22 dic 2020

De historias de sobrevivientes

 Si he considerado atinado conectar la reflexión sobre una ética en el uso de la palabra (tal y como surge de diferentes perspectivas) con las próximas páginas, que testimonian lo vivido por sobrevivientes, es porque lo creo válido. Esto es, porque el relato de lo recordado y nombrado por sus protagonistas, implica una recuperación de la palabra plena. Una palabra que sustenta un decir, que por acallado, en algún caso, por largo tiempo, corría el riesgo de ser olvidado.
Estos testimonios implican una ética en el decir y una ética en el vivir, que si hubieran quedado silenciados, nos dejarían privados de verdades profundas y elocuentes.
Jack Fuchs , del relato de su vida en “El árbol de la muralla”
Jack habló y dijo: “Lo que se proponían en los campos era deshumanizarnos. Pero no pudieron” “Dios dijo haya luz, y hubo luz. Quiere decir que primero vino la palabra, pero con la Shoah no vino primero la palabra, sino el hecho.” Postergación para decir, para contar lo irrepresentable: la muerte y la locura. ¿Cómo contar lo que no tenía palabras que nombraran?. ¿Cómo encontrar explicaciones para aquello que queda fuera de toda explicación? Hay quien dijo que los cuarenta años de silencio de Jack pueden asimilarse a los cuarenta años de peregrinación por el desierto. Y al cabo de los cuarenta años sobreviene la palabra. Los victimarios no dieron su palabra, no dieron explicaciones, se escondieron. Las víctimas tuvieron que buscar esa explicación, inventarse las palabras: vernitchen, holocausto, shoa.  Y Jack Fuchs dice en “El árbol de la muralla”: “El mundo calló, los árboles callaron, el cielo calló, lo que pasó acá ¿quién puede saberlo?, ¿y quién puede comprenderlo?”.
Como el árbol milagrosamente reverdecido en el muro que rodeaba el ghetto de Lodz, él también perseveró vivo. El árbol que hincando sus raíces entre los ladrillos logró superar el viento y volvió a sonreír en sus hojas, Jack remontó la tormenta y permaneció arraigado a la vida.
Después del guetto, después del campo, después de la orfandad. Después de la enfermedad,  del despojo de sus afectos y de su tierra, pese a la profunda soledad “nosotros ganamos porque nunca pudieron deshumanizarnos”, cuenta Fuchs.
Y  sintiéndose “condenado a vivir” y obligado a testimoniar efectúa un ejercicio de la memoria en la reconstrucción de la verdad. Verdad de la tragedia que transitó, pero también escuchándolo se recuperan imágenes de su vida en familia, antes…
Y sumerge su historia personal en la historia. Y desde allí cuenta:
 
