22 dic 2020

Camino recorrido

Advertencia

No es sin dificultad que abordo este escrito, en que me propongo dar cuenta de las etapas de un camino en la reflexión de sucesos que me convocan y que me involucran desde hace tiempo. La reflexión toma como eje el tema de la violencia y la complicada trama en lo personal y en lo sociopolítico en que esta violencia está inmersa.
Como dichas etapas responden a momentos significativos para mi, en donde concordancias, superposiciones y contradicciones se suceden y coexisten, tengo el presentimiento de que mi escrito pueda perfilarse como un cierto Frankestein conceptual. Pido disculpas por ello pero puedo alegar en mi defensa  es, que si hay costurones visibles y obvias desarmonías en mi criatura es por un esfuerzo de sinceridad conmigo misma y honestidad intelectual con ustedes, que leen estas páginas.

Historizando

No recuerdo si primero fue mi encuentro con Marta Ronga, ex detenida por razones políticas, o la lectura de aquel artículo de Página 12 donde se reproducían tramos de una entrevista entre Jorge Semprún y Elie Wiesel.
En esa nota se transcribía  un fragmento de “La palabra o la vida”. También se hacía referencia a que el libro de Elie Wiesel donde daba cuenta de su experiencia durante la guerra, se llamaba: “Los judíos y el silencio de la noche”.
Esa palabra  (la palabra de Semprún acallada para proteger la vida) y ese silencio (el silencio de Wiesel que lo  amordazó largo tiempo) fueron dos de los ejes que prevalecieron en mi reflexión.
Los dos autores fueron mi primer contacto con los escritos sobre los campos de exterminio del nazismo, así como Marta fue la primera que trajo el relato testimonial de las cárceles de la dictadura.
Así fui armando mi composición de lugar respecto a la cuestión
 
En el trabajo con Marta Ronga, que empezó siendo el de asistencia psicológica y continuó un par de años después, cuando ya no era mi paciente, en la escritura de su libro testimonial “Seda cruda. Crónica de cárcel, exilio y regreso” (1), las dos cuidamos de centrarnos en lo subjetivo de su experiencia y solo como fondo incluimos alguna dimensión de lo socio político.  Tiempo después y  tangencialmente surgiría la referencia a su compromiso militante. No indagué su filiación, así como tampoco ella la trajo, ambas privilegiando el trabajo sobre los aspectos afectivos y familiares. El vínculo entre nosotras fue cobrando profundidad, y en la segunda etapa (la de la escritura del libro) donde cambió el objetivo terapéutico inicial, creo que ambas cuidamos de evitar las especificidades ideológicas y políticas, que hubieran podido desviarnos de nuestro propósito.
Sospechábamos algunas coincidencias, pero no las pusimos a prueba. Primero, cuando era mi paciente por razones obvias . Después con la escritura del libro, porque nos proponiamos reflejar en el texto una situación humana referida a lo más privado y recoleto. Este era nuestro fuerte compromiso y creo que la densidad del mismo nos llevaba a eludir cualquier otra dimensión que pudiera ser confrontativa.
 
Además sucedía, y no resultaba un dato menor, que las dos habíamos sido madres en el 74, en tiempos de angustia, y eso favoreció una fuerte conexión que fructificaría.
 
