26 dic 2020

Crónica de San Salvador de Bahía

Había deseado ir a Bahía desde que el azar hizo que me reencontrara con la obra de Emilio Rodrigué. Fue a través de “El libro de las separaciones. Una biografía inconclusa”. Si bien conocía sus escritos psicoanalíticos fue éste el libro que me puso en marcha a buscar los otros. Sucedía que su  producción más interesante, corresponde –para mí- a la época vivida en Bahía.
Buscando uno de sus libros: “La lección de Ondina”, agotado en librerías, es que llegué a conectarme con él (a través del amigo de una amiga, que me proveyó su dirección de correo electrónico).
Emilio me contestó de inmediato: el conservaba un ejemplar del libro y yo podía ir a buscarlo. Le contesté que necesitaba adentrarme más en su obra y luego iría. Desde entonces y por varios meses, intercambiamos correos que me dieron la dimensión de este escritor, creador de un género diferente. Pero no hubo tiempo de verlo, murió antes.
Una amiga me dijo sabiamente: -Por  poner por encima a la obra te perdiste a la persona.
 A partir de allí el deseo de conocer Bahía se acrecentó. La decisión fue entonces ir  en las vacaciones. Gestioné el viaje incluyendo en la aventura a Alberto y Anahí, que ya sabían de mi interés. En este caso coincidirían una cuestión intelectual y los planes de veraneo: Bahía daba para eso.
Ya con los bauchers en mano, armé mi equipaje y mis proyectos. Entre ellos  visitar al amigo de mi amiga, anticuario rosarino en Bahía que me había provisto de la dirección electrónica de Emilio.
En marcha
Los preparativos comienzan con inquietud: Tienda León, con su sistema puerta a puerta nos llevará a Ezeiza. ¿Se acordará de nosotros? Esperamos la llamada en que nos confirmarán la hora de salida. Al fin llaman, será a las 2.30 de la madrugada. Cena en el bar de Guille y Anahí se queda un rato ¿Volverá a tiempo?
Breve sueño sobresaltado, a las 2.30 pasarán a buscarnos. ¿Vendrán? Camino a Bs. As. se suman otros viajeros. Un roce en la ruta y una larga demora por accidente de otros vehículos. En Ezeiza los trámites: despachar el equipaje, pasar por la policía, por migraciones. Pre-embarque. Demora en la salida.
Finalmente en vuelo. En Bahía nos aguarda Gabriel, nuestro guía, que queda lago rato esperando a los remisos. Es estudiante de Psicología, pero también partícipe en el culto de los Orixás, los dioses que trajeron los esclavos desde Africa.
Y entramos a las  calles de Bahía, cuando desde el aeropuerto nos dirigimos  hacia el hotel. Gente en las calles y en las plazas, música, jolgorio (qué palabra antigua!). Gabriel nos cuenta que al día siguiente hay una visita al Centro Histórico por la mañana. Que a la noche va a bailar, como todos los lunes e invita a todos. Es en una antigua Iglesia convertida en Centro Cultural.
Nos dice del barrio más tradicional, el Pelouriño, y el significado. Tiene su origen en el “pelo” que era el poste al que se amarraba a los esclavos en la plaza para castigos públicos y ejemplares. Nos cuenta de la tradición Africana preservada en el culto a los “Orixás” y su ensamble con los Santos de la Iglesia Católica.
Gabriel cuenta que a los esclavos que construyeron la historia del lugar los capturaban en Africa, y destinados a la esclavitud, venían por mar, arrancados de su tierra. Si se deprimían o se sublevaban la decisión era contundente: arrojarlos al mar. (Como en los vuelos de la muerte, recuerdo. La sublevación se paga caro en todas las épocas?)
Tendré mucho para pensar, presiento.
El hotel es bello, la cena, la parte de la cena que queda en los platos, me embarga de mala conciencia pensando en la pobreza que atisbamos desde el traslado desde el aeropuerto. Buscamos en el mapa y se hace patente por qué Bahía se llama Bahía. (Como aquella vez, cuando describiendo las imágenes en la compu le contaba a Vanina  por qué la Costa Azul se llama Costa Azul, obviedades, que de serlo tanto se nos pasan por alto)
Primer día.
Junto al pasaje paradisíaco, la contradicción y la incoherencia que nos golpean desde la calle.
