3 dic 2020

Del mismo año

 A quienes trabajan en violencia
 
Primer tiempo
               No se que decir...Fue por eso, porque éramos del mismo año.
               En mucho tiempo nadie me había tratado bien. Y ella me hizo pasar  me escuchó un rato, como con respeto. En la pared, a sus espaldas, en un marco de madera oscura, estaba colgando el diploma donde se leía que había nacido en tal año (el mismo año que yo) y se había recibido en tal fecha, “por lo que se le otorgaba el título de...”. Entonces teníamos la misma edad. Cuando se lo dije, sonrió un poco, pero con cansancio.
               Luego traté de contarle para qué había ido, aunque ni yo misma lo sabía...Se puso más distante y como distraída cuando me fui enredando, y no me pude aguantar y me largué a llorar. Pareció que mi llanto la molestara. ¡Pero ella debía estar acostumbrada a oír de estos problemas!. Además en la tarjeta que me dieron en la vecinal decía: asesoría gratuita...Y bueno, yo quería saber que hacer ahora que él se había ido. Después de tantos años, después de tantos golpes. La última vez fue peor...Traté de contarle a ella, pero solamente pude señalar las marcas verdes, marrones, violeta en mis brazos, en el cuello, en la cara. Los hipos no me dejaban hablar y creo que ella ya no tenía ganas de escucharme.
               Una vez había conocido una mujer así. Yo trabajaba en su casa que era blanca y nueva como en las películas. Y ella decía que yo era la empleada, no “la chica” o “la muchacha”, y por ahí me lo creía y hasta que éramos como amigas, porque pedía las cosas por favor...Pero cuando de veras yo necesitaba algo...o que me oyera que él había venido borracho...o que se me había hecho tarde porque tenía mi chico enfermo...se ponía como en guardia, y empezaba a ordenar en otro tono: como de patrona a sirvienta. Entonces, si ella no estaba cuando yo la necesitaba para algo, es mentira que fuera amiga y que se le pudiera pedir ayuda...
               ¿Y acá?. ¿Y ahora?. ¿cómo pedir ayuda?. ¿Cómo explicarle que me dolían los golpes, los últimos y todos los anteriores...Que me dolían todos esos años de trabajo y trabajo, queriendo salir de la miseria...pero que lo que más me dolía es que se fuera y me dejara como se tira un trapo viejo, después de haberlo usado...
               Y si se lo hubiera dicho, ya adivinaba su mirada de desprecio. Porque seguro que a ella no le pasó, ni le va a pasar algo así. A ella no la habrían dejado, como a mí. A ella tan hermosa, tan arreglada, tan bien dispuesta con su cabello suave y su anillo de casada. Seguro que se habría casado por civil y por iglesia, con traje largo, fiesta y todo...Todo lo que yo no tuve. Lo pensaba y ella me miraba seria, pero parecía querer ir apurando la cosa, la consulta, como si se le empezara a hacer tarde.
               Yo miraba su cara tersa, clara, que nadie debía haber golpeado nunca. Ni el padre primero, ni el marido después, cuando llegaban a la casa cansados y llenos de odio. Y miraba su ropa fina y prolija de quien la compra nueva y no debe usar la que le regalan, aunque le quede grande, chica o tan ridícula que parezca un disfraz.
               Y mientras ella hablaba miré también sus manos blancas, de uñas esmaltadas de color pálido, no tan largas, pero todas parejitas, como yo no podría tenerlas nunca, con el detergente y la lavandina.
Y aunque hablaba en voz baja y siempre igual, me di cuenta que quería terminar y que yo me fuera. Que me fuera porque ya la estaba incomodando, con mis llantos, con mis quejas, con mis pedidos de no sabía que cosa, ni para qué estaba allí mientras ella hablaba y hablaba...
Se que dijo algo sobre la violencia y algo sobre la dignidad, y entonces fue que vi todo rojo.
               Por eso fue.
               Por su estudio con un escritorio tan grande, con cajones ordenados y un portalápices de cerámica y un cortapapeles de metal brillante y los sillones tapizados y el diploma colgado en la pared a sus espaldas.
               Y por el pañuelo de gasa que llevaba en el cuello, de colores suaves que combinaba tan bien con ella, con su piel, sin las manchas oscuras de la mía. Y por el anillo de oro en su mano de no refregar cacharros.
Y por su pelo suave y arreglado, que no debía desarreglarse nunca, ni cuando estaba con su marido...y seguro que solo con su marido, porque no habrían abusado de ella desde los 12 años, como me sucedió a mi...Y también por sus hijos, que estarían sanos, comiendo todos los helados y chocolatines que quisieran, y tendrían remedios y escuelas y juguetes...
               Y porque en el diploma decía que había nacido el mismo año que yo, aunque nadie podría creerlo, porque yo estaba vieja, fea y gastada. Y llorosa y golpeada, tanto como para que él se fuera con otra. Y ella tan hermosa, tan rica y tan sabia...no podría entenderlo. Porque a ella, seguro, no le habría pasado, ni le podía llegar a pasar...
               Por eso fue.
 
