Al llegar del viaje, en el anotador estaba escrito: Eneri falleció.
¿Cómo nos golpea una noticia?
¿Cómo nos golpea cuando atañe a alguien, una persona que fue significativa en nuestra vida, y con la que se compartieron historias, trabajos, afectos…?
Me dije: tengo que escribir sobre Eneri. Tengo que escribir para quienes la amaron conozcan más cosas de su vida, y a pesar del dolor, puedan, podamos celebrar el hecho incontrastable, contundente y luminoso de su vida.
Me propongo así decir la verdad y solo la verdad. No toda la verdad por varias razones, en primer lugar ¿quién puede tener la arrogancia de suponer que lo sabe todo sobre alguien?, en segundo lugar por la respetuosa reserva de lo que me fue compartido, en tercer lugar porque no está ella aquí para autorizarme a levantar el silencio con que protegía a sus seres más amados sobre las cosas que la afligían.
Nos conocimos siendo jóvenes y empezando nuestras carreras. Ella ya tenía a María Laura. Y desde allí nos acompañamos en las buenas y en las malas.
Las buenas: el trabajo que amábamos, las familias, los cumples de los chicos…Ella siempre recordaba los sombreritos de cartulina y papel glacé que confeccionamos una noche para los 5 de María Laura…Las conversaciones donde nos contábamos cosas…Después de unas vacaciones en la playa me dijo una vez muy seria: -Te voy a mostrar unas fotos pornográficas que traje. Y desplegó una de Cacho jugando en la arena con una Ana Paula totalmente desnuda. Todavía conservo copia de la enternecedora escena que la colmaba de alegría.
Otra vez, durante su gestión en la Universidad, cuando empezaban los conflictos y la arbitrariedad de pintadas me confesó: -Si veo en una pintada ofensiva mi nombre renuncio al momento…Y a los días me cuenta: -Apareció mi nombre en una pintada, pero fue en casa y a la cabecera de la cama. Decía “Mamá Tetona”…
Seguimos compartiendo las buenas: Mi boda. El nacimiento de Anahí y ella acompañándome. Más tarde la llegada de Pablo de quien se había propuesto como madrina.
También las malas: las tres A y la zozobra de entonces, y ella sosteniendo la esperanza contra todo esperanza y ofreciéndome su casa y su apoyo.
Las malas: las enfermedades y declinación de mis padres, y las otras conmociones con que nos confrontaba el hecho de vivir.
Su lealtad fue inclaudicable. Siempre estuvo cuando la necesité, en los problemas de salud, en las preocupaciones de crecer, en el terror de los años oscuros. Ella puso la palabra oportuna, y el genuino, sincero interés por los amigos, por aquellos a los que amaba aunque no coincidiera. Con ella aprendí el significado de la palabra amistad. Estuvo siempre, como se que estuvo siempre al lado de los que la convocaron, sin evasivas ni medias tintas.
También aprendí el significado de la palabra paciencia, que era visible en el cuidado de las chicas y de las amigas de las chicas que invadían su casa siempre de puertas abiertas. Tanto fue así (las hijas como su eje en el mundo) que la primera vez que las retó, María Laura ya tenía cerca de ocho años, y todas las nenas que habían armado el bochinche, se quedaron asombradas por lo inusitado de la situación…Eneri retándolas era tan asombroso que ni se lo creían. Admiré esa paciencia casi infinita y deseé que fuera mi estilo en la crianza, pero no siempre tuve éxito.
Compartimos viajes, asistimos juntas a Congresos, a Cursos y grupos de estudio. Tuvimos pacientes juntas en co-terapia. Y también nos acompañamos en los acontecimientos de su familia y la mía. Y salidas y libros, y relatos.
En este recuento vuelve la memoria la alegría gozosa con que me contó una película que había llevado a ver a sus hijas: “El libro de la Selva”. Y su descripción de la serpiente que salía mal parada, y todo lo que habían reído…
Compartimos también confidencias. Su fervor en los lugares que ocupó hacía a un modo suyo tan genuino, tan decente y tan honesto en la lucha, como no conocí otro. Ponía su apuesta a que es posible llevar adelante los proyectos en busca de un mundo mejor.
Por eso los corruptos, acomodaticios e inmorales no podían encontrar en ella una interlocutora.
La suya fue una vida en función de los demás, en lo privado, respecto a su familia y a sus amigos. En la actuación pública en la lucha denodada por más justicia (desde los niños que cuidó como maestra en su juventud en el Hogar Escuela, hasta las mujeres golpeadas que defendió en su trabajo en Violencia Doméstica).
Pero la enfermedad la abatió y se fue yendo, deshabitándose paulatinamente. Volvía algunas veces, como de a chispazos.
Por eso la noticia escrita en el anotador me remitió a toda esta historia que vivimos juntas mientras trabajábamos y criábamos a nuestros hijos, y a todo lo que me significó su presencia como testimonio de una opción ética. Como testimonio de una capacidad de lucha. Tal vez eso sea lo que hoy debamos privilegiar: el hecho de que haya vivido y formado parte de nuestras vidas, y de que por su modo de estar, de sentir, de ser solidaria, hoy podamos recordarla con gratitud y alegría.
María del Carmen Marini
Fin del verano del 2006
24 dic 2020
Eneri
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