21 dic 2020

Croniqueando

 Los encuentros de fin de año

 
Ya sabemos como funcionan. Pareciera que si no vemos antes de las fiestas
a los parientes amigos, algo grave sucederá. Capaz que pueden creer que no nos interesamos en ellos y entonces dejar de querernos…¡Y eso jamás!
Los encuentros de este año tuvieron su cuota pintoresca.
Desde toparnos en plena peatonal con Felipe, eligiendo algo para su mujer, a pararnos con Marta que le hacía prometer a su hija que no la dejaría tentarse con la presentación de un libro en Ross, agotada como ya estaba con la compra de regalitos.
La Navidad fue en casa. Y fue una mezcla de Almodovar con Woody Allen con toques nostalgiosos de Fellini.
Por empezar que Huan, nuestra doga cachorrona, encontró un compañerito de juegos en Camilo, el coquer bebé de Lisena. El tema fue que con la lluvia, en vez del patio para retozar, (es lindo tener casa con patio, dicen) lo hacían debajo de los caballetes que sostenían la mesa de Navidad. En fin, mantel de ocasiones especiales y velas y copas bonitas y todo eso.
El coquercito bebé pasaba gracilmente entre caballetes y patas de las sillas. Huan pesa 40 kilos y es torpe. Entusiasta y amistosa pero torpe. A campo atraviesa hay poco riesgo de que lleve nada por delante. Bajo mi mesa de Navidad ella perseguía y jugueteaba con el coquercito, haciendo temblar las cosas sobre la mesa que aferrábamos con manos y dientes para evitar que las arrastrara. Supongo que en una descripción tierna podría decirse que no pararon de jugar en toda la noche.
Pero convengamos que fue un poco incómodo cenar  sosteniendo la mesa del descalabro, siempre en vilo de las corridas de Huan y Camilo enredados en nuestras piernas.

Cuando llegó la hora de intercambiar regalos, todos estábamos tan contentos…
Las chicas no paraban de reír.  En verdad se burlaban cruelmente. Yo no sabía por qué. Era porque según concordaron, no di con las medidas de las bombachas rosas de rigor, y las que elegí resultaron inmensas. Para compensar, el calzoncillo que le había comprado a Pablo era chico. Elegante pero  muy chico.
Bueno, entre la lluvia, los brindis y los juegos de Huan y Camilo debajo de la mesa y tropezando con los caballetes, fue pasando la noche.
Sólo que hubo un momento, en el que, sosteniendo con una mano un trozo de pan dulce, con la otra mi copa y con el mentón el platito de helado en que me pregunté: ¿Qué hace una chica como yo en un lugar como éste?
 
Y si el 24 fue de Almodovar , tengo que reconocer que el 31 fue de Kafka.
A la mañana ya tuve un par de encuentros interesantes.
Un borracho que empezaba la celebración desde temprano.
Una ancianita gentil que esperaba el expreso a San Lorenzo con un par de bolsas. Como tenía dificultades para subir al cole con ellas, pidió que se las alcanzara al estribo. Eran pesadísimas. Cada una tenía media docena de porrones. (¿!¿!¿!)
Cuando pasaba por la plaza de Alsina y Córdoba vi algo llamativo. En esa plaza, a veces he visto una chica que pasea su  caniche. En una oportunidad una vecina llevaba a su gato siames con una correita muy mona. Pero esta vez me sorprendió un señor muy compuesto. De camisa sport y bermudas planchaditas, con los brazos cruzados y actitud calmada esperaba pacientemente que su mascota terminara su paseo matinal. Solo que la mascota era una tortuga que se caminaba por el pastito bajo su mirada vigilante, con algo de paternal.
 
Al tardecer nos preparamos para viajar a casa de Graciela. El auto venía de una rectificación. Al llegar a las Cuatro Plazas empezó a echar humo.
Como al rato salían los chicos con el auto de Martín y hacia el mismo destino sugerí con mi tono más diplomático: -¿Y si lo dejamos aquí y les decimos a los chicos que nos levanten?
Pero él contestó muy seguro: Quiero ver si anda sin problemas en la ruta.
Pero en la ruta dejò de funcionar. Entonces llamamos a los chicos, y como soy una dama, no le dije: —¿Viste?
Cuando los chicos llegaron, la idea era  tratar de remolcarlo. Pero no teníamos lanza. Tampoco de donde engancharlo. Entonces llamamos al auxilio. Que dijo que iba a venir en dos horas. Nos perturbaba que nos estaban esperando para la cena y habíamos prometido puntualidad..
Entonces decidimos que A. y P quedarían esperando el auxilio e irían después, mientras nosotras nos adelantábamos en el auto de Martín.
Pero sucedió que cuando ya casi llegábamos los que íbamos en avanzada recibimos un llamado de P. que contó que el auxilio había avisado que no iba a venir, ni en dos horas, ni en cuatro, ni nunca hasta el otro día.
Claro, entonces volvimos a buscarlos, y después de empujar el auto a un lado, retomamos el viaje. Y como soy una dama tampoco dije : ¿Viste?
Anahí que había fracasado en intentar comunicarse con la madre de Laura que es tan responsable, y estaría nerviosa por nuestra demora, cortó por lo sano y decidió intentar con Laura que es adolescente y por ello menos confiable. Pero he aquí que con Laura si pudo comunicarse para avisar de nuestra demora, porque ella el celular lo usa para lo que corresponde.
Cuando llegamos ya era cerca de medianoche.
 
Yo había recibido esa mañana un folleto de una Iglesia evangélica que tenía como título: La vida en un pacífico nuevo mundo.
Pero la verdad, no me sentía viviendo en un pacífico nuevo mundo.
En fin, las celebraciones tienen esos imprevistos que la gente buena asegura que le ponen encanto. Será cuestión de pensarlo.           

2007

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