Y así como la producción de Marta llevó a la edición de su libro, yo pude también plasmar el trabajo en la producción de un artículo que llamé “Olvido y silencio” y formó parte de la 2da publicación de mi grupo de trabajo “Psiqué” en el 2002.(2)
En el 2005 presenté en Ateneo Psicoanalítico de Rosario un segundo trabajo que llamé “Sobrevivencia”.(3)
En el 2008 con “Holocausto y Dictadura”  llevé el tema a dos espacios: el grupo Nathan Gesén y el ciclo del Centro Cultural Bernardino Rivadavia, “Anverso y reverso de la Fraternidad, coordinado por Laura Capella.
Pero ya un par de hechos me habían llevado a cuestionar algunas de mis reflexiones y propuestas iniciales.
Uno fue la noticia del libro “Una mujer en Berlín” (4) que refería la barbarie de soldados del ejército aliado que de liberadores de las víctimas de los campos, pasaron a ser los violadores de las mujeres en la Berlín derrotada (violaciones públicas y múltiples). Así mutaron de ángeles de la misericordia y proveedores de la vida, a otra cosa :“ a lobos sedientos de sangre”.
Otra fue la carta de Oscar del Barco a la revista La Intemperie (5), donde se planteaba una autocrítica respecto a la violencia de la guerrilla Y una interpelación a sus compañeros (entre ellos a Gelman) para que reconocieran la intervención (¿la culpa?) en la muerte no sólo de enemigos sino también en la de compañeros.
(Estas reflexiones están planteadas en los tramos finales de Holocausto y Dictadura)
 
El más reciente factor de perturbación fue la lectura de un texto de Robert Antelme (6) escrito como interpelación moral a Jorge Semprún. Y la reflexión de una escritora, Laura Alcoba en “La casa de los conejos” (7) se sumó para abrir aún más el abanico de ideas respecto al tema de la violencia.
Así, el ciclo iniciado desde la admiración Semprún, el héroe de “La palabra o la vida” tropezaba con una información que obligaba a nuevos cuestionamientos.
Y así como tomar noticias de la autora de “Una mujer en Berlín”, en ese tiempo Anónima me llevó ampliar mi mirada, y el artículo de Del Barco a considerar una nueva perspectiva, el texto de Antelme y las palabras de Laura Alcoba, también me llevaron a reconsiderar lo pensado.
 
Dicho testimonio me llevó a recordar algo:
Nunca dudé que si Galtieri hubiera muerto en Malvinas, al menos hubiera podido concitar otra mirada sobre la fuerza de sus convicciones. Pero él quedó tras un escritorio mientras los que morían eran chicos de 18 años, en mérito a su delirio mesiánico.
. En “La casa de los conejos” Laura Alcoba, escribe que si hace un esfuerzo de memoria “desde la altura de la niña que fui, no es tanto para recordar, sino para ver si consigo, al cabo, de una vez, olvidar un poco”.
Y que viviendo en la clandestinidad con su madre llega a preguntarse sobre esa experiencia, cuando escucha que la organización no obstaculizará la salida de ellas, pero tampoco las ayudará, pues la ayuda está reservada para “los jefes que buscaban refugio en el extranjero”.
Y coherente con la idea de un Galtieri no merecedor de respeto,  con el mismo criterio cabe problematizar la decisión de los dirigentes de los grupos que tomaron las armas, que se exilaron mientras morían los militantes de base.
 
Los setenta fueron años controvertidos. Del entusiasmo mayoritario me sentía ajena. No fui peronista por varias razones: yo recordaba el clima enrarecido y opresivo de los años cincuenta. No olvidé la violencia de los discursos que denostaban a los “vendepatrias” (vendepatrias o contreras eran todos los que no se dijeran peronistas)
Pero en los setenta la desmemoria imperaba. Todo aquello que formaba parte de mis recuerdos infantiles: las presiones para las afiliaciones compulsivas, el temor a las delaciones, todo parecía olvidado.
En lo personal fue un tiempo de soledad. Puesto que mis amigos más cercanos se sentían y se llamaban peronistas…puesto que en casi todos los espacios lo que prevalecía era una adhesión estridente, llegué a preguntarme si no estaría equivocada y ellos en lo cierto.
Tal vez por insensibilidad y torpeza, me decía, yo no podía ver en el fervor de toda esa gente respetada y amada de mi entorno, alguna cuota de sentido. Pero la pregunta respecto a si yo no estaba equivocada tuvo su respuesta. No lo estaba. Isabel y Lopez Rega hicieron que se viera la oscura dimensión de lo temido.
Entre los que habían participado en ese tiempo de expectativas, se produjeron desapariciones y muertes. Pero también entre ellos hubo deshonestos que dieron cuenta del porqué de mi desconfianza.
Fue amargo no haber estado equivocada.

