Hay algunos fanatismos, algunas intolerancias, cerrazones y terquedades que tienen que ver con la nacionalidad, con la idiosincrasia del lugar en que se vive. Con las cosas que se mamaron, con las cosas que hacen al estilo de relacionarse con los otros y consigo mismo.
Pero ¿será así? He leído que cuando dos argentinos discuten, es raro que uno de ellos diga: “No acuerdo con lo que usted plantea”, sino que dirá : “Usted está completamente equivocado!” Cuando eso sucede, me quedo sorprendida. Sobre todo porque pocas veces estoy segura de algo.
En ocasiones, esos fanatismos, intolerancias, cerrazones y terquedades han tenido que ver con la jerga propia de determinados grupos. En un tiempo, para elogiar a alguien se decía : “Está bien situado”. En realidad lo que quería decir es que pertenecía a la misma parroquia. También para referirse a las propias convicciones, supe escuchar “Esa es mi verdad”. Mi asombro era proporcional a la contundencia de mi interlocutor
Una de las peores formas de necedad es argumentar respecto a que la edad, o el género o la profesión, o alguna pertenencia (ideológica, social, religiosa) dan patente de sabiduría.
Así como si ser adulto, varón, heterosexual y rico o poseer ciertos saberes específicos, dieran certeza e infalibilidad. (La maestra que habla desde la cátedra, o el médico que dice desde el pedestal, el abogado o el psicoanalista que usa su vocabulario técnico en lo cotidiano)
El zorro sabe por viejo, a menos que sea un zorro pelotudo. O sea que la edad no es garantía absoluta de nada.
Y no es grave decir estupideces, todos las decimos alguna vez. Lo grave es decirlas con énfasis.
Así,el artículo de José Pablo Feinmann, de éste sábado que llamó “Bólido”, me despertó resonancias. Y quiero decir antes de seguir que leo a Feinmann. Lo leo, lo cito y muchas veces me quedo retrabajando sus aportes. Pero esta vez patinó, mostró la hilacha y si me animo diría que hizo pis fuera del balde. (O meó fuera del tarro como dicen los muchachos)
Inmediatamente de leer su nota recordé lo vivido por una niña que relaté hace años en una crónica que se llamó “La clase de labor”.
En ella comentaba las vicisitudes de la hija de una amiga en la escuela y su desencuentro con su maestra. Cito un fragmento:
“Habían pedido a las niñas de sexto grado que trajeran lanas de colores y agujas No 3, que iban a enseñarles a hacer una cosa muy bonita.
Cuando sus compañeras empezaron a trabajar y quedó en descubierto que Mariel no había llevado lana ni agujas y se negaba a trabajar, la maestra intervino para ver que pasaba. ¿Qué pasaba con qué?. ¿Con el tema del tejido como actividad escolar?. ¿Con el tema de las actividades supuestamente femeninas?. ¿Con el tema de la obediencia irrestricta a todas las órdenes?. Debió ser bastante desconcertante la negativa de Mariel a tejer, como lo hubiera sido la negativa de cualquier pibe a cualquier cosa. En las escuelas, en general, no se espera que los alumnos se nieguen a cumplir lo prescripto. No se espera que se nieguen. No se espera nada.
La maestra planteaba lo sorprendida que estaba de que una niña tan linda no estuviera dispuesta a “prepararse para ser una mujer”. (Faltó que agregara: para casarse y tener hijitos, como hubiera dicho Susanita).Allí se dio el primer choque porque Mariela contestó que pensaba que: - Tejer no era la mejor manera de prepararse para ser una mujer.
Grave ofensa. ¿Cómo se puede dudar de las implicancias de “uno arriba, uno abajo” en los cuestionamientos filosóficos, éticos, psicoevolutivos en el crecimiento de las jóvenes hacia su destino adulto?.
Entonces preguntó: -¿Cómo que tejer no era la mejor manera... Acaso tu mamá no teje, no lava, no plancha?-.
¡Pregunta imprudente!. Mariel contestó: -No, mi mamá no plancha. Mi mamá estira-. Y extendiendo las manos como si tuviera una tela entre ellas en dirección vertical y horizontal, indicó la manera en que se resolvía el tema del planchado en su casa, con lo cual tapaba la boca a su maestra, pero escrachaba públicamente a su madre.
La maestra indignada por la respuesta protestó: -¡Pero es de mujeres el atender la casa, tener la ropa en orden, cocinar, coser, tejer...! (Chorreando ideología patriarcal).
A lo que Mariel contestó: -Pero yo creo que ese es un modo de ver que
depende de que vivimos en una sociedad machista...- (También chorreando ideología, pero contestataria).
Algo estalló en la maestra que barbotó: -¡Vos sos muy gurrumina, tenés que tomar mucha sopa para llegar a crecer y pensar còmo se debe!-
(Quién está capacitado para decir cómo es que se debe pensar?. ¿Quién puede ser tan osado o tan soberbio?)
La respuesta fue: -Cuando crezca, yo preferiría seguir pensando como pienso ahora-.
Desde allí a la dirección a firmar el libro negro, ya no medió nada.
Lo firmó en silencio y con dignidad.
Y en las clases de labor se suela ver a una maestra entre confusa y desesperada porque no sabe qué hacer con una niña que si sabe qué pensar. (Aunque no sea como “se debe”)
Epílogo
Cuando en Ciencias Sociales Mariel debió responder a un cuestionario en el que se le preguntaba dónde aprende sus derechos contestó: -Aprendo en diferentes lugares, en mi casa, en el barrio, en el club, en la escuela...- Y después de reflexionar corrigió: -En la escuela más o menos-.
