El 17 de agosto fue la presentación del libro en la residencia del Embajador de Bélgica en Buenos Aires.
Ex residencia Tornquist construida por el arquitecto Bustillo en 1930. Palermo Chico.
Imaginen ustedes, barrio de las embajadas. Parques arbolados y la mansión, que hubiera sido interesante recorrer, rodeada de jardines. Muy bella. La recepción estaba pautada de 17 a 19. Allí nos encontramos los que asistiríamos. Al llegar me amuché para darme confianza con los amigos. Mis expectativas, en un ámbito de tanta distinción, elegancia y fineza eran, como corresponde, de sudaca alerta y desconfiada.
Los detalles se expresaron desde la puerta, en que nos preguntaron si queríamos dejar nuestros abrigos en un perchero en una salita a la derecha. Allí tomé nota del primero de los cuidados que me sorprenderían.
Qué hace una chica sencilla allí, me preguntaba? Acompañar a mis amigos. Escalera de mármol hacia el salón suntuoso de la planta alta. Alfombra, araña de cristal. Y una banquetita junto a la chimenea. Balcón hacia el jardín. Y nosotros en el salón. De pie. Caminando y descubriéndose algunos, después de mucho tiempo. Sorpresa, alegría y encuentros emocionados entre quienes vivieran juntos en el exilio.
Me sentía testigo privilegiada de este acontecimiento, como otras veces, en que ellos me habían prestado sus recuerdos. Esta vez en los testimonios escritos para el libro que ya forma parte de mi vida. Se abrazaban en el hermoso salón, para compartir esta recepción de homenaje de la Embajada del país que los había recibido en los 70. Recordando sus años en Bélgica, los exiliados habían publicado un libro, nada menos que un libro!!! en la rememoración de esa etapa.
Los mozos impecables, empezaron a circular entre nosotros con bebidas y bandejas con exquisiteces difíciles de enumerar. Para mi almita simple de milanesa con fritas, los canapés de jamón, de champignones, de salmón rosado y los dátiles con roquefort sumaban delicias. Las copas se retiraban para ser reemplazadas inmediatamente por otras, de acuerdo a las preferencias, vinos, cerveza gaseosas. La atención puesta en la asistencia a los invitados era tan impecable, que me olvidé que me hubiera gustado sentarme. Pero al rato, los gestos cordiales del embajador y su gentil esposa no lograban que yo dejara de buscar ansiosamente con la mirada, una silla. A varios de los veteranos nos pasaba lo mismo. Los jóvenes ni advertían esa ausencia. Los mayores nos turnábamos utilizar la banquetita de mierda, o la usábamos entre dos, medio culo cada una, para descansar un momento. Y después la prestábamos.
El salón impecable, las luces brillantes. Tanta sofisticación me apabullaba, pero tanto era afecto en el lugar, que inundaba. La presentación fue breve. Hablaron brevemente el embajador, Marta y Angela. Agradecimientos recíprocos y un clima festivo. Pero todos de pie. Los fotógrafos del grupo tomando tantas hermosas imágenes como pudiera desearse.
Cuando estaba con la mitad del culo en la banquetita, compartiéndola con N. se acercó el embajador a saludarnos, siempre sonriente y con una cortesía perfecta. Casi siempre, perfecta. Se puso nervioso cuando alguien, disculpándose primero y evocando con gratitud el generoso recibimiento a los latinoamericanos que Bélgica alojó en los 70, dijo que le quería preguntar algo. Que pasaba con las barcazas de los inmigrantes de hoy? Allí me parece que se inquietó.
De todas maneras a esta altura lo que más me motivaba era sentarme. Clamaba por una silla, un sillón, un banquito, un umbral o el cordón de la vereda. Cualquier lugar donde dejar mis huesos.
Todo era bello, elegante, distinguido y de muy buen gusto. Cuando salimos al balcón, alguien preguntó si se podía fumar. De inmediato aparecieron los ceniceros labrados. Siguieron más fotos, más sonrisas, más emociones. Parados y caminando.
