25 dic 2020

Sobre mandatos y en primera persona

1ra parte La historia
Mi mamá insistía en que yo no debía renunciar a las vacaciones. Tenía la convicción de que por trabajar en la profesión, era mi derecho (que ella reivindicaba con firmeza). Ella no había vacacionado nunca de soltera, y  hasta muchos años después de casada, fue una vez a las sierras de Córdoba. Quince años más tarde a Mar del Plata, y pocas salidas más. Pero creo que insistía en mi salida de vacaciones, porque lo asociaba al hecho de tener un trabajo rentado. Creo que suponía que era MÁS trabajo, por el hecho de tener ingresos por él.
Su mamá, cuando nos recibía los domingos, también afirmaba que yo, que trabajaba en la semana, debía descansar y resistía mi ayuda, porque también parecía jerarquizar el hecho de que por mi trabajo yo pudiera ganar dinero. Y no debía ocuparme de lo doméstico.
Ambas compartiendo la idea de que cuando no se recibe un sueldo, el trabajo no es trabajo. Que lo que ellas hacían no era trabajar. La respuesta de la mayoría de las mujeres en los cuestionarios: - ¿Trabaja? - No, estoy en mi casa.
Qué imposibilidad regía para no considerar trabajo, la pesada tarea de sostén del funcionamiento de una casa, donde los hijos van a la escuela y el marido a la fábrica, porque dicha tarea de sostén,  hay alguien que la lleva a delante. Infinito trabajo además, y sin un sueldo.
Por qué estas mujeres que no se autorizaban a sí mismas intentar nuevas experiencias, me apoyaban en mis propios proyectos? Qué sabiduría las llevaba a desear otros caminos, aunque no se animaran a transitarlos ellas, pero alentaban a las que venían detrás.
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Ani dejó inconclusos sus estudios secundarios. Al casarse, sostuvo ese lugar de mantener aceitada la domesticidad, por años, hasta que falleció su esposo. Algo sucedió entonces. La empresa para la que él trabajaba la empleó y algo se reactivó en ella para que retomara también los estudios suspendidos. Del encierro en la casa pasó a vivir experiencias que sostuvo con toda dignidad. Pudo estudiar, pudo trabajar y pudo adueñarse de sus capacidades en suspenso.
Carmen dejó su empleo en la perfumería al casarse, muy, muy joven. El conflicto entre sus padres y su novio posesivo y celoso, tenía que ver con el tironeo respecto a si debía o no tener un trabajo y/o actividades extrahogareñas. Lo absurdo fue que quien planteara entonces: “Mi prometida no necesita trabajar afuera de su casa”, fue el mismo que años después, y la hostilidad previa a la separación, le reprochaba su condición de “mantenida”.
Las dos intentaron otra cosa con sus vidas, cuando dejaba de tener vigencia el lugar de “Señoras de…l”
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Mabelucha había podido romper muchos mandatos, viajar, trabajar y promoverse en su cargo, estudiar. Pero se adeudaba algo: no había aprendido a nadar. Y ese fue su límite. Desenvuelta y eficaz en tierra firme, la fobia le puso freno a su anhelo.
Y Aurora, aunque se desempeñara con solvencia en el área de la asistencia médica, no pudo lograr aprender a conducir su auto. El auto que se había comprado, para obligarse a sí misma a manejar. Las calles la apabullaban, los bocinazos de los otros automovilistas la aturdían, y no llegó a poder poner en marcha su deseo de lanzarse a las calles, dueña de transitar libre y suelta en su propio ritmo.
Leli ni siquiera llego a comprarlo. La amenaza materna, pudo más. Como advertencia de posible accidente, se daba la contradicción de que podía surcar las calles en bicicleta, en ciclomotor. Pero cuando se daba la posibilidad, más segura por cierto, de hacerlo en un automóvil no se atrevió. Si era otro el que conducía, podía acompañar. Pero hacerlo ella, no se lo pudo permitir.
Nadar, conducir un auto, fueron territorios vedados. Qué fuerte inhibición operó en ellas para que diestras y capaces en otras áreas, quedaran impedidas de estas señales de autonomía?
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Y respecto a estudiar?
Susana R. hubiera querido estudiar una vez recibida de maestra. Pero la prohibición paterna se impuso a su deseo.
Raquel G. contó con la complicidad materna, para inscribirse y cursar en el primer año. Sobre los hechos consumados de las primeras  materias aprobadas, confrontaron al padre, que ya no se pudo oponer. La madre de Raquel nos contaba que en ese tiempo, para  disimular ante el patriarca cocinaba postres o bordaba para exhibirlos como hechos por su hija. Astucias femeninas audaces para entonces.
Es que los mandatos eran esos. Coser y tejer. Cocinar y abrir la puerta para ir a la Iglesia, como las actividades asignadas para tantas generaciones.
Una Galletita festoneada con lana celeste, circula hoy como meme humorística    en las redes.: -Abuela, viste mi galleti… La abuela de dicho meme, la encontró y hizo lo que sabe, lo que puede, lo que le permitieron y ella asumió.
 