1989
Las reflexiones del artículo de Feimann que me trajeron este recuerdo surgieron al leer:
“Tengo, a menudo, ganas de decirle a alguien que es un “tarado”. Si ya “boludo” se licuó (no sé por qué), ¿cómo se le dice a un tipo que es un imbécil, un idiota? En un programa de TV dije de alguien que era un “mongui” y no faltó quien llamara para pedir que me dijeran que eso era una ofensa. No, aclaro mi posición. Quiero poder todavía decirle a un tarado que es un tarado. Y sigo aclarando: cuando diga eso no me voy a referir en absoluto a ningún minusválido. No, al tarado le voy a decir: “Vos sos un tarado pero no naciste tarado. Nada te condenó a ser tarado. No tenés ni una sola malformación o inadecuación en tu cerebro. Sos un tarado por entera responsabilidad tuya. Porque vos solito te hiciste un tarado. Te hiciste un idiota. Porque aunque tenés todas tus neuronas sanas pensás mal, argumentás mal, razonás mal, decidís mal, elegís mal, vivís mal, tenés el vicio incurable de equivocarte, de no saber distinguir entre algo bueno y algo malo y encima acusar a los que sí lo saben de estar equivocados, en suma: estás re-sano, pero sos un tarado. Porque la taradez no es una enfermedad, es una elección moral. Uno se hace un tarado o se hace algo valioso. Uno se hace a sí mismo. Bueno, entonces vos sos absolutamente responsable del inmenso pelotudazo, del inconmensurable tarado, del infinito idiota que sos.” (Las negritas son mías)
Y aquí yo me pregunto si no hay un hilo conductor entre 1) el discutidor que dice: “Usted está completamente equivocado”, 2) el compañero de hace años que decía que estaban “bien situados” aquellos que compartieran sus preferencias ideológicas y/o partidarias, 3) la maestra de Mariel que le decía que cuando dejara de ser una gurrumina tomando mucha sopa, recién entonces iba a llegar a “pensar còmo se debe” y 4) la afirmación de Feinmann de que se equivoca aquel que hace elecciones morales diferentes a las que haría él, Feinmann, que supuestamente elige bien, distingue entre lo bueno y lo malo, se hace a sí mismo como valioso y no es un inmenso pelotudazo, un inconmensurable tarado, un infinito idiota que tiene el vicio incurable de hacer elecciones morales equivocadas. (cito sus palabras)
Y a mí, que a veces se me hace difícil saber si estoy en lo cierto o equivocada, Que me cuesta saber si estoy bien situada. Que jamás le diría a un niño, ni a un adolescente, ni a un adulto ni a un anciano, cómo debe pensar, que sobre todo no plantearía que porque alguien no coincide con lo que yo postulo es un idiota, me quedé pegada a su texto. Texto tan taxativo, tan inflexible.
Y después de recordar a la maestra de Mariel, recordé a otros que como ella (desde un lugar de poder) afirmaron cosas con gran seguridad. Hubo algún oscuro personaje que había leído las obras de Sócrates y las novelas de Borges y se había mostrado igualmente enfático.
Y también rememoré que Aldo Rico supo decir: Yo no dudo, los soldados no dudan. La duda es una jactancia de los intelectuales. Y sin considerarme una intelectual, ni frecuentar la academia, la duda es una compañía frecuente. Y juro que no me jacto de ella, pero contrariamente a los que pisan fuerte, hablan alto y se muestran tan contundentes, creo que hay que detenerse y barajar y dar de nuevo.
Por otro lado si me encuentro cuestionando a Feinmann, es porque este texto me resulta contradictorio con otros escritos. Y yo lo admiré cuando supo escribir algunos que me convocaban planteando la multiplicidad y diversidad de lo humano.
Acepté entonces, con Feinmann que somos simultáneamente, cada uno de nosotros, un Dr Jeckyll y un Mister Hyde. Inclusive acepto que es profundamente perturbador que aspectos tan contradictorios sean parte de una totalidad.
Supo escribir:
“…los grandes novelistas no han insistido sólo por incomodar a las conciencias burguesas con el tema de la complejidad del hombre. El caso más célebre es el de Stevenson y su dualidad Jekyll-Hyde. Pero el mensaje menos transitado de la novela es: en todo Jekyll hay un Hyde. Esto elimina el dualismo. Henry Jekyll no es un ser dual. No es Jekyll o Hyde. Lo realmente intolerable es Hyde en Jekyll.
Se trata de un tema espinoso. Su formulación podría ser: el mal está en todos nosotros. Todos somos capaces de hacerlo
Y Continúa Feinmann:
La vida no tendría que- además de envejecernos, volvernos amargos. No hay que permitirlo. Pero vivir es terminar por verlo todo. El motivo es sencillo: uno vive y en ese largo desarrollo ve, en su interior, en uno mismo, todas las caras posibles del animal humano. Lucha por evitar las peores y lucha por dar las mejores. Pero lo que vio -en sí mismo y en la vida: en la vida que lo atrapó en su urdimbre- no lo puede olvidar.
José Pablo Feinmann: “El lado oscuro de la calle”. Página 12. 25 de junio de 2006
Entonces ¿hay derecho? ¿A veces lo olvida?¿Se puede, se debe revisar sus últimos aportes?
María del Carmen Marini Marzo 2011
22 dic 2020
Fanatismos, intolerancias, cerrazones y terquedades
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