Ella intervino. Con una carta cuando mi primer artículo-panfleto salió en una revista de Ceres. Se llamaba El otoño del patriarca. El artículo había despertado la ira de caballeros bien pensantes y de damas exquisitas. Porque le tomaba el pelo a algunos próceres. Y promovió protestas.
Y ella salió al cruce con una nota en la que la sentí aliada desde allí y para siempre. No nos conocíamos aún, pero fue definitorio para mostrarame quién era. Cómo era.
Y la última noticia que tuve de ella, fue en una carta de lectores de Rosario 12 en dónde relataba su indignación porque en un bar, al niño al cual ella le comprara un sandwich y una gaseosa le habían impedido pudiera sentarse a una de las mesas. ¿La casa se reserva el derecho de admisión? ¿Un niño mendigante ofende la estética del lugar? ¿Y la ética? Y debieron salir los dos, y en San Lorenzo y Corrientes debió ser singular el espectáculo del muchachito agarrado a su sandwich y la escritora agarrada a sus principios a los cuales no renunciaría.
Entre aquella vez de la nota de defensa en la revista y esta vez de la anécdota en Rosario mediaron muchos años durante los que las cartas fueron frecuentes y las charlas muy largas.
Tuvimos encuentros en Santa Fe, y aprendí a amar su parque Sur. Y en Rosario dónde caminamos las calles y trajinamos los bares, contándonos nuestras vidas, arreglando el mundo y construyendo coincidencias.
Tuve el privilegio de prologar sus "Cuerenta velas" y de presentar en Rosario "Amor en mano y cien hombres volando".
Y también el de compartir el viaje a San Bernardo en el Encuentro de Mujeres, y las confidencias y tantas cosas...
Supe de ella poco antes, y de su alegría a través de un correo electrónico que llamó ¡Notición! Y en el que me participaba de la alegría por el nacimiento de su nieta.
Y después de esa noticia de vida, esa otra, incomprensible, inesperada.
Supe que ese verano había tenido un sueño. En el sueño descendía al fondo del mar en donde su madre la instaba a abrir un cofre. Un cofre como los cofres que guardan tesoros. Y que cuando lo abría, una luz intensa emergía de él y lo iluminaba todo.
Tal vez se trataba de un cierre luminoso a lo que fuera una vida intensa, una entrega sin retaceos, una búsqueda verdadera y audaz de los que son valientes hasta el desgarramiento.
Ya no se si hay pena. Tal vez por nosotros porque estaremos privados de su palabra, de su presencia, de esa vitalidad que irradiaba y que gastó a manos llenas en el sostén de una apuesta sincera, de una trayectoria límpida, de una coherencia consigo misma propia de quienes no se quedan con ninguna carta en la manga, con ninguna ficha sin apostar, sin ninguna palabra por decir.
María del Carmen Marini
24 dic 2020
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