Nos encontramos ante el planteo de un enigma y también ante una reflexión sobre la condición humana. Una condición humana atravesada por l historia. Así junto al propósito de quien necesita develar un secreto familiar, se despliega la turbulencia sociopolítica de los años de dictadura en Chile y Argentina, países hermanos en más de un sentido.
La autora nos dice: “es una novela totalmente inventada” y yo, me permito confrontar esa afirmación con la posibilidad de que los hechos relatados, bien podrían haber sucedido, en éstos, nuestros tiempos castigados, y en esta Latinoamérica, cuyo dolor se acalló durante tanto tiempo.
Clara escribe a través de Ramón: “El sobreviviente del silencio un día se da cuenta de que el silencio se ha vuelto de acero y sobrevive o muere y él sobrevivió, pegó un manotazo, se aferró a la tabla de salvación en el saxo de Charlie Parquer, en el contrabajo de Tommy Potter, en el piano de Duke Jordan o John Lewis, literalmente el jazz lo salvó.” Y me pregunto, ¿quién de nosotros no es un sobreviviente? ¿cuántos de nosotros sobrevivimos a silencios asesinos y debimos construirnos argumentos para poder seguir? En la música él se dice (nos dice) encontró la fortaleza para resistir, mientras monologa dándose explicaciones a sí mismo.
En una de sus reflexiones, el otro protagonista, Lorenzo, dice : “Cada vez me convenzo más de que el mundo es siempre el mismo, en cualquier lugar donde te encuentres, las personas que lo habitan dicen lo mismo en otras lenguas, con otras tonadas, las palabras emergen y configuran el discurso y hay discrepancias y desavenencias y desconformidad pero también puede hallarse en el discurrir sensatez, sabiduría, coherencia.”
Ambos han vivido, para poder continuar, como en sordina para eludir el dolor. Y tal vez a todos nos ha sucedido usar esa estrategia, hasta que, alguna vez advertimos, con asombro y con nostalgia como en el relato, que los álamos han crecido.
Ese crecimiento de los álamos como una metáfora del tiempo en que estuvimos en vida latente, en el refugio de ese silencio, sin advertir que los álamos no nos necesitaron para crecer, porque la vida opacada en nosotros, siguió pujante sin esperarnos y ya es momento de despertar.
“Álamos afincados a la tierra que es de ellos, tan seguros…”, pero contrapuestos a las fotos “que no saben, aun no conocen las trampas del devenir que se instalan como gnomos en las agujas del reloj, dejando apenas un chisporroteo en la memoria, el recuerdo del instante fragmentado y parcial, el pasado, travesía de un tiempo que se ha ido y que misteriosamente acabó.”
Álamos y fotos como testigos. La fotos como documento de lo que fue, los álamos como señal implacable del tiempo transcurrido.
Que lo lleva a sentir a Lorenzo la necesidad de descifrar el enigma, puesto que: “él sabía que el futuro albergaría el ayer y el presente y si no saldaba esa deuda consigo mismo se volvería con el andar del tiempo desconfiado, quisquilloso y la memoria sería un muro que lo despertaría en la oscuridad con pesadillas desarticuladas convirtiéndose en un trastorno, un quiebre en los afectos.”
Convocatoria, interpelación a la memoria que llega con fuerza para subrayar que lo escamotado por el olvido no desaparece, sigue pulsando y exigiendo respuestas desde la sombra. Que encontrarse con aquello que conforma nuestros secretos es tarea ineludible. Que si queremos estar totalmente vivos deberemos tener la valentía de indagarlo e incluirlo. Que si queremos estar totalmente vivos (y no solo ser sobrevivientes) deberemos salir de esa coartada contra el dolor, en que no se podía registrar la vida, en que no se podía mirar el crecimiento de los álamos. Deberemos ser capaces de constatar con todos nuestros sentidos el despliegue de ese tiempo, que es el nuestro.
María del Carmen Marini – enero de 2013
26 dic 2020
Comentario sobre Crecieron los alamos, de Clara Rozín. 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario