16 dic 2020

Consideraciones, desarrollos, interrogantes

LA REIVINDICACIÓN DEL NARCISISMO
A veces la defensa de la propia estima, que tiene que ver con la salud mental lleva a crisis en los vínculos.
Lili expresa en este sentido:
“Sostener la pareja a expensas de la propia integridad no puede ser. Sólo una vida basándonos en el mutuo respeto es posible”.
Pablo lo confirma:
“Sentí que no me merecía ese trato, le tengo que decir que me equivoqué al confiar, merezco respeto y no lo hubo, se comportó mal.
Esta bien esto de no generar resentimientos con lo que se dice, pero depende en que contexto. Las relaciones se pueden recomponer si yo le dije al otro todo lo que tenía para decirle.
¿Cuánto guardarse el dolor para que el otro no se resienta? Peor es callarse y que me quede con eso adentro.
No me puedo dar el lujo de no hablar una cosa, no se puede dejar lugar a ningún malentendido”.
Y  Luis abunda en este planteo:
“Cuando algo se emputece a determinado grado, como en este caso, me deja fuera del juego según mis reglas, no insisto. Esto traza una línea que yo no cruzo si voy a respetar mis propios valores. No me traiciono rebajándome a ciertas cuestiones.
A veces pienso que esto, esta relación tan jodida, fue una prueba, en respetarme yo mismo, en no dejarme manipular.
Con el afán de estar con ella me estaba dañando yo. Me cansé de esperar, pedir, mendigar, recibir migajas”.
Estos testimonios nos llevan a una aseveración : Las relaciones suelen ser conflictivas.

 
DE LA CONFLICTIVIDAD DE LAS RELACIONES AMOROSAS
A menudo el tironeo es entre el amor propio y el amor a otro despótico entran en colisión y ponen en evidencia dicho conflicto.
“¿Cómo hago para quererlo a él y a mí misma?” decía Mónica.
En el mismo sentido Carmen reflexionaba: “Si me va a dejar de querer porque le planteo que vivamos juntos, de no hacerlo, yo lo voy a dejar de querer a él. Pero...si este hombre no llena mis expectativas, o cambio de expectativas o cambio de hombre”
Y Julia procesa laboriosamente una decisión que le costará mantener: “No tengo que vivir más en función de él, no es justo que toda mi vida esté supeditada a su humor”
Y María descubre: “Hizo crack la hipnosis. Ahora voy a poder pensar en mí”
 
Amar duele. Y duele en diferente grado según sea el grado de captura.
Así Karina con dieciséis  años puede decir: “¿Cómo puedo hacer para que se me pase? Para mí no es lindo estar enamorada. Pensando todo el tiempo en él, pendiente de él, es muy feo.
Si es así, no quiero tener novio, quiero estar tranquila, y si es posible, que no me guste ningún chico. Había pensado en ser monja, y me bancaría lo de la castidad y la obediencia. Pero cuando supe del voto de silencio me di cuenta que no iba conmigo. ¿Vos sabés lo que estar callada todo el tiempo? Y además, tengo mil cosas más importantes que tener novio.”
 
