25 dic 2020

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 1 – Alejandra Kohan ha suscitado con su texto, diferentes respuestas. Me refiero a la entrevista con el título : “Acostarse con un boludo no es violencia”. Como no leí aún el libro “Psicoanálisis, por una erótica contra natura” mis reflexiones se basan en lo planteado en dicho artículo.
Algunos de sus formulaciones me parecieron interesantes, innovadoras,  pero pude pensarlas sin sentir molestia, aunque la presentan como la feminista que “incomoda a las feministas”. Ella problematiza algunas cuestiones. ¿Por qué puede suscitar tanta reacción? Entiendo que  exige flexibilizar nuestra mirada y eso puede resultar enriquecedor. Sus planteos respecto a no esencializar, ni generalizar postulados respecto a lo femenino, lleva implícito lo valioso de abrirse a una singularidad insoslayable.
Sus críticas respecto a idea de empatizar,  entiendo que puede ser valorada por el rescate de un concepto como el de “Otredad” como poco subrayado, en tanto exigencia subjetiva. Me  intriga el poco espacio asignado en general a esa idea y sus consecuencias en nuestras reflexiones.
Me interesó profundamente el tema de la responsabilidad afectiva como “oximorón”, en tanto resulta superfluo eludir lo arbitrario, caprichoso e imprevisible de nuestros afectos. Exigir “garantías” en el tema de amores y desamores suena difícil. Aunque entiendo la diferencia respecto a admitir lo que sentimos, cuando lo sentimos, de la responsabilidad respecto a como procedemos al respecto.
Señalar la crisis en los juegos de seducción, es ir un paso más en el replanteo de las relaciones vinculares, y vale diferenciar dicha crisis, de las genuinas situaciones de violencia. La crítica al patriarcado está, a mi juicio, suficientemente subrayada. Me baso en su artículo y coincido en un punto: “El problema es transformar todo en un slogan indiscutible que no se puede pensar”. Esta frase hace a un discurso que deberemos seguir considerando, sin darlo por terminado, y con la intención de mejorar.
La respuesta de Debora Tajer, teórica feminista con larga trayectoria,  me sorprende. Conozco a Debora Tajer, que viajó con Irene Meler, desde el año 2000. Estuve a cargo de la presentación en Rosario,  y en el ámbito de la Universidad, de la compilación “Psicoanálisis y Género. Debates en el Foro”. Es un libro valioso que contiene artículos de ambas y de otras integrantes del Foro. Lo aclaro porque me interesa y respeto su producción. Pero entiendo que empieza su comentario respecto a Alejandra Kohan, con una descalificación innecesaria. Comienza aludiendo a que el fenómeno de establecer relaciones entre feminismo y psicoanálisis “me la seca”. La expresión no da para una respuesta que se intenta seria. Y continúa con una enumeración de autores y títulos que supone antecedentes respecto al tema.
Estoy de acuerdo con su planteo respecto al doble estándar ético de los varones, como un reclamo totalmente legítimo de responsabilidad subjetiva. No colocar a las mujeres en el campo del semejante es asignatura pendiente, y ella lo subraya porque sigue siendo necesario. Y también la deconstrucción del patriarcado que también nos constituye como tarea por delante.
Coincido con su propuesta de “Desarmar los modos deseantes de expectativas e ideales que responden a la desigualación.”
Este intercambio entre Alejandra y Debora me parece motivador para repensar cuestiones que nos atañen. El modo de dialogar como posibilitador o no de entendimiento. La tendencia a parapetarnos detrás de verdades sentidas como monolíticas es lo que me preocupa. Me remitió a otras dos situaciones que me pusieron a pensar en su momento respecto a los modos de intercambio y de debate que sostenemos entre mujeres. Y a las dificultades que se presentan.
 
