incuestionable. Así le planteó: “¿Vos no decías que tu papá se fue al cielo? Bueno, entonces mirá, ¿Quién te dice que un día vamos en avión, y por ahí lo vemos?” La niña lo escuchó, se secó los ojos, y la vida (y el duelo) siguió su rumbo. ¿Qué adulto hubiera encontrado mejores palabras que esas?
El lunes 28 fue el turno de los glaciares. Tere y Adriana estuvieron con nosotras. Todos ellos nos llevaban a cubierta para ver los témpanos y expresar nuestra admiración por tanta y tanta maravilla. Upsala, Spegazzini y Perito Moreno. En el retorno pasamos por el Glaciarium. En su versión culta como Museo, y en su faz frívola como bar en el que todo, barra, asientos y vasos eran de hielo, y en donde podíamos pedir el trago que quisiéramos. Yo me quedé en la versión frívola.
Durante el desayuno le pedí a otra de las compañeras, cuya experiencia me había conmovido,  que me permitiera contar su relato de madre insomne en el cuidado de sus niñitos. Y que, sagazmente,  había encontrado una solución al problema. El caso es que habían nacido mellizos y ella llevaba tres noches sin dormir, cuando en el colmo del agotamiento, cargó a los bebés, los llevó a la cama matrimonial, donde su esposo dormía y le dijo: “Esta noche cuidalos  vos”. Algo se detonó en ese hombre,  que a la mañana siguiente debía estar despierto para trabajar. Algo se puso en marcha para que contratara a una enfermera que los asistiera de noche. ¿Pudo tomar la dimensión de lo que implicaba no dormir  para su esposa, que  también tenía que ir a trabajar. ¿Se pudo cuestionar esa dedicación que se daba por natural? ¿Llegó a  darse cuenta de la magnitud de la tarea? ¿Decidió escuchar y resonar al pedido de ayuda porque comprendió cabalmente el esfuerzo que implica la multiplicación de roles?
Creo que la de ella fue una decisión impecable, y que él pudo tener una experiencia de reflexión y aprendizaje valiosísima. A mí me hizo pensar en la sabiduría de esa mujer.
El 29 nos llevó a Ushuaia. Hicimos el recorrido por el canal de Beagle con Rita. Nos sentamos con Analí y Rubén. Allí conocimos  la Isla de los Pájaros (cormoranes  gentiles), la de los Lobos,  donde ellos retozaban para la platea, y la del Faro.
A la vuelta, un reconocimiento a la calle San Martín y sus subidas y bajadas que nos ponían a prueba.
Los restaurantes del Puerto ofrecían centollas y vinos a precios de magnates.
El 30 teníamos nuestra visita al Parque Nacional. En el traslado en el Trencito del Fin del Mundo, nos fueron relatando la historia del presidio y  de su construcción, por los internos de la cárcel. Cuando el relato se cerraba describió la ferocidad de los guardias y la condición del lugar como verdadera “Ergástula”. No conocíamos la palabra. Pero Google provee. Es el nombre que daban en la Roma imperial a las cárceles de esclavos. Descripción precisa y fiel.
Continuamos nuestra visita a una castorera donde se nos relató la intención económica del proyecto y su fracaso. ¿Sutil venganza de la naturaleza a la arrogancia de quienes la pensaron? Llegamos hasta la Bahía Lapataia, el punto más austral que nos hizo sentir casi heroicos. (¿)
Ese día también pudimos tomar el city tour que nos llevó a los puntos panorámicos desde donde apreciar el  espejo de agua de la bahía y las casitas de colores, como de cuento, como de lámina de Billiken, que se desplegaban abajo.
El 1 de mayo teníamos el paseo a los lagos. Y al principio nos condujo al “Camino de los santitos”. El fervor sencillo había levantado altarcitos  a distintos Santos. Eran casitas pequeñas a la vera de la ruta. Estaban  San José, la Virgen del Valle, en su casita de piedras, San Roque custodiado por su perro,  la Inmaculada en su manto azul. Tampoco faltaban las cintas rojas del gauchito Gil,  y  la gruta de la Difunta Correa con las ofrendas de los promesantes.
Subimos a un mirador, donde un hombre (¿boliviano?) ofrecía artesanías, espectáculo casi surrealista, de un norteño en el extremo Sur .
Y cuando llegamos al primer lago, el Lago Escondido, tuvimos un licorcito de chocolate como premio. Luego seguimos hasta el Fagnano donde hicimos una caminata. Sirvió para completar esta visita, en la que pudimos ver los lagos  desplegados en toda su magnificencia.
 
Conocimos las características de los grupos que poblaron la zona, Yamanás y Onas, diezmados con la llegada de los europeos primero (prevalecieron sus intereses económicos) y de las fuerzas armadas después.
Visitamos los criaderos de los perros que en invierno participan de las carreras de trineos. Tomamos contacto con los turbales, y nos admiramos de su extensión.
La cena de despedida nos encontró más cercanos y planeando nuevos encuentros.
Antes de partir, Manuel me regaló una  historia. Él se dedica a la reparación en su provincia  de edificios educativos  y  de salud. Así surgió el tema de los hospitales psiquiátricos. Y de una experiencia en sus pagos, cuando él era niño, en que abrieron un hospital con pacientes traídos desde el Borda en trenes, para alojarlos allí. La imagen siniestra de los trenes me remitió a los de Auschwitz.  Porque también los pacientes quedaban internados y recluidos, en algo así como otro infierno. Con los años, un médico llegó con nuevas ideas. Y para ponerlas en marcha realizó un trabajo previo con la gente del lugar. Reunió a los alumnos de las escuelas a los que convocó para acercarse a los pacientes y relacionarse con ellos. Cuenta Manuel que fue todo un cambio,  dejaron de temer a los pacientes del hospital, los muchachos se reunían a jugar al futbol con los internos. Pudieron integrarlos desde otro lugar. Abrieron las puertas. Desaparecieron las rejas y la experiencia fue expresión de un nuevo modo de tomar el tema de la salud mental. Tema tan misterioso, tan elusivo, tan humano.
Llegó el ómnibus para llevarnos al aeropuerto y dejamos el hotel.
Finalmente partimos, con la promesa de volver a vernos.
Este espacio es un buen lugar para seguir conectados, después de la experiencia compartida de este viaje al sur del sur.
 
María del Carmen Marini, 6 de mayo de 2014

No hay comentarios:

Publicar un comentario