Acá arrastramos lechos y cuerpos de dos recién paridas, cargamos su progenie, ellas a declarar apenas alumbradas envueltas en placentas y sin amamantar.
Cordones de sangre dibujan retazos de nuevas filiaciones, niños pasan de manos, salvados. Vamos fertilizando hogares estériles y yermos y ordenados en correcta disciplina educados en códigos decentes y patrióticos velando valores de verdad.
Entre jaurías aprenderán a hablar, jugarán, rezarán, besarán mujeres secas y padres uniformes.
Susana Romano Sued
El tema de las familias desmembradas por la desaparición de jóvenes y la sustracción de niños, con el terrorismo de Estado, bien puede metaforizarse a partir de la imagen de un rompecabezas incompleto.
Y las familias despojadas en lacerante incompletud, incompletad sentida como falla en una trama, que hubiera debido permanecer incólume.
Desde las abuelas, Estela de Carlotto, en búsqueda del nieto sustraído, se refiere a los lazos de sangre. También Lucila Quieto, desde lo sentido como hija despojada de padre dice su sentir en la muestra “Arqueología de la ausencia”. Ambas confluyen en la imagen de rompecabezas al que le faltan piezas.
Estela dice: “…creo profundamente en la herencia como vínculo, se heredan muchas cosas, no solo el color de ojos o de pelo, también lo que va por dentro, los gestos, las vocaciones. Hubo chicos que no se explicaban por qué les gustaba pintar en una familia donde nadie lo hacía, y cuando se encontraron con su historia encajaron como en un rompecabezas perfecto. Eso forma parte de la identidad y un derecho que no se puede negar ni deshechar…” (1)
El mismo comentario lo formula Victoria Donda cuando dice:
“Me fui descubriendo en muchas actitudes de mi abuela y de mis tíos…Una mañana, las cuatro mujeres que nunca antes habíamos estado juntas, nos ubicamos frente al espejo del baño, todas arreglándonos al mismo tiempo, con esos gestos tan imperceptibles y únicos que nos sorprendieron hasta en las risas. En el otro extremo me encontré boxeando con mi tío Tito: él y mi abuelo habían sido boxeadores, y resulta que yo practiqué boxeo y que mi madre también boxeaba con ellos. Es muy fuerte poder explicar cada una de estas cosas; todavía estoy tratando de ordenarlas en mi cuerpo y en mi cabeza.” (2)
¿No son cada una de estas cosas piezas de un rompecabezas a seguir armando?
“Hay una palabra que acude a la boca de Lucila Quieto cuando se le pregunta por su trabajo: rompecabezas. La dice y de inmediato se ríe…Esa es la chance que le dieron las fotos: un momento capturado al que se puede interrogar. “Siempre me gustó mirarlas”, dice y es fácil imaginar a la niña que fue revolviendo las pocas fotos de su padre y rearmándolas para que cuenten algo más que esa anécdota que se cerraba en la toma. Que le cuenten, por ejemplo, quién hubiera sido ella si no hubiera tenido que esperar 17 años antes de inscribir el nombre del padre en el documento de identidad. Que le cuenten de qué se trata la identidad que forzosamente se enhebra y se despliega sobre el blanco de la ausencia…El rompecabezas se arma y se desarma, Subyace la búsqueda: “unir lo que estaba destinado estar separado”, dice ella”. (3)
La coincidencia entre Estela y Lucila al apelar a la imagen de un rompecabezas al que le están faltando piezas, surge de que tal vez el crimen más feroz para todo padre y toda madre reside en el despojo de los hijos. La otra cara sería el duelo sin la tumba de sus padres, para esos hijos cuyas historias quedaron amputadas (como la de Lucila) y la turbación y confusión de aquellos que fueron apropiados y viven historias engañosas. Historia que van signando insidiosamente sus vidas y que pueden ser pensadas como crimen de lesa humanidad.
Tanto para aquellos niños que fueron rescatados por su familia, como la de aquello que crecieron junto a padres adoptantes, hay una historia trunca que merece ser considerada.
Y se plantea como muy diferente el caso de quienes, recibieron niños en adopción de buena fe, que la de aquellos que fueron cómplices de un despojo. Aquellos que ocultaron a esos niños su condición de adoptivos y que resistieron el intento de conocer orígenes y pertenencias, sin guiarse por otra cosa que el interés egoísta de una ficción de paternidad-maternidad, sin medir la intensidad del daño que tal conducta promovería.
Las ambivalencias de toda paternidad-maternidad, forman parte de afectos universales, en los que la apuesta por generar y cuidar de nuevas vidas implica contradicciones y dudas. Contradicciones y dudas de las que en alguna medida todos participamos, pero que podemos pensar potenciadas en cada adopción. ¿Por qué razón se adopta? ¿Para dar generosamente una familia a un huérfano o para llenar la necesidad de un hijo-prolongación-pseudopodio-extensión narcisísta? Estas últimas razones ¿en cuánto están agigantadas en el robo de bebés? ¿La consideración por el niño y sus derechos, en qué lugar quedan?
1.- Marta Dillon: “Estela de Carlotto”, Pág. 12, 5 de enero de 2001
2.- Roxana Sandá: “El lugar donde too empezó”, Pág. 12, 8 de abril de 2007
3.- Marta Dillon: “Modelo para armar”, Pág. 12, 20 de abril de 2007
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