8 dic 2020

Los amigos de mi hijo

 Germán y Juan me trajeron una velita perfumada al limón en mi cumple, aquel año, hace varios, cuando Pablo había viajado lejos.

Nunca olvidaré ese gesto. Fue como que tomaran la posta de él, que no estaba, y me lo trajeran un poco.

Con Pablo en Barcelona yo me movía entre inciertas defensas ante los sentimientos que generó su partida. Me había inventado una broma, cuando me preguntaban cómo estaba yo, respondía: “Bien. Reprimiendo la angustia y negando la ausencia”. Una joyita.

Debía conformarme con los correos y las llamadas.

Respondía a los correos y eludía las llamadas. No quería que él advirtiera en mi voz los signos de lo que yo sentía: su falta.


Germán ya formaba parte del grupo de amigos, desde que el año anterior había colaborado en la presentación de una de las “Pichincha” elaborando y trayendo para su degustación tartitas vegetarianas. Con ellas es que intentaba poner en marcha un emprendimiento que luego quedó en suspenso. Pero el día de la presentación de la revista estuvo entusiasta, repartiendo porciones aquí y allá tratando de que se conocieran sus productos.

Enfundado en cuero negro y con una serie de tatuajes en sus brazos y de piercings de lo más variados en su cara, ese chico alto, desgarbado y extraño, no convocaba a la calma. Más bien no se sabía que esperar de él. ¿Sacaría de entre sus ropas un nung chaco? Seguro que lo que no se esperaba de él eran tartitas vegetarianas. Cuando él se acercó, Jor que estaba a mi lado pegó un respingo.

Luego dijo: -¡Que cariñoso el chico que vino a saludarte! Yo lo estaba mirando y me llamaba la atención…


Juan, semejante a un Johnny Deep como pirata del Caribe, el cabello enrulado al viento también formaba parte del grupo.

En ese tiempo nos hacía conocer sus incursiones en los ahumados que preparaba en un horno especial. Especialmente pescados que hacía que en casa se chuparan los dedos.

Su fascinación por la cocina alternaba con otras inquietudes que lo llevaron primero a trabajar con niños especiales y luego con adolescentes en riesgo social. Aún se lo escucha en la defensa de sus chicos. Y si él los defiende es porque hay quienes los atacan. Su cruzada es de esas patriadas difíciles y largas.

Tal vez prolonga en estos chicos el cuidado que prodiga a su hijo, un niño que es su clon y que suele acompañarlo. Juan es el único en el grupo que ya es papá, y ejerce muy orgullosamente su rol.
 

Mauricio es kantiano. Digo, porque lleva la duda metódica siempre a cuestas. Se lo escucha vacilar reflexivo ante cada cosa con incertidumbre, pero no cualquiera, sino la incertidumbre apesadumbrada, que parece ser su ámbito.

La alterna con toques de ironía y actitud de sospecha y revisión crítica de todas las cosas: desde si está soleado, a la cinta de Moebius.

Una vez le dije que como escribió Marcelo Birmajer de sí mismo, él primero se angustia y después ya verá el por qué. Total, siempre hay algo.

Ahora está contento porque empezó a cursar un seminario en la Facultad y es el único varón del grupo, así que está en la mirada de todas las chicas. Capaz que se pueda instalar mejor con su autoestima, porque es muy inteligente y hace observaciones sagaces. Y si hay algo que a las mujeres nos erotiza es la inteligencia, yo sé por qué lo digo.

Para él, el “Pienso, luego existo” se ha transformado en “Me angustio, luego existo”. (1)

 
Matías tiene un auto terrible. Para invitar a sentarme debió despejar el asiento de botellas vacías, papeles, botones, ratas muertas y no sé qué más.


Pero fue solidario al ofrecerse a llevarme, así que lo otro es solo un detalle.

Yo le había preguntado a Pablo: ¿Quién es el desgreñado? Entonces Pablo le dijo: “Mi mamá dice que sos un desgreñado”.

Y me dio un poquito de vergüenza.

Después supe que además de desgreñado, como es arqueólogo y hace buceo lo han contratado para el rescate de los galeones hundidos. Como el de Puerto Madero en el 2008. Otro en Sri Lanka y algunos que Pablo no se acordaba. Pero que hicieron que yo empezara a mirarlo con respeto. Al fin también las rastas son solo otro detalle para quien tiene una misión tan importante como recuperar tesoros legendarios. Y digamos que no suena igual decir que un amigo va en misión especial a Sri Lanka que decir Fulano veranea en Calamuchita.


Y hablando de rastas, el Turu y su peinado imposible son otro capítulo. No existe uno como el de él. Los desafío a buscarlo. Es una mata extraña. Mitad rodete, mitad batido y trencitas en algún lugar. Es músico y muy cordial.

Me comentaron que recientemente, en un recital, se le acercó un pibito que le dijo: -¡Loco, que pelo fantástico. Que peinado increíble! ¿Me dejás que te tome unas fotos?

Y el Turu lo dejó, y posaba para el pibito, que con el celular, le tomaba fotos desde distintos ángulos.


Los Gustavos son dos. Y también dieron lugar a malentendidos telefónicos cuando yo tomaba a uno por otro y el que hablaba me seguía la conversación para no poner en evidencia mi error.

Por ejemplo, un domingo en que un Gustavo llamó le dije: “Leí recién la nota sobre los soldados de Malvinas, que salió de tu oficina. Qué buena che!” (Silencio del otro lado de la línea. Era el otro el que llamaba, pero no me contradijo, ni me aclaró nada, porque es muy tímido).