 
LO IRRACIONAL
Amar a veces desespera, llevando a desbordes a quienes en otras áreas se conducen de manera mesurada. Y esto es así porque amar nos implica en cuestiones en que lo arcaico, lo primitivo entra en juego. No solo porque los afectos en la relación amorosa nos remiten a ese paraíso perdido del primer vínculo, del que fuimos expulsados y que buscaremos siempre. No solo por las razones propias de la historia afectiva. También por razones que tienen que ver con nuestra constitución desde lo más elemental, en donde se superponen a disposiciones que nos hacen posible el pensamiento racional, la deliberación y el lenguaje, otras que engarzando en lo emocional, escapan a ese “barniz” y se imponen de modo imprevisto y masivo.
Y porque existen, se ponen en juego pasiones indomeñables cuando de lo que se trata es del desafío de amar y ser amado. De desear y ser deseado.
Al punto que en muchos casos se contactan con lo mortífero que también albergamos y lo que pareció emerger de lo vital se contacta con lo letal.
Suicidios, asesinatos y accidentes dan cuenta de ello.
Con respecto a los primeros somos sensibles a casos en los que la muerte de la persona amada determina la decisión de concluir con la propia vida. Romeo y Julieta no están solo en el mito, mirando las crónicas volvemos a encontrarlos. Todos recordamos el caso que el año pasado conmovió los ámbitos de los trabajadores de la salud cuando un médico de reconocida trayectoria en el medio, fue quien asumió la  más trágica decisión a poco de enviudar. Se que sobrevolarán a este comentario referencias a duelos melancólicos, pero ¿quién puede avanzar raudamente con hipótesis desde la psicopatología cuando lo que se aborda es un misterio?
Con respecto a los asesinatos que cometen los Otelos contemporáneos, todavía sobresalta uno que fue paradigmático por la violencia implicada, el padecido por Carolina, de sólo 17 años, y las 113 puñaladas con que Fabián, puso fin al noviazgo en el que como en “Crónica de una muerte anunciada” el desenlace podía preverse. Esto sucedió en 1996 y si bien muchos otros crímenes se cometieron antes y tantos otros después, si tomo éste, es porque la irracionalidad a la que aludía, encuentra en esas 113 puñaladas su expresión absoluta. ¿Qué mueve el amor tan emparentado con la muerte y la locura para que la caricia se convierta en golpe letal y el amado en enemigo?
Con respecto a los accidentes vale recordar la causalidad implicada en ellos. Gloria y su testimonio son ilustrativos. Lo más penoso que escuché de ella (y tal vez lo más penoso que escuché en relación al amor y sus cautiverios) lo trajo al decir: “Si bien hace años que nos separamos, no he dejado de quererlo. Cuando estoy con otro hombre, para poder llegar al orgasmo cierro los ojos y me imagino que estoy con él.”..
Tan situación parecía prevalecer sin alivio y sin salida, cuando a poco de empezar las sesiones, conduciendo su moto Gloría se  accidentó. Lo que trajo luego, al retornar, fue que mientras se deslizaba y rebotaba en el pavimento, en el mismo momento en que la muerte la miró a los ojos, en su mente, un balance de su vida se desplegó con velocidad vertiginosa. Y ese lugar trascendente que asignara a quien creía el “amor de su vida” quedó desmantelado. Su esclavitud a ese que ahora veía como un  “hombre pequeñito” y que ella que había vivido idealizando y anhelando, se mostró con claridad meridiana. Y toda la vida no vivida quedó visibilizada en un instante y dimensionada como un error. Un error en el que había permanecido sumergida y que pudo advertir justamente, ante el riesgo de perder la vida. Ese accidente ¿hasta que punto accidental? marcó un antes y un después. Podemos preguntarnos si de no mediar una situación como ésa ella hubiera podido cuestionarse su adhesión a ese hombre. Pero en los hechos, dicho accidente (¿dichoso? ¿accidental?)la liberó de una dependencia y le abrió otra mirada sobre sí misma, su valor y posibilidades.
 
Sin llegar a tanto (como suicidios, asesinatos y accidentes) conocemos situaciones en las  que la irracionalidad es la que determina reacciones que no se darían de no mediar una fuerte cuota de impulsividad y un grave montante de hostilidad. Y se dan en personas que en todo lo demás se comportan de una manera muy razonable y muy prudente. Algunas son graciosas como la de Susana. cuando entró a un restaurante donde su marido sospechado de infiel, cenaba con una señorita. Sin vacilar se dirigió hacia ellos, levantó de la mesa el plato de tallarines y se lo puso en la cabeza a modo de sombrero chorreante. Otras son abruptas como Enzo cuando se puso a golpear con una barreta el parabrisas y los guardabarros del auto del señor que en una elegante confitería, estaba con su  esposa. Woody Allen tiene una reacción similar en su última película: “La vida, y todo lo demás”, cuando le birlan el lugar en un estacionamiento.
 
A veces no se llega a tanto en los conflictos de pareja y lo que se descubre, como dijo Ana es: “Si hago como el avestruz podemos estar, si no es La guerra de los Roses...”, pero hacer como el avestruz es algo en donde las propias posibilidades queda amputadas en holocausto a ese vínculo del que agrega: “Esta relación no es lo que yo quiero como relación, pero mi vida tampoco es lo que yo quiero como vida.”
Contrapuesta a esta actitud es la de aceptación incondicional del otro/a a quién se jerarquiza y de quien se valora lo que éste/a es .Carlos dice : “Fernanda me quería a mí, quería estar conmigo no importaba si fuera médico o abogado...”- Claudia se burla de sí misma: “Mi novio es un dulce y me coje bien, que me importa si la heladera no funciona y no tenemos para arreglarla...”.
 