Frente a la Iglesia de la Misericordia, el vendedor ambulante me regala la primera cintita: Remembranza del señor de Bonfim. Del buen final, de la buena muerte? Alude a la Iglesia de Jesús Crucificado y que conoceremos.
Allí. En esa iglesia a la que iremos más tarde. se deja la cintita, atada en la reja como prenda de gratitud, o como pedido de gracia.
Al lado de estos vendedores ambulantes, que ofrecen sus mercaderías, otros. Otros que mendigan. Y aún los que ni siquiera piden, tirados en la calle, durmiendo junto a sus perros flacos.
Y en contraste con éstos, otros negros de traje y corbata, que custodian los Museos, o controlan en los lobbies de los hoteles,
En el hotel siempre alguno de ellos nos abre la puerta, en el comedor otro retira de la mesa del desayuno, los sobres de azúcar, las tazas vacías, los restos.
La mulata con vestidos amplios y paño en la cabeza es de piel más clara que la mía.
Otra muchacha, en el elevador Lacerda que comunica la ciudad alta con la ciudad baja, pasa a mi lado. Delgadísima, se pierde en la multitud.
Por la mañana, en un bar, vimos a Manuela, que detenía a los turistas. Está a la puerta de un restaurante, con su traje típico, y con desenfado invita a los turistas a parar allí.
A uno que se para a su lado para la fotografía le pellizca el traste.
A otro que avanza serio le dice: -Bigotazos! (Son como manubrios de bici) y sale a su encuentro para abrazarlo.
A Gabriel, que conduce nuestro grupo y le pregunta: -¿Cuándo vamos a casarnos?, le responde: -Mirá que yo quiero sexo todo el día…
Desenfadada como pocas, Manuela concita las miradas risueñas.
Pienso en la mulata de la mañana en el desayuno, en la chica del elevador, en Manuela. Una y otra y otra versiones de la mujer Bahiana.
Gabriel nos cuenta que hace varios años eligió la tarea de guía. Que antes se desempeñaba en un cargo en una empresa donde tenía muchas ventajas en cuanto a estabilidad, pero no era feliz. Cuando enfermó de cáncer, se replanteó su vida, y al superar la enfermedad, decidió que trabajaría en esto, que es lo que le gusta. Entre tanto completa su carrera y está vinculado al culto de los Orixás, con una responsabilidad de auxiliar en las celebraciones.
Visita a Bonfim, donde unos niños nos cantan una canción y se despiden con un “Thenquiu mister”. Les digo que no hablen la lengua del Imperio pero, contradictoriamente,  les extiendo un billetito arrugado: es de un dólar. Otra incoherencia más!
En el Mercado Modelo recorremos los puestos. Me siento a descansar y una anciana que se sienta a mi lado me hace comentarios que no entiendo. Pero lejos de que mi perplejidad la disuada, sigue la charla, amigable. Cuando me levando para irme la saludo con la mano y responde sonriente.
Segundo día
Paseo en barco, con músicos a bordo. Playa en Fraile y recorrida por Itaparica. Vemos gente llevando flores a Aimanyá.
Vamos a la fuente de la Juventud y bebemos de ella. Dicen que otorga amor, salud y dinero
En el paseo, un niño rubio del contingente,  muestra sus habilidades en Capoeira, junto a unos jóvenes agiles, diestros, de movimientos felinos. Tendrá 8 años, pero es tan asombroso en su elasticidad como sus contendientes
Vamos a la noche del Pelouriño en un taxi. El conductor, locuaz, se interesa por nuestra procedencia. Pregunta por Cristina y cuenta que le gustaría aprender a bailar tango. Se presenta muy formal, dándome la mano. Ya en destino, con nuestros amigos caminamos las calles, será una chica muy joven la que me coloca otra cintita en la muñeca mientras comenta: Yo tengo una niña, y se baja la ropa mostrando la cicatriz de la cesárea.
Descubrimos el Pelouriño como fiesta permanente, preparando el Carnaval. Seguimos a una comparsa que bailaba desde antes y sigue bailando después que la dejamos.