Porque hay, de los dos, un Gustavo que hace una por color. La última fue, que cuando yo llegaba apurada al Museo, porque ya empezaba el panel, un chico con gorro de visera y gesto cabizbajo, me abrió la puerta del taxi, pidiendo “una monedita señora” con voz plañidera. Abrí la cartera y cuando levante la vista, era él, muerto de risa por mi despiste.

Con soltura y cara de atorrante le sale al paso a lo que se presente.


Y hay el otro Gustavo. Con talento y sensibilidad artística, que muestra sus creaciones cauteloso y discreto. Que jamás se atrevería a bromear, ni a levantar la voz, ni a tomarme el pelo.


Franco, que es grandote y de vozarrón, me había creado la impresión de ser muy fuerte y seguro. Pero se me definió a sí mismo en su faceta sensible, una vez que contó sus expectativas de reencuentro con la que fuera su novia. Parecía extraño que los dos metros de hombre volcaran tan sinceramente su ansiedad por la distancia y la urgencia de reconciliación. Más ante mí, que soy solo una madre. Pablo le había prestado un libro machista y horrible con estrategias en solfa para casos de ruptura y desazón.

Y Franco seguía relatando acerca de sus amores, planteándome sus dudas respecto a si la casquivana volvería a aceptarlo. Y a raíz de lo que contaba,  terció Pablo que recién llegaba: -Sí, pero tenés que cuidar de no ser sólo un “ojeto sesual” para ella.

La frase me pareció de antología porque en mis tiempos, ese cuidado solo lo debían tener las mujeres. ¡Cómo cambiaron las cosas!

Lo cierto es que la última vez que lo vi, caminaba con un chica linda, así que me pareció que tiene posibilidades de que la cosa se encarrile.
 

El Edu es tan místico que parece flotar y ninguna inquietud terrena lo roza. Parece bien claro que él está para otra cosa. Cuando nos da clases de yoga, es bastante generoso conmigo, que apenas si logro la vela y para hacer el arado me descoyunto. Pero el me estimula: -Muy bien, muy bien… para tu edad…

Sin el menor escrúpulo ni conciencia respecto a lo que está diciendo.


El Negro, que es tan serio, trajo de su viaje  al Brasil, unas hermosas láminas en 3D que me puse a descifrar. Y un vaso para Pablo con dibujitos en color rojo. Creí que eran motivos folklóricos hasta que lo miré bien. No me había dado cuenta de que eran reproducciones del Kama Sutra.


Dieguito tiene el aspecto de un oriental. Con los ojos achinados y la coleta le propusimos que se cotizara más alto cuando entró a trabajar en una casa de sushi.  Sus empleadores jamás encontrarían otro como él, con tanta portación de cara y estilo. Con el físico de rol exacto, como un Sumo sonriente tomó la idea, pero no sé si la hizo prosperar.


Dieguito como les decía, no lo es, pero parece tan oriental como Franchi, otro amigo, al que cuando niño, si le preguntaban si él era japonés respondía con sonrisa enigmática: “No, mi papá viene de Córdoba”.

Como había compañeros tontos que lo discriminaban, Pablo, que lo consideraba su alma gemela, una vez trató de darle el siguiente consuelo: “No hagás caso. Vos serás japonés, pero sos un buen chico. Además capaz que cuando crezcas se te pongan redondos los ojos…”

Yo, desesperada, no sabía cómo hacerlo callar a Pablo, pero Franchi seguía sonriendo enigmáticamente, más allá del bien y del mal.

Los dos habían encontrado una manera, saltando el tapial que comunicaba las casas por los fondos, en vez de dar la vuelta por la calle, para llegar más rápidamente.

Pero Franchi era muy educado y yo temía a veces que no lo dejaran seguir frecuentando al indisciplinado de mi hijo. En una oportunidad en que preparaba la merienda le pregunté: “Ya va a estar…¿Tenés hambre?” Y él respondió: “Yo tengo hambre solo cuando la comida está lista”. Solo pude decir “¡Glup!”
 
Definir a Shambala es definir a un Shambala con el templo implícito.

De lo más exótico, alterna música con filosofía.


Santi, el de la barba mutilada por una malvada amiga de la madre que lo agarró descuidado, me hizo pensar que debe tener una entereza estoica para no putearla en el momento y planear una venganza después.


Y con Daniel es con el único con el que intercambiamos escritos. Él me ha mandado sus poesías y yo mis relatos. Como es muy reflexivo solemos ponernos a arreglar el mundo cuando charlamos. El mundo sigue tal cual, pero nosotros nos vamos un poco más contentos. Parecemos los simpáticos inoperantes de los que habla Mafalda.
 

En fin, es una galería. Pero una galería incompleta porque no están todos y porque no está todo de cada uno. Es solo un paneo por la forma en que ellos componen mi vida, parte de mi vida, La parte de mi vida que me trae, que me acerca Pablo, para que sea más divertida.
primavera 2009

 

(1)   En relación a Mauri, nobleza obliga, tengo que confesar  que un par de veces me ha pescado en situaciones en que yo disimulaba. Por ejemplo, mirando la foto de la graduación de Pablo fue el que comentó: “María, estabas triste esa noche…”, como si hubiera adivinado la ambigüedad respecto al crecimiento de los hijos.

Y otra vez que comentábamos acerca del valor de la sinceridad y el me dijo: “Lo grave no es que te mientan, sino que te lo creas”

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