Reflexiones(*)
1 ACERCA DE MUROS
Entre el zanjón con que están queriendo rodear al barrio “Tango” para separarlo de la villa cercana, y el muro que levanta Macri en torno a la Villa 31 ¿hay diferencias? Ambos, muro y zanjón, parten de la idea de un “ellos” y “nosotros”. Guillermo Saccomano tiene un cuento insoslayable en el suplemento “Verano” del 4 de enero. Se llama precisamente “Ellos y nosotros”.
-En calle Entre Ríos, casi San Lorenzo hay gente aglomerada. Me detengo y los comentarios dicen que hubo un intento de arrebato. En la vereda de enfrente, el móvil policial está acercándose al cordón. Veo a dos chicas jóvenes. La supuesta ladrona tiene el cabello más claro, y acepta dócilmente que le pongan las esposas. La otra habla con uno de los agentes.
Entonces, escucho todo el espectro de opiniones. Como suele suceder alguien dice: "Que se lleven presa a esa lacra". Otro comenta: "Sí total, entran por una puerta y salen por la otra". Y, al fin una mujer cuenta: "A mi hijo lo mataron en un robo". El clima es de hostilidad. Yo no siento hostilidad, pero sì una contradicción que llevo a cuestas.
Miro las dos chicas, jóvenes las dos. Pienso en las circunstancias que las a pusieron en este día y en este momento a coincidir en esta calle en esta confrontación que convoca las palabras de los testigos. Casi todos furiosos y acusatorios. Tal vez si los dejaran, llevarían la agresión de las palabras a los hechos. Como aquel episodio de drama del barrio Azcuénaga que nos avergûenza.
Y me encontré, como otras veces, con el ambiguo sentimiento de pena por las dos. La pregunta respecto a si se puede realmente influir en las decisiones, en la trayectoria de vida de los otros. De lo que lleva a alguien a robar, a arrebatar, a agredir.
2 EL VERANITO DE SAN JUAN
También me acordé del intento de robo a "El Boliche" y la mujer con sus niños vociferando.
El negocio, poco antes inaugurado, estaba rutilante en los envases de chocolates y alfajores, colorido en los envases de bebidas, y con la limpieza del blanco de las paredes recién pintadas. Ellas dos habían trabajado mucho para ponerlo en funcionamiento. La mujer entró con sus dos chicos, uno en brazos, otro colgado de su pollera. Y empezó a preguntar precios y mirar todo, tal vez sin intención de comprar, tal vez haciendo tiempo. ¿Esperando que se distrajeran? ¿Con el propósito de ver qué podía llevarse de lo que estaba a mano, tentador en la góndola? Dejó la cartera abierta bajo una de las pilas de galletitas. Cuando una de ellas corrieron a la cartera de lugar, aludiendo a que allí incomodaba, se dio cuenta que no la perderían de vista, y con enojo, desbarató uno de los estantes , diciéndole a una de ellas: “¿Vos sos la que acomoda aquí?” mientras desparramaba los paquetes. Luego a los gritos, empezó a insultarlas y desde la puerta del negocio, a acusarlas a grandes alaridos de que querían pegarle, a ella y a su criatura. La gente que transitaba por la calle, escuchó sus gritos. Cuando la que estaba tras el mostrador salió y pudo ver su embarazo a término, siguió insultando, pero con menos convicción. Al rato se fue.
Me imaginé el momento del escándalo, con el que expresaba la furia por no haber podido lograr su propósito: llevarse algo de lo que allí se mostraba. Y me imaginé también la bronca de las acusadas, con pleno conocimiento del esfuerzo y sacrificio con que persisten en su proyecto de trabajo.
Pero también me contaron, a la mujer se la veía tan descuidada, tan pobre, sin dientes, con los chicos sucios y amocosados…
Entonces a mi enojo por lo gratuito del agravio a ellas, se sumó la pena por la agresora.
¿Qué violencia, qué impotencia, habita a esa mujer que con sus niños camina la ciudad? ¿Qué desamparo la deja en esa pobreza, sin que disponga talentos, posibilidades, sabidurías para vivir, para construirse otros recursos que el robo o la mendicidad?
Cuesta tanto pensar que la falta viene de lejos, que no supo, no pudo aprender otros caminos. Eso es lo que me impide sancionar sin contemplaciones, como otros. Como los que se enfurecen y quieren tomar revancha. Cómo decirles que no es solo cuestión de voluntad, de esforzarse, y de buscar salidas dignas, porque hay carencias más antiguas que le traban el camino y que si vivir siempre es complicado, lo es todavía más cuando hasta pensarse a sí misma es tan, pero tan difícil.
-Y recuerdo la experiencia de aquella muchacha, que en la zona de San Luis de tantos comercios y aglomeraciones, advirtió que dos "mecheras" iban a robar a una chica que caminaba delante de ella. Le avisó y evitó el robo.
Pero se encontró acorralada contra una pared, por las frustradas ladronas que la tomaron a golpes y patadas a ella, que con su alerta desbarató el intento. Porque tampoco parece ser sin consecuencias tratar de intervenir. Porque las estrategias de quienes no tienen nada que perder ponen en marcha violencias que se suman y se potencian.
