17 dic 2020

Ayahuasca y chocruna

 En esta época de mi vida, época de balance, de cierre, me van pasando cosas que afectan, que atropellan al narcisismo.
Desde hacerme pis en el te Mascal, vomitar con la ayahuasca y caerme en la presentación de mi libro ante el auditorio ¿qué más queda?
En esta oportunidad guiaban la experiencia los dos psiquiatras, uno con remera con una leyenda: "Aliens stop" y el dibujito de un cabezón como los de "Encuentros cercanos". El otro con una inscripción "Lo que tenía Freud en la cabeza" con el consabido dibujo de la mujer desnuda. Ese llegó, tomó fotografías sin pedir permiso, trajo a su dulce niña para la experiencia, pero se la llevó antes de que pudiéramos compartir las resonancias de lo que habíamos vivido. Respecto a ellos me dije: "Bueh, está bien romper con formalismos de la Academia...Al fin ¿no estamos para acceder a nuevos territorios? Y eso bien puede hacerse  vestidos de un modo no convencional..." Los otros dos ayudantes: Adriana, solícita con sus ojos de increíbles pestañas y Diego, de mirada azul, y amorosa solicitud. Aunque por lo que yo iba a vivir, su imagen transitaría desde la de un chamán siempre cuidadoso a la de un Mengele que me acompañaría  en el recorrido por las tinieblas.
Porque la experiencia fue el recorrido por los infiernos, eso sí, en technicolor y con sonido Dolbi.
El brindis, donde todos dijimos algo de nuestro deseo antes de sumergirnos. Y yo pedí paz y fuerza.
La experiencia fue para mí el encuentro con el mal en estado puro, con el mal absoluto al estilo en que lo describía Hanna Arendt-
Thánatos desenfrenado y lozano en su imperio  arrasador.
Empezó con el juego de movimientos, luces y colores fosforescentes en una danza incesante.
La música que antes se registraba como un estímulo más, tomó sincronía con formas y colores desplegándose como en un caleidoscopio.
Pronto fueron antropomorfizándose hasta adquirir un sentido maligno, depredador, lacerante. Un tirabuzón brillante y metálico accionado por fuerzas que avanzaban desgarrando. La trama de luces y colores se hacía más densa. Y allí fue el encuentro con el odio, con la destructividad más mortífera arrasando con todo, con los demás y conmigo en un sino inevitable con mucho de fatalidad. Las máquinas letales me llevan a asociar con lo sentido en la niñez durante la cirugía de amígdalas con gas. Supuestamente debía ver una calesita girando. Lo que yo ví entonces fue la sierra del carnicero cortando-cortándome. Por eso lo traigo. ¿Qué hilo sutil enlaza aquella vivencia con ésta?
En esta experiencia lo que registré fue el odio aún a los amados.  El odio y la destructividad oceánicos, apocalípticos y sin retorno, con mucho de destino. El recorrido por los ancestros. La madre, la madre de la madre, la madre de la madre de la madre...La represión de los afectos negativos en todas nosotras y allí en un segundo y con atisbos de amor la necesidad de cortar en mí la cadena de dolor. No, los hijos no. A ellos les debe ser dada otra suerte. Aunque yo me hunda ellos tienen que tener otra posibilidad.
Los vómitos marcando cada intensidad
Y Diego preguntando: "¿cómo estás?" Y yo mintiendo: "en viaje".
Segunda dosis que vomité casi enseguida, pero en pleno recorrido. ¿Qué màs quedaba si ya había circulado por los avernos encontrando lo diabólico en mí?
Pero aún quedaba por remover más. El vínculo conmigo, con las distintas facetas de mí. En un momento se impuso la ficción de madre tal como era vista, la madre como absoluto, la madre generosa y sacrificada. Una ficción. Y también con odio, luché con las imágenes que la presentificaban.
Resonancias
Escuchaba a Alberto en su tránsito por los pañuelos de papel y supe que mi hijo había salido, pero no me conecté con ellos entonces.
Después, a la vuelta de un rato me senté junto a Alberto y nos tomamos la mano. Me dio un beso y yo a él. Sentí que más allá de lo que suceda hay un punto en el que seguiremos unidos.
Pablo me buscó y salimos a caminar.
El grupo estaba afuera y me acerqué, todavía incoordinada. Después caminamos y me preguntó còmo estaba y le dije que la experiencia había sido grave, profunda y dolorosa. Pero no quise decirle más entonces. No me atreví a nombrar el odio. Volvimos y  se fue disipando el efecto hasta que nos adormecimos.
A la mañana, en el desayuno los comentarios. Reconfortantes, en tanto no era a mí solamente que se me diera un encuentro con la oscuridad.
Ariel comentaba que había estado sumergido en la mezcla de lágrimas, mocos, baba y vómito. Pablo habló de su revolcón por intensidades desconocidas y no transitadas antes.
Carla  de lo que le costó ir atravesando su pánico. Hermanados por algo que aún no podíamos terminar de abarcar. Eduardo y Héctor estuvieron  en silencio.
Magalí ya no estaba. Y hubiera sido útil que compartiera ese momento.
 
Este encuentro me lleva a sentir que por graves que sean los asesinatos que he padecido como víctima (de ilusiones, de creencias, de esperanzas), mi capacidad de albergar el mal, los deja en el nivel de juegos de niños.
Que lo que rocé en mí y pude dimensionar, es de tal magnitud que me lleva a replantear todo la ética sobre estos datos.
También tiene esta experiencia algo de salida de la adolescencia, de salida de la inocencia.
Había tenido en otra experiencia (en el 2001) el contacto con la pena, con la tristeza más absoluta y fue demoledora.
Pero ésta  abrió el territorio de la amargura absoluta, adentro y afuera, en el cuerpo y en el alma como decía Pablo.
Entré a la experiencia buscando una respuesta que necesito para vivir y salí con una pregunta. Por eso tengo que volver a ese lugar a seguir la interrogación. Es el lugar de mi inconsciente donde proseguir el camino iniciado.
Como con aquel sueño de la infancia en el que tenía que volver a tratar de rescatar a la bruja y al monstruo para darles la oportunidad de salvarse de su condición, volver con terror pero sabiendo que no podía sustraerme. Creo que acá tampoco deberé sustraerme
Después de la intensidad, de las imágenes, de los afectos, de tanta hostilidad sepultada, de la destructividad que me constituye y de los vómitos incoercibles que se dispararon sentí algo significativo. Que anhelaba, como después de los partos (y valga la comparación de situaciones), una taza de tè.
Algo que me reconfortara, que me ayudara a reponerme después de tanta conmoción.
Vendrá el trabajo posterior para procesar tanto de lo que fue movilizado. ¿Vendrá?
Febrero 2004

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