3 dic 2020

DESENCUADRES MEMORABLES

 Ahora bien, una vez establecida la relación terapéutica ésta predispone al paciente a la disculpa de los errores, que inevitablemente (¿y especialmente?) también los terapéutas cometemos.
Al respecto he tenido intervenciones inadecuadas, he cometido errores memorables y no pienso hacerme el harakiri por ellos. Lo que sí haré es analizarlas como efectos de un inconciente jugador de malas pasadas y compartirlas por el efecto hilarante que tuvieron.
Cuando Delia preparaba su viaje a Europa, donde debía hacer unas presentaciones en un Congreso, empezó a referir las cosas a incluir en una lista, las más importantes para no olvidarlas. Se detuvo a pensar, y empezamos a hablar simultáneamente. En ese momento yo decía: Traje de vestir, camisas, vestido, conjunto deportivo...Y ella decía: Fichas, diapositivas,  posters, publicaciones...
Jorge era técnico de mantenimiento en el Hospital Carrasco. En éste se lavaba la ropa de todos los hospitales municipales. Acababan de traer para dicha tarea una máquina que podía lavar trescientos kilos de ropa simultáneamente. Él me explicaba sus características y capacidades. Era grande como una habitación, y la habían traído desmontada para ponerla en funcionamiento con su concurso. Comentaba muy entusiasmado como sería su intervención, cuando yo, que me había quedado impresionada por esa máquina que lavaba trescientos kilos de ropa le pregunté con un hilo de voz: -¿Y dónde la tienden?
Fue espontánea su carcajada antes de explicarme que la misma máquina que lavaba, también secaba.
Ana llegaba a sesión en un horario que coincidía con el ingreso de otro paciente a la casa. Una vez ella comentó, el muchacho que entra conmigo no saluda ¿por qué será?
Yo contesté con una vulgaridad: -Será maleducado.
Yella agregó como pensando en voz alta, y con perspectiva más atinada: -No, debe ser retraído.
Tal vez porque sus criterios eran más sensatos, o su mirada más comprensiva, pudo corregir mi exabrupto y que siguiéramos con lo nuestro.
 
Hubo veces en que situaciones en la consulta me hacían conciente de que algo atípico, que no debería suceder estaba pasando y que debería pilotear el momento y esperar a ver como se resolvía la rupura del encuadre.
La más desopilante de esas situaciones fue hace años y la he relatado en un trabajo anterior, pero no resisto la tentación de volver sobre ella. En el intervalo entre un paciente y otro me retiré a tomar un café. Cuando volví al consultorio y en el turno siguiente, donde el paciente en el diván seguía el libre curso de sus asociaciones, mi atención flotante según lo prescripto, se vió capturada por algo. Por unos extraños objetos, pequeños, esféricos y oscuros en el piso, debajo del escritorio. Estaba segura que no las había visto antes, que durante la sesión anterior no se hallaban. Me pregunté ¿qué mierda es eso?. Sí, era mierda. Mi hijo pequeñito entonces, y sin pañales, había entrado subrepticiamente durante el descanso y había dejado su opinión en ese lugar de trabajo, estudio y reflexión. Mi ruego apasionado fue entonces y hasta el final de la sesión: ¡que no mire en esa dirección, que no vea, que no lo sepa jamás!
Otra vez fue la irrupción en el consultorio de una lagartija desde el jardín. Era pequeña, verde y armoniosa y estaba inmóvil en la pared, frente a mi sillón. Parecía un  dibujo y me quedé fascinada mirándola por un momento. Luego otra vez una preocupación me capturó, pensando en la persona que me hablaba desaprensiva, ajena a mi sobresalto: -¡Qué no vaya a darse cuenta, que no advierta quien nos acompaña en ésta sesión, escuchando sus secretos e invadiendo nuestra privacidad!-
Otra mañana, y en el primer turno, escuchaba las asociaciones de mi paciente, cuando advertí que había algo raro en mi vestido. Observé mejor y caí en la cuenta de que me lo había puesto al revés: esto es la parte interior hacia fuera, y lo que debería haber ido hacia fuera para adentro. Lo notaba en las costuras y en la abotonadura que quedaba algo rara. Era un vestido camisero con cierre adelante.
Desde ese momento y hasta el final de la sesión me quedé expectante y evaluando la conducta a seguir. ¿Pedir permiso y retirarme a corregir el error?. ¿Levantarme sigilosamente y cambiarme el vestido allí mismo, poniéndomelo correctamente y confiando en que mi paciente en el diván no se diera vuelta, ni advirtiera mi maniobra?
Dejé las cosas como estaban y al final de la sesión lo acompañé a la puerta más rápido que de costumbre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario