8 dic 2020

Crónica de Aurora

 1- Cuando Aurora me convocó para escribir, supe que era para reescribir, en una nueva versión ampliada, su primer libro. Le agregaría nuevas reflexiones y allá iría el texto, a las manos de las embarazadas que ella acompañaba, tal como en su momento me acompañó a mí.

Esa tarde, abrió ante nosotras una carpeta y desplegó una serie de papeles, algunos a máquina, otros manuscritos, muchos con tachados y correcciones.

El primero que leyó para mí, lo llamó “Latidos” y era un texto, hermoso y poético, ideal para abrir su nuevo libro.

También me leyó una breve recorrida autobiográfica, interesante para incluir en tanto esa recorrida daba las razones de su elección de carrera y entrega a la misma.

Luego, en la carpeta, otros textos, algunos para corregir, otros para descartar, distintas variaciones sobre un mismo tema: la vida.

 

2- ¿Qué sentí frente a la montaña de papeles? La responsabilidad de ayudar a Aurora a tomar la mejor decisión: embarcarse en la aventura de escribir sabiendo del esfuerzo que demandaría, o asociándome a sus vacilaciones, postergar o renunciar a la tarea.

La vi dudar por lo titánico del esfuerzo, pero también ilusionada ante la posibilidad de que su experiencia y su pasión pudieran quedar nuevamente plasmadas en tinta y papel.

Y me di cuenta que estábamos siendo complementarias. Ella me había acompañado en los momentos más importantes de mi vida: cuando estuve embarazada y pude parir a mis hijos. Y yo había estado con ella cuando concibió y dio a luz a su primer hijo-libro, asistiéndola en las correcciones de estilo y escribiendo el epílogo de su texto, un testimonio  en primera persona de lo que había sido mi experiencia con ella como preparadora de mi embarazo y parto.

Alguna vez yo había escrito algo que se ajustaba a este momento:

Si las tareas de todo ser humano, como bien dicen, son tres: criar tiernamente a un

árbol, cantándole canciones de cuna, escribir un hijo con palabras hermosas para

que pueda llegar a ser y cultivar un libro que crezca y pueda hablar, entonces…

podemos ir sintiendo que hemos cumplido ese mandato…


3- Advertía asombrada que podía describir una simetría mágica entre nosotras. Esto en tanto cada una había estado el lado de la otra, para acompañar, ella el parto de mis hijos y yo el parto de su .libro.

Al fin: las dos habíamos gestado y parido con la otra al lado en una solidaria y silenciosa hermandad.


En la recorrida autobiográfica ella había contado que su nacimiento se había dado de una manera inusual, asomando primero los pies, esto es con una presentación podálica poco frecuente y a veces compleja. Aurora relató que el médico le dijo a su madre que esa niña, que ya empezaba su vida de una manera atípica, sería muy especial y estaría destinada a caminar la vida sobre nubes. Y algo hubo de eso.


Recordé que si bien nos habíamos conocido anteriormente cuando el nacimiento de mis hijos, otra de las cosas que nos habían acercado fue la ayuda en que Aurora me convocó para aprender a conducir vehículos, tarea en la que se había sentido inhibida. Lo suyo era el ámbito de lo humano en toda su diversidad. No pudo existir mayor antagonismo entre mujer y máquina que el que constatamos entonces.

La mujer destinada a caminar sobre nubes no lograba la sintonía con lo concreto y metálico del automóvil, con lo duro y frío de las calles. Aquel intento quedó en suspenso.


4- Su casa, ese jueves reciente, reflejaba como un espejo la índole de su habitante. Cuadros, flores, armoniosa disposición de cada cosa en los ambientes cálidos.

No se trataba de un dato sorprendente, por el talento de Aurora para la plástica. Sabía que muchas veces regalaba sus creaciones: dibujos y acuarelas. No obstante, algunas de ellas, enmarcadas, daban el tono al lugar.

La casa como extensión de Aurora. La casa bella, acogedora, la casa para transitar suavemente, respetando la penumbra y el silencio. Y a su ocupante la encontré hermosa pero inquieta, eran varias las causas. Hacía tiempo que no nos veíamos. Desde la publicación de su libro? Desde su fiesta de cuando cumplió ochenta años?


5- Y me pregunté cómo esta mujer, la que caminando sobre nubes se fue adentrando en el mundo, había logrado persuadir a su familia y lograr su espacio en la  Universidad, en tiempos donde poca presencia femenina se admitía. Eran ámbitos signados por un patriarcado intolerante. Y Aurora fue una de las primeras egresadas de la carrera de obstetricia. De los cincuenta partos solicitados para aprobar la práctica, ella llevó trescientos como anticipación a lo que sería el entusiasmo y la desmesura en su ejercicio profesional.

Porque luego fue el hospital y treinta años de trajinar pasillos. Acompañar a las mujeres más sencillas a tener a sus hijos. ¿Cuántos fueron? Miles.

Relataba la ternura que le despertaban las más jóvenes, las más pobres, las que cruzaban el río para llegar al hospital…El empeño era para que se sintieran cuidadas y protegidas, para que el trance se desplegara con el triunfo de esas madres que llegaban a sus manos.

