El neoliberalismo ha ampliado la brecha entre pobres y ricos. Sería ingenuo pensar que alguna vez en la historia los hombres fueron iguales en riqueza y posibilidades. No, siempre hubo oprimidos y opresores, ricos y pobres.
Pero lo llamativo de nuestra época es la concentración obscena de la riqueza cada vez en menos personas y la extensión de la pobreza a sectores cada vez más amplios. Los despojados constituyen un grupo humano desechable, son residuos de una sociedad que los condena al basurero, seres que no tienen posibilidad de emerger del sumidero en que se encuentran. Valen tan poco que ni siquiera consumen. Sólo están allí, señalando la inequidad del sistema que los rechaza.
Domingo Caratózzolo. Match Point (texto inédito)
Hablar de carencias en los barrios privados parece una broma de mal gusto, un exabrupto cínico. Y sin embargo, a poco de pensar acordaremos que es bastante probable que se geste allí, en quienes permanecen resguardados, un contacto con la realidad alejado del que compone lo cotidiano de las mayorías. Es más, dichos barrios tienen precisamente el objetivo de distanciar a sus habitantes de las contingencias que suelen asolar al común de los vecinos. Cumplen la tarea de preservarlos del acercamiento a las multitudes que recorren las calles con sus carritos revolviendo la basura, de los niños abriendo puertas en las esquinas y de los adolescentes haciendo malabarismos en las bocacalles a cambio de monedas.
El barrio los aísla de esas estampas ciudadanas, evitando que entren en contacto con un mundo más allá de las calles arboladas, los cuidados jardines, y el confort de sus mansiones. Podría apostarse a que la vida se despliega allí dentro de una burbuja, que como la del saco amniótico, crea las condiciones ideales para un transcurrir apacible.
Pero convengamos que la burbuja protege. Pero que quien protege controla, y quien controla despoja. Despoja de un registro fiel del mundo, que es heterogéneo y diverso. Preserva y protege, pero a cambio de una mutilación en el registro de este mosaico compuesto de muchos tonos e intensidades de quienes caminamos las calles.
Faltan las experiencias de sumergirse en una acera y ver hasta dónde nos lleva, de quedarse en una esquina, la del cruce de las peatonales por ejemplo, viendo pasar la gente, escuchando a los vendedores ambulantes de chipá, o de baratijas, o de C.D. truchos, esquivando los perros de la comunidad con sus cintas verdes al cuello, en alegre jolgorio y entender así, còmo es esto de vivir en Rosario.
Creo que los habitantes de los barrios privados están carenciados de eso. De una experiencia vital. Y que además, los cercos de alambre de púa y las casetas de observación no evitaron lo que le sucedió a Marta María, en el Carmen Country Club de Pilar, a Norita en Villa Golf, a Rosana en Exaltación de la Cruz. (1)
Esto para reconocer que también allí, en ese paraíso circundado y vigilado suceden cosas, que ni los guardias armados de la entrada pudieron evitar. Cosas que atañen a dramas universales.
Dicen que la investigación es difícil, que pasó mucho tiempo, que no se sabe bien por qué…
En los barrios carenciados también se despliegan dramas. Algunos atañen a asesinatos que parecen no merecer tanta atención. Se suele esperar que entre los habitantes, los “arreglos de cuentas” tomen un cariz de violencia. Se suele esperar y asombra menos…Otros dramas atañen a las privaciones de esos barrios carenciados. Y son los que nos interesan.
Muchos están privados de agua, de cloacas, de asistencia médica. Por lo que, alguna vez, algún “Sapito” muere. Las ambulancias no se atrevían a entrar a la Villa 31. Y por eso, por la falta de un anticonvulsivante, se perdió, se dejó perder una vida.
Y dos semanas después de la muerte de Humberto “Sapito” Ruiz, murió un bebé de dos meses. ¿Parte de la crisis de atención de salud de la Villa?
Si los dramas y también la muerte se dan tanto en los barrios privados como en los barrios carenciados, si carencia y privación son fuente de padecimiento para unos y otros ¿cómo pensar la cuestión?
Algunos amigos psicoanalistas (no los más amigos) dirán: “Es la cuestión de la falta” y se irán a afilar la punta de sus lápices.
Y es cierto, hay una cuestión de la falta que hace a la incompletud e imperfección de lo humano. Que sí, que acepto que esa incompletud e imperfección, nuestra condición de mortales y nuestra simbólica castración, son universales y que nos atañe a todos/as.
Pero más que a la cuestión de la falta, yo prefiero poner la falta en cuestión.
Interrogarla y discutirla, porque es definitivamente injusto recibir a la dama de la guadaña prematuramente y desde el barro y la precariedad y porque no estuvo el inyectable que hubiera dado una oportunidad.
Ya sé, la muerte es la muerte, y convengamos que entre bosques y jardines que prosperan detrás de un cerco con puestos de observación, la muerte también se cuela. Los guardias que piden documentos a los ingresantes al paraíso, proveen una seguridad incierta. Más bien una ilusión de seguridad.
Pero convengamos también, que la dama de la guadaña avanza con mayor impunidad y hace más más incierta la vida para los niños, que como en la película de Ettore Scola, pertenecen al grupo de los “Feos, sucios y malos”.
Y que esos chicos son una punzada en el costado de los que caminamos una calle donde se hace cada vez más válida la aseveración de Galeano: “Se estrecha la pasarela para los que avanzamos entre quienes tienen miedo y quienes tienen hambre”.
María del Carmen Marini 21de abril de 2011
(1) Me plantean que considere en estos ejemplos de violencia, la cuestión de género, que seguro está implícita, tal como lo está en el asesinato de las trabajadoras sexuales de Mar del Plata, y en las maquiladoras de Ciudad Juarez, pero en este texto me propongo centrarme en las que atañen a esta otra forma de exclusión.
22 dic 2020
Las carencias de los barrios privados, las privaciones de los barrios carenciados
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