Segundo tiempo
               Quedé aturdida por el golpe.
               Sorprendida de estar aún en pie.
               Me vi reaccionando como una autómata y moviéndome d acuerdo a los viejos hábitos. Respirar, andar, el corazón latiendo tercamente a pesar de...
               Y luego...no supe como, pero había llegado hasta allí, a mi lugar de trabajo. Tampoco sabía cuánto resistiría hasta derrumbarme.
               Había sucedido a la mañana, cuando él llegó después de la larga noche, para decirme al fin lo que ya intuía, lo que de algún modo ya sabía. En el momento fue casi un alivio escucharlo...Entonces yo no estaba tan loca cuando suponía, cuando me inquietaba...
               Podría haber golpeado los puños y la frente contra las paredes...demasiado cursi.
Podría haberme tirado al suelo, hecha un ovillo, muy quieta, fingiendo que el mundo no existía...demasiado trágico.
Podría haber aullado...demasiado dramático.
               En vez de esa me vestí, me maquillé, elegí un pañuelo claro para el cuello. Besé a los chicos que se iban en el transporte escolar. Rutina de todos los días cumplida otra vez, puntualmente. Y salí a la calle como siempre...
               Per me parecía tan extraño que hubiera sol, con tantas sombras adentro...,y que la gente caminara despreocupada, con tanta angustia estrujándome la garganta...Que las frenadas, que los bocinazos, y el olor a gasoil...Se me metía nauseabundo hasta el cerebro adormecido para avisarme que estaba aún viva, aunque me sintiera muerta.
               Mi historia quedaba partida en pedazos, que llevaba conmigo, caminando por la calle, que permanecía exactamente igual a si misma, como en una burla feroz. Si alguno de los que cruzaba al pasar y me miraba distraídamente, realmente me viera, se detendría espantado.
               Pero mis heridas, mi agonía no eran visibles.
               El estupor las cubría piadosamente.
               ¿Qué podría verse de mi, desde afuera?.
               Una mujer corriente. Caminando con lentitud ¿cómo quién va a su propio entierro?. Tal vez con la mirada algo velada y el gesto retraído.
               Llegué. Casi no escuché los sonidos. Cerré la puerta y me refugié en mi sillón. El escritorio de todos los días. El sillón de siempre. El portalápices de cerámica. El cortapapeles de metal.
               Y las imágenes volvieron.
               Su expresión crispada en el esfuerzo por parecer sereno.
               Y la voz, esa que yo amaba desde hacía ...¿cuántos años?. Seca, cortante al decirme que ya no, que ya nunca. Como algo gastado e inservible quedaba a un lado una historia de tanta vida, de tanta lucha, la nuestra.
               Me avisaron, esperaba una mujer para una consulta.
               Era morena y menuda. Le tendí la mano y estreché la suya, áspera. Cuando la invité a sentarse frente a mi, vi que se apoyaba apenas en el borde de la silla, tensa, el cuerpo encorvado, las manos de gruesos dedos nudosos retorciéndose sobre la falda.
               Tenía una mirada de cachorro apaleado que huyó rápidamente cuando se cruzó con la mía.
               Recordé que había visto esa mirada en el espejo y en mis ojos, cuando me cepillaba el pelo, antes de salir, mientras lo escuchaba moverse en el dormitorio reuniendo sus ropas.
La mujer hablaba, y creí oírle contar una historia triste, pero no estaba segura de escuchar demasiado, ensordecida por mis propios gritos, esos que habían quedado adentro y que atronaban mi cabeza. Gritos que podían salir desaforadamente de mi garganta si...
               ¿Por qué no se iba?. ¿Por qué no me dejaba a solas alejando el riesgo de exhibir el espectáculo de mi rabia y de mi pena?. La mujer señalaba las marcas azules en los brazos y en la cara, que hablaban de las otras marcas, de las huellas invisibles del desprecio, del desamor y el abandono.
               Desamor y abandono. ¡Ah!, otra mujer también dolida. Las palabras me enroscaban en mi propio y lacerante dolor y descendía en espiral en medio de una náusea, mientras volvían a desplegarse ante mis ojos las escenas del drama grotesco, repetido, banal: una historia vieja como el mundo, una historia de decepción y amargura.