Marta insistía en presentarme a las y los jóvenes que aún no conocía. Todo el cariño del mundo se concentraba en ese salón y ese balcón. Era tanta la alegría del encuentro que daba razón a Marta cuando me decía: “Si estos chicos son así, es que no hicimos mal las cosas. Es que debimos hacerlas bastante bien”.
El afecto fue torrencial en ese lugar y me empapó a mí también. No faltó caviar ni champagne. Lo que faltaron fueron sillas. Pero esta falta no logró desdibujar lo esencial del encuentro: tíos y primos postizos en abrazo fraterno, reviviendo historias de infancia.
Post Embajada reunión en casa de Marta y Rodolfo.
Busco adjetivos. Que puedo decir de su gentileza, de su calidad y calidez personal? De su disposición para hacernos sentir como en casa? Pensé varios nombres: aristocracia en las emociones, solidez personal, generosidad de los nobles. Pero temo que todas esas palabras no alcanzan. Porque la delicadeza y atención por ellos dispensada, va más allá. Y seguro que ellos dos, se ríen o se ruborizan.
Sábado 18 de agosto en ATE
A la entrada, un montón de bombos. Los que llevan a las marchas?
El salón en el subsuelo estaba preparado con una mesa en el estrado. A izquierda la foto de Evita, a la derecha, la de Perón.
Gente que llegaba, saludos, presentaciones. Conversaciones en pequeños grupos. Un ambiente más distendido y luego las exposiciones.
En el video, una de las primeras imágenes, la de Pepe teniendo en brazos a un bebé, Eduardo, el artífice de este video que vemos hoy. Que recuerda aquel tiempo, que muestra a los adultos como los jóvenes que eran y a los jóvenes como los niños que fueron. Aquellos niños de las imágenes reencontrándose hoy. Pasó el tiempo. Pasó el tiempo? Y allí los familiares. Aquellos que hoy recuerdan el acompañamiento de los días angustiosos. La necesidad de implicarse en las visitas a las/los detenidas/os, la ayuda que había que proveer a los que partían.
Y las historias de aquellos niños... Aquel que se tiraba de cabeza contra el vidrio del locutorio de Villa Devoto para alcanzar a su mamá, la que se dibujaba títeres en los dedos para él. La de aquella niña que supo esconder piedritas en las medias para romperlo y así llegar a su mamá. Y las abuelas que los llevaban y debían soportar las largas esperas, y las requisas antes de entrar y el breve encuentro del que se volvía, como escribió alguien: “con los pies en llagas y el alma en hilachas”. Los relatos de la llegada al país incierto, “de cielo frío y nublado”, con el corazón en suspenso. Por eso cuando Marta me mandó al frente, para que contara como eran mis impresiones, poco pude decir. Este que escribo, es mi resarcimiento en palabras.
Y por qué me comprometen estas historias, que sigo acompañando? Porque intuía la significación de este encuentro poderoso y reparador. Pensando en las similitudes y diferencias de estos exilios con los insilios que padecimos otros. Ambos tienen como común denominador, la angustia. Y para ellos, los que partieron sumó, como cuenta el libro, el abanico de afectos que se pudieron nombrar, y de los que el libro es testigo.
Y tal vez debiera terminar aquí esta crónica, para que Marta, siempre optimista, luchadora y positiva, se sienta en sintonía.
Pero también el libro que presentamos da cuenta de más cosas. La pesadilla de la “trama Kafkiana” de la realidad política de aquel momento El relato de esa salida que había de quedar en sus biografías, “con un pie en cada orilla y el corazón partido” Y el registro de aquel l que sintió al llegar que “el salto comenzaba a cobrar su tributo, y fue pagado con melancolía”. Luego, la vuelta para quienes volvieron, y esta vuelta de hoy que nos ilumina.
Así que “todo está presente en la memoria”, y tal vez se suma hoy este encuentro, que sigue a los anteriores, y que ya se continúa con otros, porque eso es esencialmente este libro, “un libro que camina”.
María del Carmen Marini 2018
26 dic 2020
Historias del exilio en Buenos Aires 2018
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