Inspirado en una crónica policial
Ella salió temprano hacia su trabajo. No había podido dormir, tal vez por eso sus movimientos eran lentos y sentía la boca amarga. Tomó un colectivo. Pensaba en que era sorprendente que coincidiera la forma en que distintas persona contaban como sentían la angustia. Decían por ejemplo: “Es un peso en el pecho que no deja respirar”. Decían: “Es como una garra muy fuerte en la garganta”. Decían: “Es como una losa que te aplasta el corazón hasta partirlo”. Ahora ella podía decir que todos esos relatos eran verdaderos porque los estaba viviendo. Hasta las canciones decían de ese dolor. Recordó la de Silvio Rodríguez que tanto se ajustaba a lo que estaba sintiendo:
“Ojalá pase algo, que te borre de pronto
una luz cegadora, un disparo de nieve
ojalá por lo menos, que me lleve la muerte.”
Sí, se dijo: “Ojalá por lo menos, me llevara la muerte”. Miró por la ventanilla y se preparó para bajar. Ya estaba llegando.
La otra también salió temprano. Mientras esperaba en la parada se dijo: -Si conseguía el crédito que iba a tramitar podrían construir la otra pieza, y entonces si, organizarse mejor. Con los chicos en su propio lugar estarían más cómodos. Porque no estaban bien las cosas. No era vida esa, todos amontonados con los tres pibes, se hacía difícil que el esfuerzo rindiera, que se vieran los resultados de tanto y tanto trabajar. En verdad, se hacía difícil vivir se dijo, pero desechó pronto la idea porque le pareció un sacrilegio cuestionar la vida mientras estuvieran sanos y tuvieran trabajo su compañero y ella. Y trabajo no le faltaba, dentro de la casa, cocinando, lavando, cuidando a todos y afuera con esas changas que eran bienvenidas, pero que sumaban más cansancio y más dolor en la cintura y en los brazos.
Ella se dijo que había tenido indicios antes, no era como para sorprenderse. Señales de un alejamiento, de un desamor que le costaba aceptar. Pero, si ya no la quería, si ya estaba en otra historia, ¿para qué insistir?, ¿para qué volver sobre lo mismo?.
La desgarraba pensar que habían terminado, se había puesto con todo y se sentía estafada, pero además ridícula en sus reclamos y reproches.
La otra se dijo: Si me dan ese dinero, ahora que podemos hacer frente a una cuota, les construimos una pieza, acomodamos sus cosas, pongo una cortina hasta comprar la puerta y todos nos vamos a sentir bien. El que va a remolonear es el chiquito. A él le gusta estar en medio, en la cama grande, está lleno de mimos. Pero cuando vea a sus hermanos también le va a gustar. Pongo la cuna de él más cerca y la cama marinera de los mayores al lado de la ventana. Y en una repisa los autillos. Hasta el triciclo con el que se tropieza a cada rato se sacaría de encima.
Entró al Banco con esperanza.
Ella bajó del colectivo y caminó el par de cuadras que todos los días hacía hasta llegar a su trabajo como agente de vigilancia. Ya el sol estaba calentando el aire y el cielo se veía límpido. Pero ella pensaba que nunca se había sentido tan en sombras, tan en medio de nubarrones, tan como flotando en el vacío, sin proyectos, ni ilusiones, ni esperanzas.
Nada, no le interesaba nada si él no la quería. Lo único que deseaba era aliviar esa opresión, ese dolor sobre el pecho.
Se vistió con su uniforme y verificó que el arma reglamentaria estuviese en su funda.
La otra se sentó a esperar a que la llamaran por número, para presentar la solicitud del crédito. No estaba muy acostumbrada a hacer trámites y la asustaba un poco, pero se dijo que valía la pena, por lo que significaría conseguir ese préstamo.
Ella sintió que le costaba y la agobiaba empezar la rutina. Se quiso ver en el espejo pero éste le devolvió una imagen nublada porque se miraba a través de las lágrimas.
Hizo un último esfuerzo para entrar en el amplio salón. La gente hacía cola delante de las ventanillas. Algunos pedían información, otros pagaban impuestos. Había quienes esperaban a ser atendidos. Caminó despacio entre la gente.
Debía de haber alguna manera de aplacar ese dolor. Debía de haber una forma para no seguir sufriendo tanto.
La otra, sentada en medio de la sala tan amplia, en medio de quienes se movían haciendo diligencias de un lado a otro, vio pasar a esa agente que caminaba despacio con las manos en la espalda. Se miraron un momento.
Ella se detuvo. Se apoyó en una columna. El dolor era tal que le cortaba la respiración. Tanteó el arma, con cuidado la sacó y la miró un momento. La apoyó en su pecho, allí donde dolía tanto, tanto, que no podía doler más.
La otra se acomodó en su asiento. Las manos ásperas sobre la falda. Ya faltaba poco para que la llamaran. Escuchó un estampido, y curiosamente, todo empezó a oscurecerse a su alrededor, cada vez más y más oscuro.
Esta historia fue imaginada a partir de una noticia periodística aparecida en Página 12, en diciembre de 1993. El encabezado dice: Suicidio en el Banco Nacional Hipotecario. Un disparo y dos muertes. Una agente de vigilancia se disparó un tiro en medio del Banco . La bala atravesó su pecho e impactó a otra mujer que esperaba frente a una ventanilla. Las dos murieron en el acto.
El texto describe: Cuando la agente desenfundó su pistola, los clientes que a esa hora estaban en el Banco Nacional Hipotecario contuvieron por unos segundos su respiración. La mujer, una agente de custodia, apoyó la boca del arma contra su pecho y presionó el gatillo. Al estampido le siguieron gritos y después del estupor del público al descubrir que detrás de la suicida había otra víctima: una cliente había sido alcanzada por la misma bala que atravesó el pecho de la mujer policía y la mató en el acto. El hecho se suma a la seguidilla de episodios que parecen coronar las crisis anímicas o angustias de índole económica: solo en la provincia de Buenos Aires, la policía registró 530 casos en lo que va del año.
1994
3 dic 2020
Dos mujeres
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