He realizado importantes aprendizajes en el diálogo con colegas, a veces sentido como puesta en común de experiencias, a veces como confrontación, siempre como interconsulta que legitima o permite corregir perspectivas y conclusiones.
Me ha fascinado la audacia de quienes se atreven a transitar nuevos caminos y usar recursos creativos y originales.
He dado con colegas que compartieron generosamente sus puntos de vista, y de ellos supe de cuán diversas maneras pueden pensarse temas como el acceso al placer y sus obstáculos, con reflexiones tan simples como: "Preguntémonos cómo sentimos cuando sentimos". Lo que nos llevó a cuestionamientos tan importantes como la del supuesto orgasmo vaginal como señal de madurez y a la revisión crítica de dogmas que se daban como inamovibles.
Temas como la necesidad de encontrar sentido a las acciones propias y ajenas aunque parezcan descabelladas como un suicidio y a la necesidad correlativa de respetar el profundo misterio que habita en cada uno. Y como en este llamado a la humildad nos pertrecharemos ante la angustia, sin renunciar a la búsqueda de un sentido, sentido que a veces es esquivo, pero que es preciso hallar
Me he congratulado de aprender también de otros interesados en las cuestiones humanas, maestros, sacerdotes, médicos, que desde su perspectiva enriquecieron mi mirada.
Y me ha asombrado que también ellos a veces transitan senderos no convencionales. En una oportunidad en que asistía a una joven, que a su vez era medicada por un psiquiátra y acompañada espiritualmente por un sacerdote, me refirió que había una coincidencia entre los planteos de ambos, Pedro y Mariano, sólo que uno puteaba y el otro no.
-Claro -intervine yo- Pedro (el psiquiatra) es un poco bocasucia .
-No, el que putea es Mariano!- aclaró ella, dando por tierra mis expectativas sobre el léxico de un sacerdote.
Me he asombrado por la soltura con que aún especialistas de disciplinas más que estrictas deponían su rigidez para incorporar terapéuticas complementarias, como el infectólogo que con mucha reserva y después de muchos preámbulos recomendó el tratamiento de la "culebrilla" por una curandera de probada eficiencia, y el de un neumonólogo que aceptaba el empleo de una hierba llamada "pulmonaria" como antitusivo.
No he entendido en cambio a colegas despectivos, a quienes parecía pesarles su tarea, y que con una actitud entre crítica y prescindente se referían a los pacientes con un dejo de fastidio, como mal inevitable en sus vidas.
Puedo formularme, que vidas gastadas en un trabajo que no se ama son vidas desdichadas y compadecerme de ellas, pero la descalificación del paciente que tienen entre manos, constituye la peor afrenta a la tarea y sobre todo a quien depositó en ellos la confianza en un cuidado que se espera y no está, que naufraga en la negligencia la desaprensión..
También me han conmovido los conflictos en las consultas de colegas jóvenes (y no tanto) que en pleno tránsito por sus propias exploraciones y sin desanudar sus propios dramas, están en la tarea de asistencia clínica. Y en esa tarea donde se juegan cuestiones profesionales hay tanto desafío al anhelo de poder, a la necesidad de respetar la palabra y la libertad del otro, a la propia capacidad de ejercitar el cuidado del prójimo, que a veces me inquieté por los afectos movilizados, en quienes estamos supuestamente a cargo, en quienes supuestamente sabemos y podemos.
Es cierto que -como dijera un colega- los pacientes son nuestra vida (al menos la mitad de nuestra vida) y nosotros no somos la vida de nuestros pacientes, sino una pequeña y transitoria parte. Que es deseable que así sea y que apuntamos a que ese vínculo, útil durante un lapso, pase a formar parte de su historia.
Pero también es cierto que muchas veces los pacientes se vuelven al terapeuta buscando un referente. Y allí, para el terapeuta, frente al riesgo de ser capturados por la soberbia de instalarse como modelo (y que habremos de evitar), existe otro riesgo y es el de desestimar a ese otro que nos interpela y que tiene derecho a la escucha, al respeto y la consideración.
En éste vínculo que establecemos con nuestros pacientes puede suceder que nos sintamos tentados a ir más lejos de lo que los encuadres recomiendan.
Así ha sucedido algunas veces, en casos muy conmovedores, el que surgiera en mí la fantasía de intervenir con una asistencia incondicional que pudiera poner las posibilidades, que un tratamiento y una dedicación convencionales no alcanzarían a proveer.
He sentido la tentación de ofrecer una asistencia que traspasando lo estrictamente profesional tendiera puentes. Como una remota chance de mayor salud, libertad o armonía.
Lo he sentido cuando es la vida lo que está en juego en pacientes con grave organicidad, cuando el sufrimiento soportado es inenarrable, cuando el precipicio de la locura está cerca con su poder de fascinación.
No puedo precisar dónde está el límite que permita obrar con absoluto rigor, pero sí puedo pensar, que los apoyos y estímulos en relación a metas personales de quienes nos consultan, si bien no pueden nunca sustituir la propia iniciativa, muchas veces hacen a la diferencia entre obras logradas por nuestros pacientes y el estancamiento y la impotencia.
Lo he registrado en relación a proyectos vinculados a estudio y/o trabajo. Y mi insistencia en jerarquizar dichos proyectos sumó energías para permitir que se pusiera en marcha tal viaje, o se asumiera tal cargo o se lograra la publicación de tal investigación.
Nunca tuve que arrepentirme de esa insistencia. ¿Qué de mí misma se jugaba en ello? No dudo que intervinieron mis propios esquemas respecto a lo que es valioso, que en todo caso engarzaron con los de mis pacientes en la consecución de estos objetivos.
3 dic 2020
COLEGAS QUE ENSEÑAN
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