               ¿Cómo expresar que en esa pérdida se me iba la vida?. Que como en los peores folletines “el cielo se hundía y la tierra dejaba de sostenerme”.
               ¿Cómo aceptar que entonces yo no era tan fuerte y tan entera... y que él no era tan sincero y leal como había creído por años?. ¿Cómo asumir que aún así, no me imaginaba viviendo sin él, el compañero de siempre?.
               La voz empañada de la mujer, que se extendía como telón de fondo a mis pensamientos se quebró y sus sollozos me volvieron a la habitación. Sacudí la cabeza y me moví en el sillón mientras las otras imágenes se dispersaban. Hubiera querido quedarme sola. Pero ella estaba allí y supuestamente yo podía ayudarla. ¿No era acaso la profesional eficiente, entrenada especialmente para asistir y aconsejar en este tipo de problemas?.
               Recordé una frase de Anohuil: “Qué intolerable es ser dos. Dos pieles, dos envoltorios impermeables alrededor de nosotros, cada uno para sí, con su oxígeno, con su propia sangre, haga lo que haga, bien cerrado, bien solo en su bolsa de piel...Uno se aprieta contra otro para salir un poco de esta espantosa soledad...pero pronto vuelve a encontrarse solo... Entonces uno habla. También se ha encontrado eso. Un alfabeto complicado. Dos prisioneros se golpean contra el muro del fondo de su celda. Dos prisioneros que no se verán jamás. Ah!. Uno está solo...Demasiado solo”.
               Pensé que no valía la pena.
               Si, lo había dicho muchas veces, a otras mujeres, en otras consultas. El discurso en que se apela al propio respeto. Hoy no podía.
               Si fuera fuerte, si fuera capaz de sobrevivir a esta muerte. Si tuviera la dignidad necesaria para seguir adelante con la propia vida... una vida que había sido vivida equivocadamente. A través del otro. Del que se iba llevándose todos los sentidos.
               Pero, para qué engañarse?. Era tarde, no podría intentar nada. No se borra de un plumazo media vida.
               La mujer lloraba ahora quedamente y sentí que no tenía mucho para decirle. Que no podía decirle nada a ella, ni a nadie. No en este momento, ni después, ni nunca.
               Sin embargo... sin embargo, como cumpliendo un viejo ceremonial cuyos pasos se despliegan solos, empecé a hablarle, igual que a la mañana, cuando despedí a los chicos, me vestí como siempre y salí a la calle para hacer el camino de todos los días.
               Intenté decirle del propio respeto, de la propia estima, tan vulnerada por lo que le estaba sucediendo, pero que debía cambiar ahora. Ahora que había consultado. Ahora que había salido a buscar ayuda. Tenía que pensar en recuperar el sentido de la propia dignidad.
               ¿Para quién estaba hablando?. Confiaba en que mis palabras le sirvieran a ella, ya que para mi no tenía esperanzas.
               El esfuerzo de vivir se me hacía insostenible.
               Lo que deseaba era descansar. Descansar largamente... dormir. ¿Cómo podría querer seguir viviendo?. El no me amaba.
 
Tercer tiempo
               Y porque aunque el diploma decía que había nacido el mismo año que yo, nadie podría creerlo, porque yo estaba vieja, fea y gastada. Y llorosa y golpeada, tanto como para que él se fuera con otra. Y ella, tan hermosa, tan rica, tan sabia...no podría entenderlo. Porque a ella, seguro, no le habría pasado, ni le podía llegar a pasar.
               Por eso fue.
               Por eso fue que la maté.
 
Cuarto tiempo
El esfuerzo de vivir se me hacía insostenible.
               Lo que deseaba era descansar. Descansar largamente... dormir. ¿Cómo podría querer seguir viviendo?. El no me amaba.
               Cuando levanté los ojos, la vi caer sobre mi, el cortapapeles en alto, rasgando el aire con su brillo.
               Y antes de la oscuridad pude pensar: ¡Qué extraño!. La calma llega por su mano... ¡Qué ironía!...Ella me da lo que no tiene, me trae lo que venía a buscar, me alcanza lo que necesito...
1987

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