2da parte
La algarabía de las señoras
Hubo un tiempo no tan lejano, en que la conyugalidad determinaba la vida de las mujeres, estoy hablando de la generación de nuestras madres y abuelas, clase media-media, urbana y alfabetizada. Esa determinación operaba anulando la libertad de encuentro y empobreciendo así los vínculos de amistad que hubieran podido crearse y sostenerse antes del casamiento, en la niñez y adolescencia. Se perdían lazos que habías sido fuertes y sinceros al cambiar estado civil. La amiga que se casaba, dejaba de frecuentarse. Determinaba también para muchas el final de la carrera laboral si la hubiera iniciado, y ponía en suspenso las otras actividades que demandaran tiempo y esfuerzo. La compañía se circunscribía a la familia cercana, y las tareas domésticas requerían una dedicación que absorbía dedicación y energía. Ocupaba todo el tiempo. Y la recreación era pensada en el marco de las salidas con el esposo. Sobre todo las salidas nocturnas. Fue una generación de mujeres, para las cuales la calle era transitada solo en el barrio y  para “hacer mandados”, esto es, proveer lo que la familia necesitaba diariamente. Los trámites bancarios, corría en la mayoría de los casos a cargo del varón, padre de familia, y proveedor de la casa. Las salidas de las mujeres consistían en visitar parientes, la abuelas, mientras estaban,  a alguna hermana. Poco más. Por eso una salida nocturna, sin el esposo, no compartida con él, y para otros fines, no formaba parte de lo previsible.
Por eso me costó entender una experiencia de salida al teatro, una noche, con mi madre y dos de mis tías, cuando ya eran mayores, en donde había en ellas, algo de una excitación festiva, que tardé en entender. Creo que era la primera vez en su vida que accedían a algo así, y era significado como aventura. Las risas y comentarios previos, cuando íbamos al centro, el acceso a la sala donde transcurriría la función, y la vuelta a casa estuvo teñida de una alegría de descubrimiento. Y formó parte de los relatos de esa salida como suceso privilegiado en las semanas siguientes. Eran como niñas, gozando de una posibilidad de libertad desconocida. Eso fue lo que me costó advertir, que estaban respondiendo a una novedad en sus vidas, que si bien era legítima, les había sido sustraída por años.
Como operaron estas experiencias en la conformación de la subjetividad? En ellas? En mí?
En ellas, lo incorporado como mandatos fue diferente a lo que posteriomente se fue aceptando como modo de funcionar y vivir.
En mí, la constatación de la persistencia de esos mandatos, aún habiéndolos cuestionado, deben haber operado como estímulo a rebeldías, que no siempre se gestionaron con éxito.  
Quizá mis autoacusaciones tengan que ver con  haber desarrollado actitudes de resentimiento, y, cuando pude procesar las prohibiciones e interdicciones como mutilatorias, pasé a ser rencorosa y reprochante. También vengativa?
Seguro que inoportuna, por la urgencia en mis demandas. Y tal vez un Fraude para alguno/a en el sentido de no haber podido sostener sin fisuras las  difíciles demandas que cayeron sobre mi generación, bisagra entre las represiones de una época y los logros de hoy.
Pero puedo acrisolar como  méritos el haber atravesado los cambios sin trepar y sin mentir.
Alentando como la más imperiosa necesidad la de la capacidad de guardar los secretos de mis hermanas, como sostén en la lucha



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