 “Asociar el nazismo exclusivamente con la destrucción de los judíos es cometer dramáticas omisiones, que nos perjudican a todos”. “Entre las víctimas del nazismo estuvieron los opositores políticos, las personas con discapacidad, los testigos de Jehová, los homosexuales, los ciudadanos polacos, los gitanos...”
Y la relata también, desde la delicadeza y el cuidado por el interlocutor. Con los mismos con los que cuidó a su hija, a sus nietas.
Fuchs sobrevivió, ya cumplió 88, conoce los aspectos más sombríos de la naturaleza humana cuando refiere: El primer mandamiento dice ‘No matarás’, ¿no? Quiere decir que la gente se mata”, pero sin embargo sostiene: “Mataron a millones, pero no nos pudieron deshumanizar”.
 “Mi abuelo me decía que el que escucha se convierte en testigo”, así nos convertimos en testigos.
Fuchs incluye en los diálogos del film a su nieta. La verdad soslayada cuidadosamente por años emerge, y los encuentra solidarios. La transmisión de una a otra generación se cumple y la memoria queda preservada. Fuchs piensa que habiéndose protegido recíprocamente por años ya pueden poner las palabras que nombran.
Su hija Mariana de niña, cambiaba de canal cuando intuía que las imágenes podían convocar al dolor. No se preguntaba para no ofender, no se relataba para no agobiar.
Hasta hoy no puede dimensionarse lo vivido. “Y las preguntas que surgen de la lógica no tienen respuesta, porque aquella realidad no tenía lógica”.
¿Se aprende algo de tanta muerte? Jack no es esperanzado cuando recuerda las guerras sucesivas. “El hombre contra sí mismo. El enemigo más grande del ser humano es su semejante”.
El problema es que los testimonios fueron siempre los de las víctimas y no los de los victimarios. No había quien escuchara. Los hijos de sobrevivientes  sobrellevando también esa historia.
Todas son verdades, el de quién las acalló, el de quién la sostuvo. Sólo que cambian las formas de transmitirla, porque “nadie fue a una escuela de sobrevivientes para que le enseñaran. Yo nunca perdí el humor, pero no hablaba con nadie de esto. ¿Qué podría decir?”
“Después de la muerte de mi señora, empecé a contar. A nosotros nadie nos dijo “no lo cuenten”, sino que no nos preguntaban porque tenían miedo de lo que fuéramos a contestar. Y tampoco sabían qué preguntar, porque es una situación casi de fantasía… nosotros pensábamos que era propaganda contra Alemania: simplemente no nos entraba en la cabeza que pudiera existir algo tan ilógico….nadie esperaba eso. Yo incluso llevé mi álbum de estampillas. Se debe recordar, pero cada uno hace lo que puede”.
Leandro Arteaga entrevista a Tomás  Lipgot. Y el director del film, dice a Rosario/12 que "los paralelismos entre lo que pasó en Alemania y acá durante la dictadura son obvios, hay una relación muy grande. La memoria es una sola y es una cuestión compleja. Jack tiene un libro que la problematiza -Dilemas de la memoria. La vida después de Auschwitz, donde da cuenta de todos los vericuetos en esta lucha, porque la memoria es una lucha contra el olvido, para que este monstruo tan grande no lo devore todo. El olvido es automático, sucede todo el tiempo. Por eso, esta memoria que estamos celebrando es una construcción".
-“ Su explicación sobre la frase "ahora puedo morir", que recuerda decir al salir de Auschwitz, es extraordinaria. Era morir como una persona, habiendo recompuesto su dignidad, en la Cruz Roja que lo asistió entonces”.
- “El tiene esa capacidad reflexiva. A mí me emociona mucho su nivel de sinceridad. Todo el tiempo es muy consciente acerca de qué es lo que le sirve contar porque, después de todo, la clave para la transmisión también está en no contar ciertas cosas que no permitan construir, más allá de si se las recuerde o no”.
Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernandez Huidobro escriben “Memorias del calabozo”
Jack Fuchs dice: ”Se debe recordar, pero cada uno hace lo que puede”.
 Mauricio es más categórico cuando cita una frase: “Al que recuerda el pasado hay que arrancarle un ojo. Al que olvida, los dos”. La memoria como obligación ética del sobreviviente, del que se convirtió en testigo.
 Y también a ellos quisieron deshumanizarlos. Ellos reconstruyen aquella lucha, en que tenían la certeza de que debían sostenerse. En que “La cuestión era edificar la esperanza a pulso”. En que “Sobrevivir era el motivo de nuestras vidas. Como un acto de resistencia”.
 Sabiendo de que trataba de defender a muerte el equilibrio, permanentemente acosado y en riesgo. Para defender ese precario equilibrio instalarse en las certezas. Así se decían: “Hay una cosa que no me pueden sacar: mi fuero interno, mis ideas, mis fantasías”.
