24 dic 2020

Gentes muy cercanas. La historia de la historia

 Cuando la conocí, traía consigo angustia y amnesia. Con éstas venía en busca de alivio.
        La acompañé como se puede acompañar a alguien a quien impregnan el dolor y el olvido. Solo hasta allí, y muchas veces me pregunté si mi ayuda le servía, si yo estaba siéndole útil en mis torpes intentos de que recuperara su palabra y sus recuerdos. En ese tramo de nuestra marcha, muchas veces me sentí impotente.
        El trabajo quedó interrumpido, luego de unas vacaciones. No volvió y dejamos de vernos. Traté de comunicarme sin lograrlo.
Solía preguntarme qué habría sucedido con su vida. Si habría quedado algo de la tarea efectuada,  y también qué había faltado que le aportara el sostén y la ayuda  necesarias para proseguir.
Años después nos encontramos azarosamente. Y allí cobró sentido una propuesta que le había formulado entonces. ¿por qué no escribís tu historia?
        Ese fue otro comienzo. Hermanadas en esta tarea, iniciamos la aventura de ponerle palabras a aquella angustia, a aquella amnesia. El trabajo fue arduo. Este es el fruto.
 
 
SEGUIR VIVAS
 
         1- Ella dijo: tenés que ayudarme a escribir. Pero no desde la queja, sino desde el lugar de la fuerza que la impulsó a seguir con la propia vida. Hubo gente que quedó anclada en el dolor y su vida es sólo eso, dolor.
        Quiero escribir con respeto  por ese dolor, que en aquel tiempo lo abarcaba todo, pero con el empuje que da el tener proyectos ahora mismo. Esa es la prueba de que pese a todo, la muerte no gana.
        Esta es la historia de tu vida, le dije. Yo puedo recordarte lo que me relatabas, para que vos elijas de todo eso, que es lo que vas a querer comunicar, que es lo que vas a poner en palabras para procesarlo, para vos y para otros. Y si algo surge de esto....
 
        Ella dijo: tener ilusiones,  poder forjar planes, reconstruir mis metas , he ahí  lo que me sostiene. Eso es más que ser una sobreviviente. Es mucho más... Es estar en camino  desde la esperanza.
        Entonces recordé a Galeano cuando escribía que “...hay cosas que la muerte no puede matar...”
 
        Y ella me habló de aquella cápsula en la que durante tantos años guardó lo vivido. Le había servido de coraza y de refugio. Esa cápsula en la que,  herméticamente encerrada, había quedado parte de su historia.
        Cápsula cárcel, cápsula nido, cápsula amnesia. Sobre todo: cápsula amnesia.
        Su madre le puso en las manos una carpeta con las cartas de entonces. Cartas que eran testimonio de lo olvidado. Una carpeta cerrada que ella debería decidir cuando abriría. Abrir la carpeta. Abrir la cápsula. Salir de la amnesia protectora. Encontrar, re-encontrar lo encapsulado, y entonces...?
        La cápsula y la carpeta como anclas, como desafíos y como posibilidades. Ella diría cuándo.
        Cuándo recordar. Cuándo integrar eso descuajado a la totalidad de su vida. Su vida que asombrosamente continuaba. Después de tanto dolor, tanta muerte y tanta amnesia.
        
        La estrategia de entonces había sido olvidar. La de éste momento requería recordar. Abrir la cápsula-carpeta. Releer las cartas. Incorporar aquello que había sido dejado afuera, pero que no era ajeno. Integrarlo a una totalidad que había empezado mucho antes, que transcurrió como pudo y que, mágicamente, continuaría.
        Compartirlo también. ¿Con quiénes? Con sus hijos. Primero con sus hijos.  Ellos dirían cuándo.
 
        Llegaba el momento de volver a los lugares. Llegaba el momento de saldar una tarea que quedara pendiente. La de incorporar aquello de sí misma que fue excluido. Obturado desde afuera por la prisión y el exilio, y obturado desde adentro por el olvido. Aquello reclamaba ser legitimado,  tal vez siendo re-escrito.
        Para poder saldar la historia abierta. Para poder soldar los fragmentos. Para poder unir las escenas.
        Saldar, soldar, unir, escribir.
 
 
         2-   Ella se había reencontrado con su posibilidad de escribir. Venía empujando desde adentro como en los pujos de un parto que ya no se demoraría. El parto de su palabra madurada en años de silencio, oculta, escondida y ya lista para ser enunciada. Fue un primer testimonio cuyo alumbramiento presencié.
        Luego fue el retorno al pozo. Madres, hijos y sobrevivientes  ante las ventanitas del sótano. La  vuelta 20 años después y la avalancha de palabras para nombrar lo sentido. Junto a las madres, al lado de los hijos. Como quien  regresa de la muerte.
        Necesitó relatarlo.  Y esos tragaluces que habían quedado inscriptos en su historia fueron significados desde ese otro lugar en el que ella podía situarse como enunciadora de palabras.
Y supo que sus palabras, las que había podido parir serían leídas allí, ante el edificio y frente a la plaza. Tal día, a tal hora.
        Estuvieron allí, de pié. Ella en medio. Su hijo  de un  lado. Del otro su madre, tomada de su brazo y clavándole las uñas en la palma según el relato avanzaba. Los tres quietos, juntos y en silencio. Pero en otro silencio, el que surge después de haber podido decir.
 
         El también se había acercado a la carpeta-cápsula, aquella donde su madre guardara las cartas desde la cárcel.
        Y una noche en que ella  regresaba desde la calle, vio que él, que estaba pasando  a máquina esas cartas como en un ceremonial ineludible, se secaba los ojos.
 