Un artesano que muestra bolsos, cinturones y sombrero hecho con las chapitas de gaseosas, me desmoraliza. Aunque vengo juntando chapitas desde hace mucho tiempo, nunca lograré la perfección de sus piezas…
Un taxista que nos devuelve al hotel interrumpe su caipiriña, para traernos vertiginoso, en un estilo de conducción, que ya descubrimos que es el habitual, pero que nos deja sobresaltadas,
Alegría, desparpajo y una energía inagotable en las calles.
Otra singularidad: Matrimonios interraciales. En el desayuno había puesto atención en un chico de unos 12 años con un peinado llamativo, el cabello separado cuidadosamente en mechones que se erigían como chufitos,  que no llegaban a rastas, pero lo intentaban. El chico mulato, desayuba con su padre blanco, a los que se sumó la madre cuyo pelo canoso contrastaba con lo oscuro de la piel.
En otra de las mesas era una adolescente la mulata, y allí el padre era negro y la madre blanca.
Pero caminando el Pelouriño fue que tomé nota de la integración. De frente caminaba una joven muy blanca, que me llamó la atención porque caminaba dando de mamar a su bebé negro. Me capturó esa imagen, de modo que tardé en ver a su lado al gigante negro que la llevaba del hombro.
Tercer día
Visita en pleno barrio de Río Bermelho, a Osvaldo, el anticuario que reside desde hace 25 años en Bahía.
Es Rosarino. Es quien me conectó con Emilio cuando quise escribirle.
Fue amigo de Emilio y compartieron muchos momentos. Me impresiona su sensibilidad y sencillez.
Nos cuenta que la situación de desigualdad social y económica, implica que el 10 % tenga el 80% e recursos. No obstante, es la primera vez que se toman algunas medidas, como favorecer a la población negra con becas, para que tenga acceso a la educación superior, meta imposible para las generaciones  anteriores. Nos cuenta que su empleada desde hace 20 años, que es negra, como su esposo carpintero, pudieron ver ingresar a sus dos hijos a la universidad, y que eso es resultado de tales cambios.
Nos da un pantallazo de las expectativas creadas a partir e estas medidas, aunque llevará mucho tiempo ver los resultados de estos esfuerzos.
Nos indica visitar la calle San Antonio, empezando desde la casa de Jorge Amado. El  trayecto, de casas coloniales en restauración, es interesante.
También nos sugiere ver el Museo de Arte Sacro.
Conocemos sus piezas más valiosas en el negocio de antigüedades, que da a la calle, que es también su casa. Es en desniveles. Desde donde estamos, un escritorio con la compu, en que preparó fotos de Emilio en sus últimos tiempos, podemos ver más abajo el patio donde hay plantas y dos loritos se acicalan uno a otro en su soporte.
Es una casa mágica, con un anfitrión cordial y generoso, que nos cuenta de sí mismo .  Entre sus ancestros figuran un noruego casado con una sueca, alemanes, franceses, italianos y una tatarabuela india.
Cuarto día
Playa y paseo San Antonio.
En la playa es un anciano el que nos señala un erizo sobre la arena y da una explicación, en la que reconocemos la palabra agudo (por las espinas). Luego comenta algo así como que tiene que entrar a trabajar y se va.
Bahía como suma de música, colores restallantes en amarillo, rojo, naranja. Sabores a los que hay que animarse. Olores y contactos, No temen tocar, dar la mano. Cantar, danzar, jugar.
En San Francisco un guardia, al que nos dirigimos se esfuerza en indicarnos y las barreras del idioma, otra vez, no son obstáculo. Cuando nos despedimos nos da la mano..
El paseo por la calle San Antonio, escarpada y pintoresca nos lleva a la Iglesia de “Nuestra Señora de los Pretos”, a la del “Carmo” (Nuestra Señora del Carmen)” con su Cristo  tallado en cedro con incrustaciones de 2.000 rubiés simulando gotas de sangre. Pasamos por la del “Santísimo Sacramento”, y por la recién restaurada de “Nuestra Señora de la Concepción de los Boquerones” y llegamos a “San Antonio”, en proceso.
Quinto día
Playa y Museo de Arte Sacro. Logramos el entendimiento a veces y otras no. Quedaba suplantado por las ganas de hacerse entender. Todos, la señora que en el colectivo nos advertía del camino a tomar en el Pelouriño, jóvenes , adultos, ancianos, como aquella viejita que en el Mercado Modelo que se sentó a mi lado y charló mil cosas. O el señor mayor, que en la playa nos señaló el erizo.