Replanteos acerca de la violencia en la historia y de las historias de violencia

 Y esto me lleva otra vez a esas cualidades de lo humano contradictorias.
¿Las ideas de heroísmo y las ideas de perversidad jugando a las escondidas entre diferentes portadores? ¿O coexistiendo dentro de cada uno/a?.
¿La agresividad y la violencia están vinculadas a la pulsión de muerte? ¿Y como tales nos constituyen, junto a la nobleza y la solidaridad?
¿Por qué la posibilidad de un altruismo llevó a algunos luminosos seres a elevarse por sobre el dolor y el miedo?
 
Fuchs (8) plantea que:
La naturaleza de la guerra está en matar por matar, en una necesidad de derramar sangre humana, como expresión de una pulsión de muerte, y que las razones argumentadas son sòlo racionalizaciones que eluden el mandato inconsciente de Thánatos.
En la misma línea de reflexiones Bejla Rubín de Goldman (9) afirma que en la naturaleza de la guerra se expresa esa pulsión, violencia propia de lo mortífero  que nos habita (¿por el hecho de sabernos mortales?), y que se vuelca con excusas sobre el otro. Otro que puede variar de rostro, que a veces es el enemigo y otras el débil, marginado o desvalido.
En ese sentido la orientación mortífera que busca expresarse  torna insuficiente y frágil a nuestra memoria para rectificar lo acontecido y evitar que vuelva a suceder, y que la búsqueda de explicaciones no basta ante la “aterradora irracionalidad humana”.
Si la repetición de lo acontecido traumático no tiene cura y que la pulsión de muerte nos es consubstancial, se delinean los límites desde los que considerar el drama de la violencia en la historia, y la reiteración de historias de violencia.
Sin la inclusión de esas fuerzas inconscientes indomeñables a lo largo del tiempo, ¿será posible hacer frente a las tinieblas que como especie nos están poniendo al borde del Apocalipsis? 

Antelme, Levi y Bauman, aportan otras reflexiones sobre el tema y cuestionan lo pensado.

Robert Antelme, junto a un grupo de compañeros, entre los que se encontraba Jorge Semprún, sobrevivió al campo de Buchenwald.:
Antelme pudo formular su convicción a partir de la experiencia; el campo de concentración olvidó al hombre, celebró al sujeto, tornó improbable a la persona y puso de manifiesto al individuo
La figura del individuo remite a la indivisibilidad, a la irreductibilidad. Es lo que queda cuando se despoja al ser de todos sus oropeles sociales. Bajo las sucesivas capas que designan al sujeto, al hombre y a la persona, encontramos el núcleo duro, entero, la mónada cuya identidad nada, salvo la muerte -y quizá ni eso-, puede quebrar.
La evidencia del solipsismo y la condena del individuo a sí mismo es lo que lleva a que.
Antelme afirme que cada uno "sabía que entre la vida de un compañero y la propia, se elegía la propia". Acepta así los límites a la solidaridad que la condición humana impone.
 
No obstante ésto, las reservas morales que expresó Robert Antelme sobre el grupo integrado por Jorge Semprúm y los comunistas que compartieron las penurias de Bchemwald no pueden ser desoídas.
.Cuando Antelme confiesa a Semprún sus dudas morales sobre los comportamientos comunistas en Buchenwald, Semprún, afirma Antelme, lo denunció a la dirección del PCF. Antelme fue expulsado del PCF.
Esa historia tiene una dimensión trágica. Antelme la cuenta con aparente sinceridad y gran pureza moral. Semprún ha escrito muchos libros sobre Buchenwald, pero nunca ha respondido a las reservas morales del más antiguo de sus amigos íntimos.