        El “permiso para recordar” empezaba a expandirse. Era permiso para nombrar. Era permiso para escribir. Era permiso para hacer un balance.
        Sería también en algún momento permiso par ver fructificar las palabras.
 
 
3- Ella  trajo una carpeta con las cartas. Las desplegó despacio. En las hojas manuscritas se dibujaban los trazos azules, oscuros. En algunas de esas hojas había huellas pequeñas en donde la tinta se había lavado. Huellas de gotas caídas sobre el papel en aquel tiempo. Gotas que decían su palabra silenciosa.
Y dentro de la carpeta, pero separadas en un sobre de papel madera las tarjetas y cuentos que había escrito como regalos para Mariano durante esos años.
Y en las cartulinas dibujadas y bordadas con los hilos arrancados a las toallas,  las historias y personajes con los que había intentado tener una presencia en la vida de su hijo. En cada color elegido, un pequeño milagro que transformaba cada trazo y cada una de las puntadas en mensaje.
Entonces dijo cuanto le había importado preservar ese lazo cuando su hijo debió quedar lejos de ella.
 
Recordó aquel tiempo. Y el significado de albergar esa vida cuando supo que la habitaba. El empeño en cuidarla y protegerla aunque los días fueran difíciles. Había transcurrido su embarazo en la cárcel y allí también transcurrieron los primeros meses de Mariano. En todos, ella puso su energía en evitarle penas y en crearle una vida aunque los muros, aunque la incertidumbre, aunque la angustia......
Y lo iba logrando, Mariano crecía y era su primera alegría al despertar y su última imagen al dormir, y su compañero de todas las horas. Y la tarea de cuidarlo, la más minuciosa y la más abarcativa.
 
Hasta la fiebre, la enfermedad, la necesidad de sacarlo para que tuviera la asistencia que  allí no podía proveerle. Y entonces, ella, que todo ese tiempo se había manejado en la convicción de que lo había estado cuidando y protegiendo, de que lo había defendido como leona de todo y de todos, compartiendo todas las horas, todos los días, todos esos meses, supo algo.
Cuando preparaba el bolso con las batitas y pañales, cuando desarmaba la cunita pieza a pieza para que se la llevaran, entonces fue que supo, como si un relámpago lo iluminara todo, que en realidad él la había estado cuidando y protegiendo a ella.  De la soledad, de la desesperanza. También del abatimiento en el que otras zozobraron.
Y en ese lugar de muerte la había preservado. Intacta y fuerte. Lúcida y vital.
 
Después vinieron las visitas. Y era recuperar un poco de su tibieza.
Pero cuando los locutorios pusieron la distancia sobrevino el frío. Mariano tras el vidrio llorando.
Y ella de este lado, con los títeres que había  dibujado en sus dedos para comunicarse con él, sintiendo la impotencia y el dolor de esas lágrimas.
Desde entonces fueron las cartas con dibujos y relatos. Y de ese tiempo fue el recuento de los días vividos juntos que quedaban como un tesoro dentro de sí, y que se relataba en voz baja y al cual podía apelar en la impaciencia. Y las preguntas....Todas las preguntas: ¿Cómo crece? ¿Podré verlo? ¿Hasta cuándo? Cuánto más transcurrió hasta aquel octubre en que la nostalgia a través de ella escribía : “Para mí también es el día de la madre...”
 No podía saber que estaba cerca el momento de recuperar la tibieza.
 
4- Su historia siguió en el anhelo de un reencuentro que puso urgencia a tanta espera.
Y su historia se fue, se va reconstruyendo en este espacio de la palabra recuperada que puede nombrar, al fin de tanto silencio.

Ella cuenta y yo la escucho. Esta es la historia de un largo relato que después de mucho tiempo, esfuerzo y lucha puede enunciarse.
Es la historia del silencio, del relato y de la escucha.
Se va corriendo una cortina. Se van perfilando detalles, se definen escenas, se recuperan recuerdos. Trabajando sobre el silencio, aparecen las palabras. Las suyas. Primero las suyas, pero también después sigilosamente las mías.
 
Si ella nombraba, yo también. ¿Me llevaba ella, al reconstruir su historia a que yo asumiera parte de la mía? ¿Cómo me convocó? ¿Qué sucedió con eso?
Su darse cuenta, su recordar (que es volver a pasar por el corazón y pagar los costos por ello) tuvo una reverberación que me alcanzó. Y así como en ella la toma de conciencia fue la de que creyendo proteger, había sido protegida, para mí fue el advertir que creyendo ayudarla me ayudaba a mi misma. Creía ayudarla a regresar de aquel otro exilio: el de sí misma. Y sucedió también que me ayudé en un impensado retorno: el de aquello exiliado de mí que resonó, que hizo eco a su voz recuperada. Abriendo un espacio para su palabra también se insinuaba la mía, como por un mismo cauce abierto en el encuentro.
La escritura como avalancha, trayendo episodios, trayendo imágenes. Y el escribir como restañar, reparar, cicatrizar al contar, contarse, contarnos la historia desde la resignificación que surge, que pudo surgir recién entonces.
Le proveo la posibilidad de recuperar su propia memoria y al hacerlo corro un riesgo (y no es banal): efectuar un buceo dentro de mi misma. Ella vuelve a algún rincón de sí y me lleva a buscar en los míos.
 
Ella dice: encontré una palabra. Es la más fiel para designar lo vital, es la palabra amor.
        Es lo que me sostuvo entonces, cuando el dolor y la incertidumbre.
        Es lo que permitió que sigamos adelante, juntos en la tarea de crearnos un lugar allá, tan lejos...en el país del cielo frío y nublado.
        Es lo que brota aún en los reencuentros, cuando mirando las fotografía de entonces armamos el rompecabezas de nuestra historia.

María del Carmen Marini

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