2 - Me remitió a una experiencia vivida durante el Encuentro Feminista de Sal Bernardo, 1990, al que además de mujeres de Latinoamérica y el Caribe, llegaron feministas de Europa, y que implicó grandes aprendizajes. Para mis compañeras de Rosario y para mí, era una oportunidad única, un motivo de alegría y casi una fiesta. Nos íbamos a encontrar con mujeres de Latinoamérica y el Caribe y de todo el mundo, y compartir días de trabajo.
Durante una de las reuniones, sucedió que una `participante comenzó a hablar. Era una india peruana, ¿chola? vestida como tal, con el acento típico de la zona, y con una actitud  en principio recogida y contrita, que a medida que hablaba se fue desplegando en un tono entre resentido y desafiante. Su discurso fue largo y recriminatorio. Se refería a la circunstancia de estar allí, en ese Encuentro como algo que le había exigido mucho esfuerzo y sacrificio. Decía de la dificultad que le implicaba y como si esperase algo, que yo no entendía que era, pero como si su estar allí, era un recordatorio abrumador de todas las penurias de su existencia. Como si tuviéramos alguna obligación para con ella. Había algo tan acusatorio en lo que nos decía, que resultaba opresivo. La escuchábamos con atención, pero cada vez más inquietas. Por suerte una de las compañeras tomó la palabra. Y lo que dijo fue para mí portador de alivio.
Dijo: “No voy a disculparme por ser rubia, por ser médica, por haber tenido las posibilidades que me dejan estar hoy aquí. Al fin este es un espacio para crecer, en donde el intercambio hace que vayamos a enriquecernos recíprocamente”. Sentí que no se dejaba aplastar por las diferencias, por ser quien era, sino que más bien convocaba a  entender ese espacio, el del Encuentro, como una chance para todas. Al fin, a todas las que asistíamos nos significaba, y valía la pena.
Traigo esta anécdota buscando comprender como las diferencias a veces son escollos casi insalvables, pero que pueden ser trampolín a una mayor potenciación. Otra vez, el modo había suscitado distintos afectos. Desde la confusión que describí hasta el esclarecimiento cuando se pudo formular un objetivo común. Mi compañera había encontrado las palabras,
2 - Una de mis primeras lecturas en relación a lo que entonces llamábamos “Estudios de la mujer” fue el libro de Betty Friedman “El malestar sin nombre”. Me pareció iluminador respecto a la problemática que había empezado a pensar. La de mujeres urbanas, blancas, heterosexuales, de clase media, alfabetizadas y con disposición para plantearnos algunas cuestiones inquietantes. Más tarde durante el cursado de uno de los seminarios de la Maestría, volví trabajar sus ideas en una monografía que llamé: “Del malestar sin nombre, a nombrar el malestar”. Siempre en sintonía con sus reflexiones, no llegué a ponerla en revisión, hasta que pude leer a Domitila, cuando escribía algo así como: “Nuestra lucha no nace sin dolor, es necesaria, pero nace de algo difícil, penoso…” Me hizo asociar con el comentario de que junto a la tracción a sangre de los carros tirados por bueyes o caballos, y la tracción mecánica de los automotores, hay otra que nos puede poner en marcha, y es la tracción a bronca. Y no porque renegara de las teorizaciones previas, de autoras europeas o norteamericanas, que siguen pareciéndome esclarecedoras, sino porque me señalaban la necesidad de pensar en este feminismo latinoamericano como genuino, pertinente y necesario.
Pero todo esto lo recordé esta semana, en que un fragmento de Domitila fue replicado en face.
“En 1975 Domitila Barrios irrumpió en la testera de la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer de la ONU con una fuerza irrebatible y una transversal, hasta entonces, invisibilizada por los feminismos hegemónicos: los conflictos de clase.
…Entonces yo me decía: “Aquí hay licenciadas, abogadas, maestras, periodistas que van a hablar. Y yo… ¿cómo me voy a meter?” Y me sentía un poco acomplejada, acobardada. E incluso no me animaba a hablar. Cuando por primera vez me presenté al micrófono frente a tantos títulos, como cenicienta me presenté y dije: “Bueno, yo soy la esposa de un trabajador minero de Bolivia”.
Esto me llevó a tener una discusión con la Betty Friedman, que es la gran líder feminista de Estados Unidos. Ella y su grupo habían propuesto algunos puntos de enmienda al “plan mundial de acción”. Pero eran planteamientos sobre todo feministas y nosotras no concordamos con ellos porque no abordaban algunos problemas que son fundamentales para nosotras, las latinoamericanas.
La Friedman nos invitó a seguirla. Pidió que nosotras dejáramos nuestra “actividad belicista”, que estábamos siendo “manejadas por los hombres”, que “solamente en política” pensábamos e incluso ignorábamos por completo los asuntos femeninos, “como hace la delegación boliviana, por ejemplo” —dijo ella.
Y una señora, que era la presidente de una delegación mexicana, se acercó a mí.
Ella quería aplicarme a su manera el lema de la Tribuna del Año Internacional de la Mujer que era “Igualdad, desarrollo y paz”. Y me decía:
“Hablaremos de nosotras, señora… Nosotras somos mujeres. Mire, señora, olvídese usted del sufrimiento de su pueblo. Por un momento, olvídese de las masacres. Ya hemos hablado bastante de esto. Ya la hemos escuchado bastante. Hablaremos de nosotras… de usted y de mí… de la mujer, pues.
Entonces yo pedí la palabra. Pero no me la dieron. Y bueno, yo me paré y dije:
Muy bien, hablaremos de las dos. Pero, si me permite, voy a empezar. Señora, hace una semana que yo la conozco a usted. Cada mañana usted llega con un traje diferente; y sin embargo, yo no. Cada día llega usted pintada y peinada como quien tiene tiempo de pasar en una peluquería bien elegante y puede gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo no. Yo veo que usted tiene cada tarde un chófer en un carro esperándola a la puerta de este local para recogerla a su casa; y, sin embargo, yo no. Y para presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y, sin embargo, nosotras las mujeres de los mineros, tenemos solamente una pequeña vivienda prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la empresa, tenemos noventa días para abandonar la vivienda y estamos en la calle. Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación de usted? Entonces, ¿de qué igualdad vamos a hablar entre nosotras? ¿Si usted y yo no nos parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos, en este momento, ser iguales, aun como mujeres, ¿no le parece?’
Fragmento de “Si me permiten hablar”
Y este texto me volvío al tema. Y me puso el dedo en una llaga muy abierta. Todavía es así.
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Las tres situaciones: Alejandra Kohan y Debora Tajer, en conflicto de  interpretaciones de las relaciones entre feminismo y psicoanálisis; mi propia zozobra ante la mujer peruana reprochante a quien pudo contestar mi compañera rosarina; el desencuentro entre Domitila Barrios y las feministas como Betty Friedman, que ignoraban su realidad; son  tres situaciones que me llevan a desear encontrar cauces para una convergencia en donde ésta pueda ser lograda.
Es posible que interpretaciones desde el psicoánalisis feminista pueden y deben seguir siendo objeto de revisión y cuestionamiento. Y que den lugar a mayores y mejores conceptualizaciones.
Desearía que fuera viable que el feminismo latinoamericano continuara enriqueciendo las conceptualizaciones de que disponemos. Me parece que hay movimientos en ese sentido y vale considerarlos en una agenda siempre abierta y sensible. 

M.C.M. julio 2019



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