“Una sincera amistad estrecha a Jack Fuchs con Elsa Oesterheld. Una relación solventada en dos grandes identificaciones: un pasado de pérdida y dolor, junto a la entereza y vitalidad con que se paran ante la vida, y un común rechazo: el odio, no sólo el que podrían sentir hacia sus victimarios sino también hacia la vida que les tocó en suerte y que asumen como una condena. “Estuvimos condenados a vivir y los otros estuvieron condenados a morir” dice Fuchs, y tras su voz se cuela como un eco el asentimiento de Elsa.” Javier Rossanigo
Quiero hablar de la amistad de estos dos sobrevivientes, que me deja, a medias desolada y a medias orgullosa de haber podido oír sus testimonios.
En “El árbol de la muralla”, película que pasó casi inadvertida en 2013 Jack habló de su historia y también incluyó en esa película, documental sobre su vida, una entrevista con su amiga Elsa. Dice allí que con ella podía hablar. Ambos compartían en sus historias, el dolor de la pérdida de los seres amados y el pronunciamiento a favor de la vida. Ambos fueron testigos que relataron en sus visitas a estudiantes, las penurias que no consiguieron derrotarlos.
Jack, sobreviviente del guetto de Lodz, sobreviviente del campo de concentración de Auschwitz y luego trasladado a Dachau , sobreviviente de las marchas de la muerte, habló y dijo: “Lo que se proponían en los campos era deshumanizarnos. Pero no pudieron” “Dios dijo haya luz, y hubo luz. Quiere decir que primero vino la palabra, pero con la Shoah no vino primero la palabra, sino el hecho.” Jack postergó por cuarenta años el relato de lo irrepresentable: la muerte y la locura. ¿Cómo contar lo que no tenía palabras que nombraran? ¿Cómo encontrar explicaciones para aquello que queda fuera de toda explicación
Los victimarios no dieron su palabra, no dieron explicaciones, se escondieron. Las víctimas tuvieron que buscar esa explicación, inventarse las palabras: vernitchen, holocausto, shoa. Y Jack Fuchs dice en “El árbol de la muralla”: “El mundo calló, los árboles callaron, el cielo calló, lo que pasó acá ¿quién puede saberlo?, ¿y quién puede comprenderlo?”.
Como el árbol milagrosamente reverdecido en el muro que rodeaba el ghetto de Lodz, él también perseveró vivo. El árbol que hincando sus raíces entre los ladrillos logró superar el viento y volvió a sonreír en sus hojas, Jack remontó la tormenta y permaneció arraigado a la vida.
Y agrega: “nosotros ganamos porque nunca pudieron deshumanizarnos”.
Ahora, que Elsa se fue a dar una vuelta por el Universo, recuerdo su conversación con Jack, privilegiada interlocutora para él. Ambos aptos para reconocerse como árboles en las murallas donde expresaron la fuerza de lo vital.
Porque Elsa, como Jack, con todo el dolor a cuestas, pudo a su vez resistir el intento de deshumanización de quienes la despojaron, y encontró en el cuidado de uno de sus nietos, Martín, hijo de Estela, motivos para seguir viviendo. Y allí sembró amor. No permitió que creciera en el resentimiento que mutila la creatividad. Martín tomó la posta para difundir “El Eternauta”.
Ella recorriendo las escuelas supo decir: “Me rodean –dice– los chicos que siguen leyendo a Héctor.” Y ella les repetía una de sus convicciones de fierro, la más fuerte: “A la patria se la cuida viviendo, no muriendo.” Porque ya no quedaba odio en Elsa.
Cuando escuchaba de los treinta mil desaparecidos se le cortaba la voz. Pasaron los años, muchos años, pero a Elsa, todavía, en algún momento se le quebraba la voz, y eso pese a su fuerza de roble. Pero en cada chico de las escuelas, de los actos Elsa pudo decir: “veía a mis hijas.” Por eso, como a Jack, ella también ganó. No pudieron hacer que prevaleciera el odio. No pudieron deshumanizarla. Allí su triunfo.
M.C.M. junio 2015
24 dic 2020
Elsa Sánchez viuda de Oesterheld y Jack Fuchs
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