Cuando ella salía de la sala del teatro pasó delante de mí. Tuve el impulso de detenerla y saludarla. Porque nos había unido una extraña, hermosa historia.
Hace años, quince tal vez, Ada Donato me había hablado de un encuentro en el Centro Cultural, convocado para que actores y actrices rosarinos leyesen a escritores y escritoras rosarinos. Con su habitual generosidad me conectó con los organizadores para que propusiera uno de mis cuentos.
Fue aceptado y Sara L. la actriz designada para leerlo,.
No la conocía, pero cuando la vi sobre el escenario, me impresionó su fuerza. La calidez con que leyó mi texto me convenció de que yo había sido afortunada. Porque las inflexiones de su voz dieron el tono exacto para transmitir el sentido de mi escrito.
Se llamaba “Homenaje irreverente en el día de la madre” y en èl describía los motivos y razones para homenajear a mi mamá, pero sin ninguna solemnidad y asumiendo un tono celebratorio y festivo, con sesgos de humor.
La gente escuchó atenta la lectura de Sara y al terminar aplaudió con entusiasmo.
Yo estaba apabullada. Sabía que le debía algo. Ella había hecho posible, había puesto los medios para que mis palabras tuvieran esa resonancia que me enorgullecía y me intimidaba.
En la sala estaba mi mamá, mi hermano, Ada Donato y otros amigos que se acercaron a acompañarme en la ocasión.
Antes de empezar, yo había llegado sola y me había ubicado al lado de una señora mayor, muy bella y discreta. Una señora de la que se podía decir que era una dama. Yo había notado que había seguido concentrada la lectura de todos los textos. Al término de la misma, cuando ya nos íbamos, se encontraron nuestras miradas. Entonces, y a partir de la emoción que me había suscitado todo le dije: -La madre de ese texto, el que leyó esa actriz del extremo del escenario, es mi mamá.
Ella sonrió y me contestó: -Esa actriz que leyó su escrito es mi hija.
¿Qué misterioso imán hizo que ella y yo estuviéramos sentadas una al lado de la otra en esa ocasión?
¿Qué afinidad recóndita se gestó es ese lapso en que era su hija quien leía algo sobre mi madre?
¿Qué fuerza sugestiva nos puso en contacto para que sin conocernos confluyéramos en ese espacio, codo a codo, en una sala inmensa en donde podríamos no habernos cruzado jamás?
Al cabo de varios años encontré a Sara y le conté que mi madre había muerto, pero que aquella lectura del Centro Cultural la había hecho muy feliz. Se había sentido muy orgullosa de mí.
Anoche, cuando saludé a Sara, dijo que su mamá había muerto también, muy anciana y hacía ya tiempo.
Pensé que tal vez ¿quién sabe?, en algún lugar, nuestras madres siguen los aconteceres de nuestras vidas y cruzan comentarios sobre lo que yo escribo, sobre lo que ella interpreta y que también, de algún modo, comparten algo: ellas se prolongan y potencian en nosotras, tal como nosotras lo hacemos en nuestras hijas.
María del Carmen Marini
21 dic 2020
Breve historia
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