3 dic 2020

La historia de siempre

 A Ilíana
 
               Se encontraron en el bar después de días de no verse. La pregunta surgió en un tono que quería ser neutro, indiferente. (¿Había entre líneas un segundo interrogante?).
               -¿Qué hiciste en este tiempo...¿saliste?.
               -Sí, salí... Fui al cine...
               -¿Solo al cine?. (¡Ah!. Era ese el interrogante entre líneas y vino en un tono entre apremiante y censurador).
               La respuesta llegó calmada y contundente: -No, sabés que no fui solo al cine, ya lo habíamos hablado...
               Como estas palabras provocaron un cambio en el tono de la charla y el ambiente se iba enrareciendo, decidió pararle la andanada de reproches. Le recordó lo sabido.
               Que la cosa había empezado clara. Verse sin compromisos formales. Y además como cada cual tenía su historia, sabían que la de ellos iba a ser una relación complicada, difícil.
               Pero los reproches igual empezaron a caer como cascotazos, así que el esfuerzo fue en vano. Fue allí que empezó el monólogo previsible y pesado. La historia de siempre.
               -Sí, ya se que no tenemos firmado ningún contrato. Pero tu actitud no era la misma antes...(se tragó a tiempo decir: antes de conseguir lo que querías por no parecer una antigüedad). Pero siguió: -Al fin, por vos he dejado otras cosas, he puesto mucho de mi...y es más, no pude evitar hacerme ilusiones.
               Tomó aliento y anunció con énfasis: -No quiero sentirme un objeto sexual, y casi me estás tratando como si fuera eso...Cuando vos querés me ves, y por un rato...¡y ni siquiera con exclusividad!.
               Como las palabras no surtían el efecto esperado, el clima se iba poniendo gélido y la distancia crecía y crecía decidió cambiar de estrategia.
               Suavizó el tono y con actitud conciliadora agregó, como quien reflexiona en voz alta: -Sí, ya se que tenés tantas ocupaciones corriendo de un lado para otro para cumplir con todas, y que tenés entre manos ese proyecto tan importante...Ya se que no me podés dedicar todo el tiempo que te reclamo...También se que no resignás tu libertad y esas cosas...pero es que me pone mal no verte como quisiera y además pensarte en otros espacios, en otras compañías.
               Ante el silencio volvió a impacientarse: -Mirá que no podemos seguir así. No me podés tener esperando. No me podés tener pendiente... no me podés hacer esto. Porque ¡cómo quedo yo en esta historia?. En un segundo lugar... ¿y por cuánto tiempo más?. ¡O es que te vas a definir por fin?. Siento como si estuvieras jugando conmigo.
               Entonces fue que vino la respuesta. Ya se había hartado de escuchar al grandulón levantador de pesas de 2 metros y 150 kilos recriminantes frente a ella. Así que le gritó: -¡Basta!. Te la hago corta, no te aguanto más. Y le cortó el monólogo.
1994

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