 “Quisieron eviscerarnos el alma. Cada minuto era una batalla. Una difícil montaña que escalar, hasta componer un año, varios años. Sin ver más que muros.”
También a ellos intentaron destruirlos en su dignidad. Sobrevivieron sí, pero sabiendo que un punto:  “Nosotros estamos viviendo hoy, todavía dentro de los calabozos, todavía no hemos salido, en el sentido de que no hemos podido enterarnos cabalmente de todos los acontecimientos que ocurrieron en esa época”. (Como Elie Wiesel: Seguimos en un punto viviendo dentro del campo. De allí nunca se sale del todo…)
Y en aquel tiempo de oscuridad tuvieron que valerse de sus recuerdos para resistir, de sus convicciones para permanecer lúcidos  “Teníamos que vivir con lo puesto adentro”. Sabían que “El derrumbe en la desesperación hubiera sido el triunfo del otro.” Y eso no lo podían permitir.
En la privación, en el aislamiento, en la incertidumbre…de lo único que podíamos valernos era de “lo puesto adentro”. De esos recursos dependíamos para seguir viviendo. Y eso “puesto adentro” Como las palabras que nombran, tuvo la fuerza de mantenerlos vivos, de mantenerlos cuerdos en medio de aquel ámbito de locura y de muerte.
Como ellos : Joaquín
Su ejercicio sacerdotal entre los más humildes fue la causa por la que se lo llevaron. Estuvo muchos años allá, en la cárcel del Sur, pero pudo volver. Y entonces contó: “Podían hacerme desaparecer, torturarme, matarme, lo que no pudieron lograr, es que yo fuera como ellos”.
Vio  morir compañeros en el frío de la celda helada y húmeda. Pero era joven y fuerte y sobrevivió. Cuando salió volvió a instalarse en el mismo lugar del que lo habían llevado: la villa. En su decisión y en su perseverancia: el mensaje.
También Marta
El carcelero nos dijo: “De aquí las vamos a sacar muertas o locas. Había que resistir. Para dar testimonio”. Era la obligación ética a sostener a contracorriente. A veces a contracorriente de sí mismas cuando la desazón ganaba. “Así si una se “encuchetaba” las otras la acompañábamos y le insistíamos en que volviera al grupo, a la fuerza del grupo”.
Cuando una no quería el rancho inmundo, que vertían en el plato, otra le exigía: “Comé hoy, comé algo, que tenemos que poder seguir delante, vivas y resistiendo”.
Entonces
Así en Jack, con su hermosa metáfora de su vida como la del arbolito, crecido entre los ladrillos de la muralla, que se obstinó en seguir vivo, como él, pese a las tormentas…Como en  Mauricio y Eleuterio cuando luchaban para no derrumbarse en la desesperación, y edificaban la esperanza a pulso…Como en Joaquín y Marta, y tantos y tantos otros, la fuerza de sobrevivir estuvo en dar testimonio, en evitar el olvido, en honrar la verdad que los sostuvo. En perseverar en la vida.
El rescate de las palabras ha sido fundamental en todas estas vidas. En todas las vidas.
Pero para concluir quiero traer las palabras de  dos amigos que también se refieren a la fuerza y el sentido de las palabras. Y aunque uno es un psicoanalista que ejerce el humor, o un humorista que ejerce el psicoanálisis, y el otro es un escritor que nos ha regalado bellas canciones, creo que vale incorporarlos en este escrito, porque traen la voz de lo cotidiano.
Rudy escribe:  El problema no es creer en las palabras, sino en qué palabras se cree. No es lo mismo creerle a un “te quiero” que a “síganme, no los voy a defraudar”, “no te va a doler” o “no te preocupes por la plata” ni mucho menos “dejemos aquí por hoy”. En realidad, esta última frase no es cierta, ya que el analista se la dice a un paciente, pero es el analista quien se queda aquí por hoy, mientras que al paciente esa frase le funciona cual experiencia pavloviana indicándole que debe irse. Más correcto, aunque menos glamoroso, sería “déjeme aquí por hoy”.
En verdad, sucede la mayoría de las veces, ni el paciente deja, porque la sesión sigue desplegándose en él, ni mucho menos deja el analista, que se queda con su retrabajo de lo que sucedió, y en la expectativa de lo que seguirá “en la próxima”.
                                   
Adrián Abonizio relata: El pibe entra al aula con sombrerito de rafia muy bonito en el primer día de clase. La maestra decide que se lo tiene que sacar. El niño protege su testa y su libertad. Ella reclama por una falta de respeto. El pibe de ocho años solo responde: "¿A qué?" Y es esa frase sola es la que la encrespa a la señora soberana del aula para llevarlo a dirección. El pide que le expliquen, ella que lo expulsen, pero el sombrero, que no es una mala palabra ni una falta de respeto a nadie, permanece en la coronilla del ángel libertario de ocho años. Su papá le ha dado armas para defenderse del nazismo escolar: La palabra.
Ella es la protagonista.
María del Carmen Marini marzo 2013

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