La necesidad de entender: es una de las más insistentes demandas en los casos en que el desamor lastima. Impregna los planteos de quien llega desolado haciendo un recuento de lo vivido y preguntándose: ¿por qué? ¿Por qué ya no me ama, o no me ama como antes, o no me ama como yo quiero que me ame? Preguntas que se transitan con angustia, que tal vez no tengan respuesta porque de lo que se trata es de sentimientos que tienen la densidad de una nube, erráticos, inconsistentes y elusivos.
Quien sabe por qué ama, no ama dice el poeta, y con ello dice una verdad.
 
Esta necesidad de saber acerca del amor, y sobre todo del desamor, y sus respectivas verdades, conduce y encamina muchos de nuestros esfuerzos.
Los encontramos en la clínica en palabras como las de Claudia: “Quiero comprender qué es lo que pasó. Por qué alguien que juraba amarme y quería pasar su vida conmigo, de pronto se convierte en un extraño...”.
Tal vez tengan sentido los versos de Sabina :
“Yo no quiero saber por qué lo hiciste,
yo no quiero contigo, ni sin ti.
Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.”
 
Tal vez tengan sabiduría lo planteado por María Fasce, joven narradora, que dice en una entrevista:
“...empecé a pensar en la necesidad de las mujeres por decir la verdad, por buscar siempre las razones de todo, por explicarse todo. Cuando se acaba una relación nos preguntamos interminablemente “y por qué, por qué ahora no me quiere”, y en realidad no importa: se acabó...todo podía relacionarse con eso, con la verdad y la mentira...
La relación de pareja corre peligro a cada momento, porque es algo que uno elige: esa es una diferencia clave en la vida cotidiana, porque un hijo o un padre van a estar siempre y la pareja, en cambio tal vez no...Estamos rodeados de esas historias pequeñas, de movimientos casi imperceptibles, de repente no sabés que pasó, ni por qué, y querés a otra persona o la dejás de querer.”
 
Este relato no estaría completa si no incluyera lo que di en llamar: “La saga de los 4 psicoanalistas” (vacilé en llamarlos así, pero se trata justamente de profesionales respetados y prestigiosos que ejercen como tales en una de las instituciones más tradicionales).
Los hechos son los siguientes:
Un psicoanalista recibe en tratamiento a una colega, que de entrada le plantea dificultades en su relación matrimonial. Su esposo, con quien tiene dichos conflictos también es psicoanalista.
La descripción que ella hace del malestar entre ellos, y del comportamiento elusivo y ausente de él, le sugiere que él puede estar involucrado con otra persona.
Pero la consultante, si bien lo sospecha, no tiene la certeza, y cada vez que trata de abordar el tema se encuentra con evasivas de su marido, que la elude y evita responder. Lo que el psicoanalista consultado advierte, a poco de recibirla, y confirma por otras vías posibles entre profesionales psi, como las supervisiones e interconsultas, es que efectivamente esa relación extramatrimonial existe y se despliega entre este hombre y otra psicoanalista más joven.
Quien me relata la historia conoce a los cuatro y describe al psicoanalista a cargo, muy responsable, cuestionándose su intervención en este tratamiento y perturbado por el hecho de que la información que él posee lo pone en condiciones especiales en relación a su paciente. A ésta la describe como una mujer conmocionada por las circunstancias, al esposo como “antisísmico” por su habilidad para sortear lo inestable de la situación., en una definición no muy técnica, pero ilustrativa. A la amante se la describe como con una personalidad muy seductora.
A poco de iniciadas las sesiones de esta paciente, su elusivo marido enferma (¿tal vez en relación a su situación de duplicidad?) El psicoanalista sabe por la otra fuente que allí la amante toma distancia y decide unilateralmente interrumpir el “affaire”. El marido pregunta a su esposa (que sigue en la incertidumbre respecto a la existencia de otra persona) si lo va a acompañar, en la etapa que se avecina.
En instancias en que ella, muy angustiada, está trabajando en su análisis el tema, y en medio de una sesión, el psicoanalista que sigue cuestionándose a sí mismo por su responsabilidad, en el colmo de la tensión, sufre un accidente cardiocirculatorio y debe ser internado.
Todo este relato nos pone frente a un hecho: nadie está libre de conflictos y todos somos vulnerables. (Como seres humanos y como profesionales psi)
 
 
MANIOBRAS  DE INCLUSIÓN DE UN/A TERCERO/A
Como éste suele ser uno de los temas reiterados, me detendré en señalar algunas facetas.
Para quien, en una relación estable, sucede que se le suma otro vínculo al primero, suele suceder que este segundo quede registrado, al terminar (generalmente termina), de  diferentes maneras.
Estas transitan por un espectro que va de recordarlo como un “encuentro maravilloso” a referirlo como una “aventura  pasajera”.
 
