Escucho las noticias y me entero de que a pocas cuadras de casa, zona Oeste, Gutenberg al 500, una bandada de aguiluchos hostiles tiene a mal traer a la gente del barrio. Parece que se lanzan sobre los vecinos que salen a tomar aire a balcones y terrazas. El caso es que los aguiluchos, por más que sean recién venidos a la zona, deben sentir invadido su territorio aéreo, y lo defienden a picotazos. (Como vi hacer a un tero hace tiempo). En el noticioso los botonea una doña compungida, y cuenta que no se anima a tender la ropa más que en el patio. Hasta allí no bajan, dice mirando a la cámara…Y un señor muy serio, se queja con solemnidad y acusa: Son agresivos, graznan y se tiran en picada. Éste ya es un problema que exige solución.
Yo pienso: Animalitos de Dios, todos merecemos un lugarcito en el mundo. Espero que se resuelva sin daño para los bichos. Yo no me quejaría de las calandrias del patio.
Porque en el fondo de casa hay calandrias, que también son muy decididas. Con vuelo rasante espantan a la gata, que así encuentra la excusa perfecta para refugiarse en nuestra cama. Hasta se le fueron al humo a David, a pesar de que es grandote tipo ropero y con vozarrón estentóreo. Sucedió cuando él intentaba llegar al galpón que está al final del terreno, y le hicieron notar, que a ellas no les gustan los extraños. Las calandrias, que al principio se asomaban tímidamente, ya se hicieron dueñas de la situación, esto es, se apropiaron del comedero de la gata que está en el alfeizar de la ventana. Hacen cola respetuosamente posadas en la enredadera, como si estuvieran en la feria esperando su turno, y bajan de a una a llevarse los granitos del balanceado. Total que hay que llenar más seguido la tacita, por el pillaje de las avecitas y del gato overo (no sabemos de quién es) que también se invita solo.
Además que aparte de las calandrias, hay bichofeos, horneros y gorriones hacen su fiesta con la comida de la gata. Hay también un colibrí bellísimo, pero a él solo lo ví libando las flores del jazmín.
El tema es que como la gata se queda con hambre, muchas veces va al recipiente de comida de las perras y se surte allí. Las perras a su vez se paran a nuestro lado, cuando nos sentamos a la mesa, con expresión reprochante si no las convidamos. Nos miran en silencio. Y esperan. A veces nos apoyan la cabeza en la falda y así nos derriten los buenos propósitos y el corazón, y terminamos con lamparones de baba en los pantalones.
El de las perras es toda una cuestión, si pensamos que son dos dogas enormes, que parecen terneros. Lo grave no es que sean enormes, lo grave es que se creen caniches. (Como en La Era del Hielo, la mamut que se creía zarigüeya). Es más, me parece que se creen caniches toy, y anhelan que se les haga upa, como cuando eran bebés, a juzgar por el entusiasmo con que nos topan para que las alcemos. Y el descuido con que nos empujan, nos atropellan y nos pisan.
Además hay cuatro tortugas, que nos fueron trayendo amigos que las encontraban, no sabían qué hacer con ellas, y como total, nosotros tenemos ese patio… El tema es que ni ellos, ni nosotros sabíamos las orgías que despliegan. Sexo grupal sin disimulo y sin atenuantes. Gimen de tal modo, que me inquieto por lo que pensarán los vecinos. Si llegara a pasar cerca el Doctor Albino estaríamos en problemas. Mínimo, por complicidad al no denunciar conducta escandalosa.
En fin, entre las calandrias atrevidas, la gata desfachatada, las perras con confusión de identidad que siendo dogas, se creen caniches y las tortugas promiscuas, podemos decir, que nuestra vida no es aburrida.
Ahora, que se acercan las fiestas, recordé una historia de varios años atrás, cuando las perras se robaron el arbolito de Navidad y lo llevaron a su cucha para usarlo de felpudo. Esa también fue para no aburrirse. Por ahí se los cuento.
Diciembre 2015
21 dic 2020
Animalitos de Dios
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