Primo Levi

Primo Levi en “Los hundidos y los salvados”  (10), en coincidencia con Helen Epstein: “Tras las huellas de mi madre” (11), formula la idea del campo de concentración como espacio en donde se conoce a fondo algunas dimensiones de lo humano. En donde se vuelve la vista sobre el otro y se lo ve. Se lo ve en su grandeza más sublime y en su miseria más atroz. Como Universidad en la que se alcanzan límites y plenitudes impensables por fuera de esa situación.
Levi refiere el hecho de que los creyentes resistieran con mayor entereza los rigores del campo. Lo significativo residió en que no importaba la fe en particular que se profesara si no la fortaleza que aportaba el hecho de creer y esperar. Católicos, judíos o de otros credos, así también como firmes adherentes a líneas políticas e ideológicas, evidenciaban una fuerza que los sostenía con vigor y les hacía posible resistir.
Incluso relata su encuentro, después de la liberación con un compañero, a quien él le  recuerda lo providencial del hecho de que se salvaran. Y se sorprende cuando el ex compañero acota: ¡Pero no fue providencial, él no hubiera permitido que nada nos pasara! -Quién? Preguntó Primo Levi. -¡José Stalin! contestó el otro completamente convencido.
Primo Levi pone en claro que entre las injusticias sufridas, además de los daños padecidos, el mayor consistió en la tarea de corrupción entre algunas de las víctimas, que se asociaban a la tarea del opresor, como el “delito más demoníaco”. Hacer cómplices entre quienes compartían ese infierno, para delegarle las “tareas sucias” alcanzó la mayor de las hondura posible en el despliegue de la maldad.
Fue allí donde la supuesta racionalidad que empujaba a la propia conservación se delineaba como enemiga del deber moral.

Zigmunt Bauman

Es también en esta línea de reflexiones en “Modernidad y Holocausto” (12) que Bauman señala que el afán por la propia conservación entra en colisión con el deber moral. Socavada la ética y la espiritualidad, la inmoralidad surge.
En el Holocausto, la sustitución de la responsabilidad moral por la responsabilidad técnica  (que la tarea fuese bien hecha) y la lealtad al grupo (al movimiento y al Reich) hacen posible el drama.
Pone en claro como una ética de la obediencia (¿obediencia debida?) se contrapone a una ética de la lucidez, que permita discernir entre las voces del contexto la voz interior.Una voz interior que señala la moralidad en escuchar la interpelación del otro, que por el solo hecho de existir convoca mi protección, según formula  Levinas. Resulta interesante pensar que en algunos casos la moralidad reside en la insubordinación al consenso, y en seguir los dictados de la propia conciencia.
Antelme, Levi, Baumann comparten una reflexión: la dualidad que nos compone y que nos hace capaces de lealtades y traiciones. De asumir el rol de verdugo para con mis hermanos con el fin de postergar mi propio fin, en algunos, o de dar la vida en salvaguarda de la vida de los otros como ineludible deber moral, para otros.

Feinmann a su vez avanza en la interrogación:

“La pregunta fundamental de la filosofía es: ¿hay o no hay que matar? Decidir si hay algo que justifique suprimir la vida de otro ser humano es afrontar el problema fundamental de esta disciplina…” (13)
 
La pregunta se plantea respecto a juzgar si la violencia (sobre el Otro, sobre el enemigo) debe o no ser ejercida, si hay o no hay alguna legalidad (alguna ley, algún derecho, alguna justificación histórica) para ejercer violencia  otro ser humano como el problema fundamental de la filosofía.
“Hay un solo problema filosófico: la violencia. Juzgar si puedo o no puedo matar a otro ser humano es el problema fundamental de la filosofía. Es un problema ontológico: si no hay que matar le niego el Ser a la Muerte. Si hay que matar la Muerte es. Es un problema que compromete a la historia: se mata EN la historia, en una historia de conflictos,
 