Respecto al primero de los registros se conecta con la idealización de un encuentro inquietante en tanto transgresor y clandestino pero transitorio y provisional. Por ello  no llega a ajarse con el desencanto que trae el paso del tiempo y el peso de lo cotidiano.
 
Respecto al segundo de los registros, el encuentro como aventura, hubo quien expresó: “Cómo René, mi pareja estuvo de viaje yo salí el sábado...Y cómo yo “puedo resistir todo menos la tentación” me enganché con una chica, había mucha onda, pura histeria. Me vieron con ella. Y ahora estoy esperando que no le llegue, que no le vayan con el cuento,  porque si le comentan ...va a ser para problema. Lo de esa chica fue anecdótico, fue una cagada. Si te digo bien: fue una cagada anecdótica, que no se por qué pasó, porque yo no evalué dejar a René a quien amo, ni cambiar de vida... pero...”
 
Puede suceder que se describa la infidelidad desde una posición culposa como algo no superado, ligándolo a un sentimiento de arrepentimiento . Así escuchamos a Jorgelina.: “Desde mi relación con José no  puedo ni mirarme al espejo. Ese fue un error que no me voy a perdonar nunca”. Se maximiza en estos casos en función de la adhesión a creencias, principios y actitudes cuyo peso podemos examinar pero no desconocer.
 
También minimizar el significado que el episodio pudiera tener a veces, es señalado a modo de disculpa como: “Al fin se pueden contar con los dedos de la mano las veces que estuve con la otra y mintiéndole a mi mujer”.
O: “Al fin se puede contar con los dedos de la mano los otros tipos que tuve desde que me casé”.
Y por último: “Yo soy una mujer muy fiel. Solo tuve un esposo y un amante.”
Incluso existen casos en que la infidelidad puede tener la intención explícita o subyacente de promover una reacción en el compañero remiso, a quien se desafía en la construcción de ese otro vínculo, que aunque esté oculto produce efectos, por esas resonancias captadas más allá de lo explícito.
 
En todos estos casos en que se produce la fractura de una promesa, de la intención de sostener la promesa inicial, en uno, otro o ambos miembros se puede describir el sentimiento de fracaso. Por tanto algo de muerte implícita relacionado a este fracaso devendrá. Ese algo de muerte podrá ser negado o procesado en el duelo por la ilusión perdida. Ilusión de exclusividad y sinceridad que se prometieran y no pudieron sostener.
Ilusión que difícilmente puede ser restaurada una vez que la realidad del otro vínculo se instaura con todo su peso aplastante.
Es obvio que entran en este punto cuestiones que hacen a la ética y que difieren de una a otra persona.
Creo que puede establecerse una diferencia entre éstos casos que referimos (tradicionalmente considerados como adulterios, según la vieja figura) y aquellos que acuerdan un modo de funcionamiento a modo de pareja abierta, en donde la inclusión eventual de relaciones eróticas con terceros o terceras está considerada y aceptada.
 
ACUERDOS PERVERSOS O CRONIFICACION  DEL TRIÁNGULO
También diferenciaría aquellos acuerdos a largo plazo en los que el/la tercero/a forma parte de la cotidianeidad de la pareja inicial, y es incluido como miembro cercano a la misma, sin que se cuestione explícitamente su entidad y sin que se esperen cambios respecto a este modo de funcionamiento.
Resulta difícil no caer en descripciones que suenen censuradoras al mismo, en un trabajo que intenta ser exploratorio y descriptivo.
Pero en la experiencia clínica, lo que registro es que la perseveración en esta modalidad suele producir consecuencias devastadoras. Así, si bien, accidentes y colapsos  cardíacos, malignización de tumores, depresiones profundas, maltrato a los miembros más frágiles del grupo (puedo mencionar casos de cada una de estas situaciones) pueden darse por múltiples causas, algo insiste ¿como efecto? en casos de estos modos vinculares atípicos. Y es que cuando la intimidad del grupo circula por carriles tan diferentes, tan densos y cuestionados, es inevitable ligarlos con sus posibles desenlaces. Si hay una situación afectiva de tal fractura con lo instituido, puede ser difícil eludir la asociación entre lo padecido por los miembros y el desafío que implica embarcarse en nuestra sociedad en una experiencia de ese tipo.
 