Esas madres que se iban con sus bebés  nacidos entre llantos y sonrisas, habían hecho su  parte, pero de la mano de Aurora, bajo su mirada atenta, con el auxilio de sus manos, con el sostén de la delicadeza de su palabra.
 

Fueron las destinatarias de su amor.

Por ellas siguió con un aprendizaje continuo, cada vez nuevas herramientas, cada vez nuevos saberes, cada vez mejores experiencias.

Transmitió sus conocimientos y sus destrezas a todos los que se lo solicitaron. Y en la preparación psicoprofiláctica empezó a incluir a los padres. No solo en la sala de partos, sino también antes, durante las clases en que intentaba que ellos también participaran del milagro. Y hubo una oportunidad en que el bebé y ella (avisada a destiempo y tardíamente) llegaron juntos, pero el padre pudo,  merced a todo lo aprendido, cumplir con lo que se requería para que su bebé arribara con éxito. Cuando Aurora lo abrazó le dijo: “Te felicito “Auroro”. Pudiste ayudar a nacer a tu hijo.

Y él respondió: “Porque vos estabas en nosotros, en lo que nos enseñaste”.


6- De todas esas mujeres hubo quienes fueron privilegiadas en su afecto, y las llamó hijas. Mara, a quien yo conociera y que encontró en Aurora una madre con la que compartir tantas cosas.

Aquella otra que pudo vencer vacilaciones y temores y que con su ceguera a cuestas, sin luz para sí misma, pudo dar a luz a su bebé (y allí nunca fue tan cierto, pues su hijo no tuvo esa limitación) y completar un anhelo que quedó así colmado.

Yo sabía del lugar de esa paciente en la vida de Aurora desde hacía años. Pero la conocí personalmente en la celebración de sus ochenta años. Compartimos la misma mesa, Nuestros hijos habían nacido por el mismo tiempo.

Aurora recibió feliz en esa fiesta a sus invitados. Estaba rutilante. Se la veía hermosa en su vestido largo y rojo, ágil y sonriente entre quienes la acompañábamos en la celebración.


7- Si los nombres son preanunciadores de las vidas, los nombres de Aurora Pilar marcan las dos dimensiones de su lugar en mi vida, en las vidas de muchas de las que la elegimos.

Una Aurora que nos ilumine en el transito del embarazo por senderos  a veces escarpados, un  Pilar que no sostenga en la ardua y plenificante tarea de parir.


8- De sus amores del pasado, algunos dejaron huella.

De sus amores del presente cabe decir que le marcan que está viva, que sigue siendo hermosa, que irradia la turbación de quien ha sido conmovida, tocada por la devoción de un hombre.


9- Cuando nació Anahí, tuve deseos de saludar a la mujer que había acompañado a mi madre durante mi nacimiento. Aurora me alentó a buscarla. Nunca me animé.


10- Pero cuando Anahí tuvo su primer trabajo, justamente en la psicoprofiláxis de las embarazadas del dispensario, y supe lo que le significaba, no dude en comentarle a Aurora.

Solo ella podía enlazar los datos y darle el significado que los hechos tenían.

Como si un hilo invisible que me atravesara en mis propios afectos e intereses se desplegara desde Aurora que asistió mi parto y recibió a Anahí en aquella sala silenciosa y en penumbra, y la actitud de mi hija ante la tarea por venir, en el dispensario, al lado de las jóvenes que se preparaban para tener a sus hijos. Era la vida que continuaba alentando a la vida.
mayo, 2008

 

LATIDOS


Se habla de latidos de amor, de odio, de angustia, de sufrimiento, de alegría, de dulzura, de emoción, de ternura. Los latidos que más amé fueron los latidos fetales.

¡Ay mis bebés adorados!

Tenía un estetoscopio de madera. Mi transmisor desde mi oído al corazoncito del bebé.

Una vez en el Hospital Provincial, un colega me dijo: ¿Crees que los latidos fetales son la sinfónica?

Pues sí. Eso eran para mí.

Nada debe fallar. Ni el ritmo ni la intensidad. Es música sagrada. Es lo que transmite el bebé. Ni bradicardia, ni taquicardia, ni espacios silentes.

Comunicación directa con mis pequeños. Nada debe pasar. Es ritmo celestial.

Ellos percibían todo y se establecía una comunicación directa con mi propio corazón.

Hablaba con ellos.

Los amé, los cobijé, los protegí.

Daba mi vida a su favor.

Y el estetoscopio…No se imaginan cuántas vidas me ayudó a salvar.

Y ahora, esos latidos intensificados por el ampliador de sonidos, se parecen a trotes de caballos…

No se, en un momento profesional de mi vida, pedí a Dios no tener hipoacusia.  Y era todo tan milagroso que se cumplió.

Hoy, en mis 85 años tengo hipoacusia.

Se que Dios me escuchó.

Siempre, en mi vida de trabajo pude percibir hasta el más mínimo detalle de sufrimiento fetal.

Gracias a Dios y gracias  a mi oído y al estestocopio de madera que me ayudó.

El que tengo ahora como florerito en lugar privilegiado.

El que todavía me ayudó a escuchar los latidos de mis nietos y bisnietos

Aurora Pilar Berdún

Martes 29 de enero de 2008

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