¿Hay una violencia legítima? Desde mi punto de vista, no hay violencia buena, ni violencia justa, ni violencia legítima. La violencia es –en sì– mala. Expresa una derrota: la de no poder tomar al Otro como un fin en sí mismo, la de no poder respetarlo en su humanidad. Esto no anula el deber de luchar contra la injusticia y el despotismo. Pero esa lucha –al ser violenta– siempre corre el riesgo de instaurar un nuevo rostro del despotismo y, por tanto, de la injusticia”.(14)
 
Coincidente con esta posición, pero con un matiz propio, Aída Bortnick expresa respecto a las autoridades militares durante la dictadura:
“Yo no soy como ellos, yo creo que ellos son seres humanos que merecen un juicio, ser declarados culpables y tener las penas que la ley impone.
Son seres humanos de los que yo podría desear que no hubieran nacido jamás, o que jamás hubieran tenido el poder que tuvieron, pero nada, ni nadie, ni mucho menos ellos, van a conseguir que yo cambie tanto para parecerme a ellos. No me parezco a ellos y esta película no se parece a la que ellos harían si pudieran hacer su versión de la historia” (Se refiere a “La historia oficial”) (15)
 
En la conversación  con un sacerdote, vi confirmada dicha perspectiva. El trabajaba en barrios periféricos en su misión evangelizadora, durante la dictadura y por ello, fue sometido a durísima represión al ser encarcelado. Muchos de sus compañeros de prisión murieron. Pero lo escuché formular un planteo similar cuando dijo: “Ellos podían torturarme, podían matarme, podían dejarme preso para siempre, pero no podían lograr que yo los maldijera. En eso yo no debía dejar de ser quien era y sostener lo que sostenía.”
 
Tal vez  desde los planteos desolados y desesperanzados de Fuchs y Rubín de Goldman, el reconocimiento de la complejidad que nos habita, subrayada por Antelme, Levi, Bauman, y el categórico repudio a toda justificación de la violencia de Feinmann, Bornick y el anónimo sacerdote sobreviviente de las cárceles del sur, haya diferentes posicionamientos ante el drama que nos abate desde afuera y nos asalta desde adentro.
Tal vez no haya una única respuesta al tema y sea necesario continuar la tarea inacabada e inacabable de buscar nuevas perspectivas en relación a un tema que sigue pulsando como uno de los fundamentales e ineludibles de nuestra humana condición.
 
M.C.M.

 
 
 
 
1-  Marta Ronga: “Crónica de cárcel, exílio y regreso” Laborde Editor, 2003
2-  María del Carmen Marini: “Olvido y Silencio”en “Psique” 2da Publicación, Laborde Editor, 2002
3-  María del carmen Marini: “Sobrevivencia” publicación de la IV Jornadas Rosarinas del  Ateneo de Estudios Psicoanalíticos, 2005
4-  Marta Hiller: “Una mujer en Berlín” Anagrama, 2007
5-  Oscar del Barco: “Carta”, Revista La Intemperie, Córdoba, diciembre 2004
6-  Juan pedro Quiñonero: “Las reservas morales de Robert Antelme  sobre Jorge Semprún en Buchenwald”
7-  Laura Alcoba: “La casa de los conejos” Editorial Adhasa, 2008
8-  Fuchs Jack: “El suicidio de Iris Chang”, Pág. 12, 13-1-05
9-  Bejla Rubín de Goldman: “La memoria, ese delicado olvido”, en Vector Salud          Mental, septiembre 2008
10- Levi Primo: “Los hundidos y los salvados”, Ed. El Aleph, Barcelona,2000
11- Epstein Helen: “Tras las huellas de mi madre” Ateneo 2008
12- Bauman Zigmunt: “Modernidad y holocausto”, Editorial Siquitur, 2006
13- Feinmann José Pablo: “Sobre la violencia” Pág. 12, 7 de octubre de 2007
14- Feinmann José Pablo: “La sangre derramada”, Seix Barral, Bs. As 1998
15- Bortnick Aída: “Cine Argentino y Derechos Humanos” Editorial Ciudad Gótica, 2007 (citado por María Florencia Culasso).


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