EX – ESPOSOS EN VÍNCULO CIVILIZADO
Que la comodidad de la autonomía viene siendo levantada como bandera por aquellos que transitaron en un tiempo el camino del matrimonio, y se salieron de él, es un tópico reiterado.
Que al limar asperezas con el paso de dicho tiempo, se posibilite considerar al compañero de otra manera que cuando en plena pelea se está decidiendo la ruptura, también.
Que llegue a considerárselo como una persona con la cual poder contar en las peripecias de vivir, entiendo que viene siendo más reciente. No era común escuchar años atrás referencias al ex_conyuge que no estuvieran impregnadas de culpa o bien de furia y resentimiento. Era muy difícil pensarlo como otra cosa que enemigo/a, situación que ha variado.
Puedo presumir que ello obedece a la multiplicación de separaciones y divorcios (mal de muchos...) A que la resignación por el quiebre de proyectos juveniles no implica la clausura de todos los otros que pudieran volver a gestarse. A que la disposición a vivir con menos conformidad y nuevos planes lleva a las personas a embarcarse en proyectos  hasta edades más tardías de lo que solían hacerlo. Y a que la modalidad “light” impregna todos los estamentos de la vida, incluidos aquellos que tienen que ver con el destino de los afectos
 
Uno de los descubrimientos que nos depara esta adultez juvenil (y a veces adolescente) es que hay oportunidades en que frente al desbande vital de ese padre o madre devenido en aventurero son los hijos los que asumen una prudencia precoz, una adultez adelantada.
Hijos adultos que se preocupan como Manuel de veinte años: “Mi papá no tiene Obra Social, si le pasa algo me gustaría que estuviera protegido con una...Cuando vivió en la isla ni frazadas tenía, yo le tuve que llevar. Ahora vive con sus padres, mis abuelos,  pero sigue siendo un bohemio”.
Y agrega algo desopilante: “Cuando supo que mi novia y yo nos íbamos de mochileros, dijo que se quería venir con nosotros a esas vacaciones...”
Y Josefina,  de quince le plantea a su madre: “Cómo no vas a ir a saludar a tu mamá en Pascua, por mucho que tengas que pasarle factura, ella también hizo cosas por vos, que tenés que agradecerle”.
Nadina  De veintidós, frente a los reiterados escándalos de un padre violento, alerta y   apoya a su madre diciéndole: “No le creas, que no va a hacer nada de lo que dice. Lo hace para asustarnos, pero no le llevés el apunte, ni dejés que te grite”,
Estos hijos e hijas que frecuentemente ven con extrema lucidez los sentimientos movilizados en sus padres, actúan como moderadores, muchas veces exitosos de los conflictos familiares.
                
También las abuelas vienen cumpliendo un rol más que protagónico en familias en las que las separaciones y divorcios crean condiciones diferentes a la convivencia y a la crianza de los más chicos.
El discernir las ventajas y desventajas de cada decisión que se tome en este rumbo surge de una reflexión, que casi nunca es desapasionada.
Diego comenta: “Vivir sólo tiene cosas horribles como la soledad y otras cómodas. Cómo que entro al departamento y no hay perros, ni gatos, ni nerviosismo, ni gritos de la madre con los chicos, ni los varones jugando a la pelota en el living, ni música estridente, ni Los Simpson, ni Marilyn Mason con sus ruidos.
Pero mi madre, que parece que está en la luna cuando le hablo de que dudo de volver a casa, es sabia porque me dijo:- Si, toda esa libertad que vos tenés es muy linda, pero si querés la compañía que necesitás vas a tener que renunciar a parte de tu libertad.”
Vivir sólo/a efectivamente nos implica en una dimensión existencial de la cual podemos salir bien o mal parados.
Lo que la experiencia y las estadísticas indican es que los varones, más rápida y frecuentemente reinciden en la formalización de nuevas relaciones después de una ruptura.
Para la generación de mujeres que afrontan separaciones con niños pequeños la lucha es más ardua que aquellas que ya completaron las tareas de la crianza.
De éstas últimas es de las que he escuchado: “Es fantástico abrir el placard y ver toda mi ropa ordenada...”
O: “Arreglé el departamento a mi gusto y no sabés lo feliz que me hace no tener que discutir dónde poner un cuadro o una lámpara...”
Pero también, como la otra cara de la moneda, está quien expresa: “No me gusta ir los domingos al supermercado porque van las familias, y aunque no se sabe que pasa en cada casa, me entristece no tener con quien ir...”

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