3 dic 2020

La clase de labor

 A Mariel
 
               Ustedes saben en qué consistía la clase de labor. En bordar una servilleta en punto cruz, hacer una vainilla  en un pañuelo que se regalaría al padre en su día. Tejer una bufanda.
               Mientras los varones en aeromodelismo fabricaban piezas estilizadas, o en carpintería daban forma a repisas y mesitas, las niñas bordábamos o tejíamos dejando pasar el tiempo hasta que viniera la vida en serio.
               Pero esta vez sucedió que  una niña se negó. Y dijo: -No tejo nada.
               Tenía que pasar después de siglos. Y fue este año en Rosario, en una escuela fiscal “de cuyo número no quiero acordarme”, pero que pudo ser cualquiera. Lo cierto es que los hechos que se suscitaron y que son los que contaré provocaron escándalo, sorpresa, conmoción.
               En realidad la historia había empezado antes. Mariel es una niña que desde la firma se diferencia de sus compañeras. Cuando a su nombre agrega el apellido paterno, no se queda ahí, lo continúa con el materno y eso es poco frecuente en un mundo en que la mayoría de las personas se mueven como si solo fuesen hijas del Sr. Mengueche, y que la Sra. estuvo allí solo como incubadora y su nombre puede permanecer anónimo. ¡Total...da lo mismo!. Una incubadora es una incubadora.
               Esquilo planteaba a sus paisanos: -No es la madre la que engendra, es el padre. Eurípides confirmaba: -Ella es solo la nodriza del germen. Más tarde Santo Tomás chismearía: -El padre debe ser más amado que la madre, atendiendo a que él es el principio activo de la generación, mientras que la madre es solo el principio pasivo.
               Lo cierto es que Mariel remontando viejos mitos avalados por las firmas del Esquilo, del Eurípides y del Tomás, insiste en darle a su mamá el papel que le corresponde. Y eso no es tan común, ni siquiera ahora.
               Otra oportunidad en que Mariel se diferenció de sus compañeras, fue aquella en que tenían que hacer el análisis sintáctico de una oración, señalando número y género.
               Ella dibujó los signos universales en los lugares correspondientes. Ustedes saben, los signos son: un redondelito con una cruz abajo (siempre cargando cruces las mujeres) para designar el femenino, y el redondelito con la flechita para arriba (como pene en permanente erección) para designar el masculino.
               La maestra la interpeló entonces: -¿Qué son estos garabatos Mariel?
-        No son garabatos, son los signos de femenino y masculino.
-        Eso es un invento de tu cabecita loca.
Mariel al día siguiente llevó un folleto de Naciones Unidas, sobre la Convención de Ginebra, en que estaban impresos los signos aludidos y dijo: -¿Ve señorita?. No son un invento de mi cabecita loca. Son signos universales. ¿Usted no los conocía?.
               A lo que ella respondió: -Bueno, bueno...pero no me vengas con cosas raras. Cuando tengas que poner masculino, si no querés poner la palabra dibujá un pantaloncito, y si es femenino que sea una pollerita.
               Ya no quedaba nada por decir.
               No hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver, ni peor ignorante que el que no quiere aprender. Si es maestra o maestro, peor.
               Esa misma maestra, en una charla de fines del año pasado, cuando las chicas hablaban de sus proyectos y Mariel dudaba entre ser científica o actriz le había sugerido: -¿Por qué no elegís una actividad más común. A las mujeres les es difícil cumplir con grandes planes y a la vez atender a la familia.
               Mariel le dijo que eso sucedía porque la sociedad es injusta y  se despachó con una arenga sobre la igualdad de oportunidades. Lo que decía era coherente, pero podía sonar original a esa maestra que hablaba y escuchaba desde una cierta idea previa sobre el trabajo de la mujer y sobre el lugar de la mujer. Fue entonces. en trance de verse acorralada por argumentos tan sólidos que podían llevarla a cuestionarse ¿Qué cosas? que salió del paso con la siguiente adultez: -Vos ahora decís eso, pero hay muchas cosas que no sabés, por eso te expresás así...veremos más adelante.
               Mariel reflexionaba luego: -¿Será cierto que soy yo la que no se muchas cosas?.
               Luego vino lo de la bufanda.
               Habían pedido a las niñas de sexto grado que trajeran lanas de colores y agujas No 3, que iban a enseñarles a hacer una cosa muy bonita.
               Cuando sus compañeras empezaron a trabajar y quedó en descubierto que Mariel no había llevado lana ni agujas y se negaba a trabajar, la maestra intervino para ver que pasaba. ¿Qué pasaba con qué?. ¿Con el tema del tejido como actividad escolar?. ¿Con el tema de las actividades supuestamente femeninas?. ¿Con el tema de la obediencia irrestricta a todas las órdenes?.  Debió ser bastante desconcertante la negativa de Mariel a tejer, como lo hubiera sido la negativa de cualquier  pibe a cualquier cosa. En las escuelas, en general, no se espera que los alumnos se nieguen a cumplir lo prescripto. No se espera que se nieguen. No se espera nada.
               La maestra planteaba lo sorprendida que estaba de que una niña tan linda no estuviera dispuesta a “prepararse para ser una mujer”. (Faltó que agregara: para casarse y tener hijitos, como hubiera dicho Susanita).Allí se dio el primer choque porque Mariela contestó que pensaba que: - Tejer no era la mejor manera de prepararse para ser una mujer.
               Grave ofensa. ¿Cómo se puede dudar de las implicancias de “uno arriba, uno abajo” en los cuestionamientos filosóficos, éticos, psicoevolutivos en el crecimiento de las jóvenes hacia su destino adulto?.
               Entonces preguntó: -¿Cómo que tejer no era la mejor manera... Acaso tu mamá no teje, no lava, no plancha?-.
               ¡Pregunta imprudente!. Mariel contestó: -No, mi mamá no plancha. Mi mamá estira-. Y extendiendo las manos como si tuviera una tela entre ellas en dirección vertical y horizontal, indicó la manera en que se resolvía el tema del planchado en su casa, con lo cual tapaba la boca a su maestra, pero escrachaba públicamente a su madre.
               La maestra indignada por la respuesta protestó: -¡Pero es de mujeres el atender la casa, tener la ropa en orden, cocinar, coser, tejer...! (Chorreando ideología patriarcal).
               A lo que Mariel contestó: -Pero yo creo que ese es un modo de ver que depende de que vivimos en una sociedad machista...- (También chorreando ideología, pero contestataria).
               Algo estalló en la maestra que barbotó: -¡Vos sos muy gurrumina, tenés que tomar mucha sopa para llegar a crecer y  pensar como se debe!-
               (Quién está capacitado para decir cómo es que se debe pensar?. ¿Quién puede ser tan osado o tan soberbio?)
                La respuesta fue: -Cuando crezca, yo preferiría seguir pensando como pienso ahora-.
Desde allí a la dirección a firmar el libro negro, ya no medió nada.
Lo firmó en silencio y con la dignidad con que se sostienen las convicciones más firmes.
               Y en las clases de labor se suela ver a una maestra entre confusa y desesperada porque no sabe qué hacer con una niña que si sabe qué pensar.
Epílogo
               Cuando en Ciencias Sociales Mariel debió responder a un cuestionario en el que se le preguntaba dónde aprende sus derechos contestó: -Aprendo en diferentes lugares, en mi casa, en el barrio, en el club, en la escuela...- Y después de reflexionar corrigió: -En la escuela más o menos-.
1989

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