8 dic 2020

El gato ciego

 
Apareció una mañana en el techo del invernadero.

Sus ojos inmensos eran dos espejitos raros, tornasolados. ¿Cataratas felinas?

Se mantuvo a cautelosa distancia, pero aceptando la comida que le acercamos. Nuestros otros dos gatos no parecían darle la bienvenida.

Digo, los dos gatos que sobrevivieron en casa porque no pueden trepar. Había más gatos, pero fuimos dándolos a otras familias porque corren riesgo de ser envenenados por una vecina que los odia.

 

El macho, el Destartalado gris, que tiene problemas en la columna y corre de costado, pudo subir con dificultad al techo, pero fue para confrontar al ciego. (Ese gato había encontrado un adversario a su medida en otro discapacitado del vecindario, que perdió una de las manitos, de bebé en un accidente. Cuando mi gato Destartalado pelea con Trespatas me recuerdan la pelea de South Park entre el niño con muletas y el que está en silla de ruedas).

La gata es una duquesa pero su obesidad le impide grandes despliegues. Está con nosotros desde que fracasamos en el intento de regalarla. Habíamos querido dársela a una familia que la devolvió después de un par de días. No comía y quedó escondida bajo un sillón sin socializar, así que comprendimos que nos estaba eligiendo, y la dejamos en casa. Ella fue sorteando los peligros hasta llegar a ser tan gorda y pesada, que creemos que ya no se va a acercar al tapial de la asesina.

 

El ciego estuvo así, instalado en el techo por varios días, de noche se guardaba en un hueco entre las ramas de la bignonia rosa. De día se desplegaba al sol.

Una mañana pude ver a un picaflor que le revoloteaba delante de la cabeza. Él se quedó quieto, en la misma posición, sin registrarlo.

Con el paso de los días parecía acostumbrarse a su habitat, pero no parecía aumentar su confianza.

Mi hijo decidió bajarlo al patio y fue una batalla encarnizada la que libraron entre maullidos, puteadas y arañazos. Aunque tenía guantes y es ágil, no le fue fácil, manejarse con el ciego, enfurecido y terco.

Ya en el suelo, el gato se refugió entre las plantas y comenzó otra etapa.

Tanteando fue midiendo las dimensiones del terreno, descubrió que puede refugiarse en varios lugares, si no quiere ser molestado. También aprendió a encontrar el alimento, pero siguió sin permitir  mayor proximidad.

Lo más que he logrado, una vez que estaba tras las cañas, fue acercarme y llegar a acariciarle el bigote izquierdo, antes que diera media vuelta con desprecio y se zambullera más adentro entre las plantas.

Ni siquiera con comida rica, tipo atún o pollo, he logrado seducirlo. Aunque él acepta cualquier cosa, a diferencia de los otros dos, de los que mi marido dice que son unos cerdos burgueses y que tienen una tilinguería de clase media. También propuso para el ciego, una consulta a Ferroni, para evaluar si necesita de su cirugía con láser.

Pero se suman a la desdicha del ciego, de no ver y tener que moverse tanteando, lo que para un gato ha de ser grave, otras cosas.

Por empezar el malhumor del otro gato, que ahora lo acepta, pero a regañadientes, y sobre todo un nuevo infortunio. Parece haberse prendado de la gata obesa, que es bella de cara aunque parezca un surubí, y que lo rechaza ostensiblemente. No sé si porque es advenedizo, porque es ciego o porque es pobre y desclasado.

Lo cierto es que se lo escucha maullar plañideramente en sus subidas hormonales, y ella: nada.

Anoche pareció especialmente melancólico. Andrea sugirió que para atenuar su pena, le consigamos una gata inflable en un porno-shop.

Para colmo, los dos horneros y la calandria que bajan a picotear su comida, me hicieron pensar en las contradicciones de su vida. Pudo defenderse con todo su salvajismo, de mi hijo, que pesa ochenta kilos y es una masa, cuando lo bajaba del techo, pero a los pajaritos que lo invaden y le roban su alimento, no los puede poner a raya porque no los ve. Y además la casquivana que le quita el sueño no le da bola. Temo una grave crisis en su autoestima, temo que su narcisismo de matón del arrabal se vaya erosionando y tengamos un drama en la familia.
noviembre 2007

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