Sexto día
Playa, el vendedor de pareos traba conversación. Al despedirse nos dice su nombre y nos da la mano. Agrega a nuestra compra  y de  regalo, un collar blanco.
Paseo panorámico con escalas en Bonfim y Ribeira.
Vehículos que pasan vertiginosos, haciendo zigzag pero con una canción en los labios, mientras que entre los nuestros tenemos el corazón y los ovarios.
Séptimo día
Pelouriño. No alcanza a los mendigantes el real que piden. Ni le alcanzarían dos. Ni 10.
¿Quién compensa a generaciones de expoliados y explotados. En la plaza la estatua de Zumbí, el héroe de Palmares.
Alberto le presta particular atención y pide a Anahí que tome fotografías de las placas en el pedestal.
¿Qué tienen que ver con él, con Zumbí, el mozo que esta mañana,  al verme medio dormida, con la taza en la mano mirando las bandejas sin acertar a elegir qué servirme, me tocó el hombro y en silencio, me acercó un platito y cucharita para la taza huérfana? ¿ O la moza mulata (de piel más clara que la mía) que cuando se me cayeron los cubiertos al tratar de alcanzárselos, dijo conciliadora: “Eso pasa”?
¿Qué me llevan a sentir con actitudes más que serviciales? ¿Y que sienten ellos ante turistas que, como nosotros no se amoldan del todo a las expectativas?
Un panorama provisorio
Alberto  había comentado su visita al Museo Marítimo desde la rabia y la pena ante la violencia perpetrada, la injusticia sostenida. Lo inhumano de la esclavitud,  lo cruento de los traslados en los que tantos morían. La imposición de un destino, el despojo de la propia vida, toda la historia recapitulada de la población negra en Bahía.
Y yo le había  relatado la saga de Zumbí. El héroe del Quilombo de Palmares (república de esclavos que huyeron a la selva y se dieron su propio gobierno) que en 150 años resistió el acosos de los holandeses primero y después de los portugueses. Fue muerto, decapitado y su cabeza exhibida para escarmiento de los rebeldes.
(Y otra vez asocio, no fue Juana Azurduy al rescate de la cabeza de su marido, expuesta por los enemigos?)
Las guerras de independencia tienen sus héroes.
Emilio Rodrigué nos cuenta en “Gigante por su propia naturaleza”: “Palmares pasó a la historia como la Guerra de los Esclavos. Eso lleva a una reflexión. Tanto Ganga-Zumba (su predecesor) como Zumbí, nacieron libres en suelo palmarino, y lucharon toda su vida para mantener su libertad ¿Eran esclavos o no? Quizá la pregunta sea otra: ¿Qué es ser esclavo? O También: ¿Qué es no serlo?”
Pero pese a todo esto, no vi en Bahía resentimiento sino una inmensa capacidad para el disfrute llano, para el goce de la vida. Aún en la miseria de los barrios sórdidos no hubo gestos amenazantes ni intimidatorios. Más que eso, la impresión fue la de una permisividad seductora que nos , que me, llevó a desear volver.
Parte de esa permisividad parecía haberme impregnado, cuando en el aeropuerto fuimos a un bar. Anahí nos salvó del papelón, porque yo aseguré que teníamos suficiente para el almuerzo, de modo de gastar los últimos reales  Alberto pidió sin reservas lo que quería, pero fue ella al hacer la cuenta, que descubrió que en vez de los 42 reales que debíamos, teníamos solo 41, que la cajera mulata aceptó con gesto de resignación como si estuviera acostumbradas al despiste de los turistas.
Anahí, había hecho una compañera y un amigo, desde la primera noche en que fueron a bailar.
Alejandra y Diego fueron compartiendo playa y charla desde esos primeros días. Ahora se que enviaron sus fotografías e intercambian correos.
Pero también estuvo siempre cerca Juanita, su amiga pequeña, con sus encantadores y recientes 5 años.
Juanita nos remitió a la época en que ellos, nuestros hijos crecían, y por la gracia y espontaneidad se ganó  un lugar en nuestros afectos. Quedó una bella foto de Juanita y Anahí en el aeropuerto cuando ya nos despedíamos, como testimonio del momento.
M.C.M. 2010

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