Entonces, el riesgo de querer ver todas las aristas, es más que complejo, y nos introduce en un camino escarpado. Y entre la vergüenza de las respuestas de los “justicieros” (vergüenza como especie humana) y la turbación que deviene de no encontrar respuesta a quien nos agravia con su invasión, con sus arrebatos, con sus robos ¿qué pensar? ¿Cómo proceder? ¿Qué esperar?
Enredada en estas reflexiones es difícil encontrar salida. Entonces recuerdo un punto de vista que vale: hay una diferencia abismal entre la hostilidad de los ladrones, que agravian, invaden, roban, se apoderan de más que de bienes …y hasta llegan a matar, y la hostilidad de los “justicieros” que con sus represalias dan salida a la propia oscuridad y también hasta llegan a matar. La diferencia de oportunidades. Las que tuvieron quienes contaron con familia, escuela, ejemplos, y los otros: que fueron despojados desde siempre.
Todos somos responsables, pero aún más quienes podemos pensar desde el lugar protegido de quien tuvo casa, escuela, recursos materiales y simbólicos para defenderse y para ganar un lugar bajo el sol.
Y además, bajo determinadas circunstancias, todos tenemos algo de lobo. El depredador puede ser cualquiera. O cada uno. Navegando entre entre la culpa y el miedo. O entre la desesperación y el derrumbe.
Y me vuelve la reflexión de Galeano cuando escribía: Se adelgaza la cornisa para quienes transitamos entre los que tienen miedo y los que tienen hambre.
(*) Me referí aquí a los ladrones de poca monta. Robos que afectan a la población de clase media. Ladrones (“motochorros”, “escruchantes”, “descuidistas” que no obstante el magro botín, pueden producir grandes daños, en términos de agresión física, pero que se mueven sin la infraestructura de los grandes grupos delictivos.
No incluyo a las bandas de quienes previa inteligencia, seleccionan a entidades financieras, o a sus víctimas en los countries, se mueven acorde a una cuidada logística y constituyen grupos de varias personas, que orquestan sus actividades en otro sector socioeconómico.
Y por supuesto, no estoy incluyendo en las consideraciones precedentes a los ladrones “de guante blanco”. Desfalcos empresariales, negociados y otras estrategias que les permiten salir indemnes y evitar la cárcel.
3 SEGUNDA PARTE DE MISCELANEAS EN EL VERANITO DE SAN JUAN. SOBRE POBRES , LADRONES Y MENDIGANTES
Releyendo el texto me encontré con varias cosas: mis contradicciones, mis culpas ancestrales y esa exigencia de vivir la vida en forma autónoma y a partir del propio trabajo, incrustado en mí, desde los abuelos inmigrantes y desde las expectativas de “m´hijo el doctor” por partes de mis padres clase media (¿medio boluda diría Mafalda).
Y es que crecí en la convicción de que si estudiaba muuuuucho…, y me recibía, y trabajaba con ahínco y responsabilidad, me iba a ir bien en la vida. Creo que habrá quienes habrán compartido esos aprendizajes. Y este mandato fue asumido por mí, a pesar de las contradicciones (¿será el mejor modo?) y las culpas (¿Por qué las posibilidades a mí, y no a todos?). Y aunque de esos efectos del esfuerzo y la dedicación, resulta que ya no estoy tan segura, esos criterios siguen dirigiendo mis pasos, como a muchos de ustedes. Por eso estimulamos, alentamos, amenazamos, acorralamos y coimeamos y chantajeamos con los peores argumentos mafiosos a los hijos propios y ajenos, para que estudien, para que trabajen, para que se ganen la vida con honestidad. Por eso nos convertimos en basiliscos ululantes si no aprovechan todas las fechas de los parciales y presentan todos los trabajos a tiempo.
De ahí mi necesidad de volver sobre el tema de los recursos de que disponemos nosotros adultos y queremos proveerle a ellos jóvenes, para defenderse. Y si digo defenderse, es porque a veces, casi siempre, hay que luchar. Con lo que se tenga, con lo que se pueda. Y no siempre con lo que se deba.
Y el robo o la mendicidad tal vez no sean lo que se debe, pero suele ser lo único que se puede. Los que acusan de vagancia, y tiran la palabra como una pedrada, no siempre describen la realidad de los excluidos. Cuando no hay oportunidades de desarrollar las propias capacidades, y no se tiene la seguridad y la fuerza necesarias para la lucha que mencionaba, puede ser inevitable derrapar. Y no hablo de carecer solo de capacidades y talentos intelectuales, sino de carecer de la certeza de valer, de ser alguien, de importar porque se fue mirado y tocado y acariciado y nombrado. Y también carecer de la perseverancia, la insistencia y hasta la obstinación de perseguir un sueño. Porque cuando hay agujeros en el alma, por allí se escapa parte de esa energía, que permite defenderse con honor
Cuando la mujer que llevaba su niño en brazos y el otro colgado de la pollera, fracasó en el intento de robar y agredió y escandalizó y ofendió, a las que sostenían su sueño, con el esfuerzo de madrugones y cansancios (y yo conozco de cerca esos esfuerzos), estaba haciendo lo único que podía, lo único que le enseñaron.
Y claro que a mí me duele que a ellas, a las que veo todos los días en su trajinar tras la esperanza, se les presenten situaciones en que son gratuitamente agraviadas. Pero también me duele que haya una mujer como esa, que solo cuenta con estrategias oscuras, tramposas y aviesas porque no sabe, no puede, no aprendió otras.
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