A María Cristina
El informe de la angiotermografía estaría el jueves.
Angiotermografía. Nombre extraño.
Debía retirarla del instituto. Pero antes buscar la autorización de la orden en la Obra Social.
En la Obra Social esperar en la larga cola.
Las empleadas de guardapolvos azules cansadas, agobiadas por el calor, aburridas por lo rutinario del trabajo, impersonales y frías en el trato.
La cola avanza lentamente. Ya llega. El carnet, el último recibo de sueldo, la orden. La empleada recibe los papeles, verifica. Anota en una boleta, nombre, número, sella, firma. Desprende la boleta del talonario. Se la entrega sin mirarla. Autorizada. Dos de la tarde.
Luego el instituto. El sol no se decide a romper las nubes, pero el calor igual golpea.
¡Qué lento transcurre el tiempo!. La consulta es a las cuatro. Con el informe del estudio que debe retirar, el médico podrá saber, podrá decir.
La vereda parece blanca bajo ese resplandor desmesurado para abril. No obstante el cielo gris se achata en el horizonte. La ropa se pega en el cuerpo.
En el instituto en la penumbra, la empleada habla por teléfono. Otra persona espera.
Una expectativa ocupa todo el espacio. El sobre con el informe. Allí está el dictamen.
¿El sobre estará abierto?. ¿Podrá leerlo antes de la consulta, antes de las cuatro?.
La empleada termina de hablar por teléfono. Atiende a la persona que espera desde antes.
Luego su turno. ¿Por qué se demora tanto?. ¿Es que no terminará nunca?.
Si, finalmente llega ante el mostrador.
La orden autorizada por la Obra Social. Es ésta. Abonar el porcentaje, veinticinco por ciento. Sí. La billetera. El dinero. Ya está.
El sobre con el informe.
Las manos de la empleada de largas uñas esmaltadas acercan el sobre. En el sobre, el destino.
Cerrado. Herméticamente cerrado.
¿Por qué estará cerrado?. ¿Será norma del instituto?. ¿O será por otra razón?.
Es temprano aún para la consulta. Tendría tiempo de caminar... Tomar un café... Pero no, prefiere esperar en la clínica.
Otra vez en la calle.
Esa luminosidad sin sol. Ese calor pesado y agobiante. Ese extraño color de tormenta indecisa. Bocinazos. Olor a gasoil. Casi siente náuseas. Camina. La gente pasa. Alguien la empuja.
Con el sobre cerrado en la mano, piensa en el tiempo que queda hasta las cuatro. En el tiempo que se estira frente a ella como un túnel, como el interior de una culebra que deberá recorrer paso a paso hasta saber.
Recuerda a Bensancon: “De todas las enfermedades, las más frecuentes son justamente, las denominadas enfermedades de la mujer. El diagnóstico solo le corresponde al médico. La enferma tiene el derecho de quejarse y de ser cuidada. No tiene derecho en cambio, a saber nada.”
¡Imbécil!. ¿Qué sabe él de esta necesidad, de esta urgencia por saber que la clava en el tiempo, estaqueada en la espera, fijada en un vacío, en dónde no puede pensar, decir, sentir nada... Esta necesidad, esta urgencia de saber que la deja en suspenso hasta que el sobre sea abierto, hasta que el informe diga, por boca del médico, lo que cabe esperar’
¿Y entonces?. Y entonces sí, saber la pondrá en la ruta. En la claridad de un tiempo sin apremios, ni amenazas... o en la certidumbre de que deberá apurar estos trámites del vivir, ordenando lo que pueda en el tiempo que le quede.
¿Habrá tiempo para ponerse en orden consigo misma, en esas cosas que había dejado de lado, confiando en que la respuesta vendría sola?. ¿Habrá tiempo para reconciliarse con los enemigos... por si acaso es cierto que “perdonando se es perdonado”?.
¿Podrá hacerlo?.
Hay quienes se desmoronan en el intento.
Hay quienes en esas situaciones, con temple firme, pueden usar las hilachas de tiempo, y reordenarse y encontrar sentidos. Hay quienes pueden saldar cuestiones pendientes, atar cabos sueltos, redondear la vida, para que el final, no deje todo en un absurdo.
¿Sería ella capaz?
¿Y sería capaz de soportar el dolor, la pena por las cosas no hechas, las palabras no dichas, las experiencias no vividas?.
¿Y sería capaz de sobrellevar con entereza el dolor de su cuerpo desintegrándose , si ese fuese su destino?
¿Hasta cuándo y hasta dónde podría resistir?.
Una carcajada la sobresalta.
Alguien ríe. Los autos resbalan por el pavimento ajenos a todo.
Espera con el sobre el la mano, sin poder hacer otra cosa.
No sabe si amenaza tormenta. En mundo desdibujado, los proyectos suspendidos.
Espera. Espera el momento de saber.
Saber si vivirá preparándose para una muerte invasora, o podrá descartarla para después.
Después de haber vivido todo lo que todavía no vivió. Para después de hacer las cosas que aún no hizo. Pronunciar las palabras que aún ha silenciado. Sentir las sensaciones que postergó.
Advierte que si la muerte le pone límites a corto plazo, aunque se apure a buscar, quedará sin muchas de las respuestas que necesita.
La clínica es adusta.
La madera oscura reviste las paredes.
La alfombra atenúa el sonido de sus pasos, cuando se acerca a la secretaria, que la busca en la lista de pacientes. Le indica que pase a la sala. Otra mujer espera. Los minutos transcurren lentos. Cada una encerrada en su silencio.
La puerta del consultorio se abre y pasa la primera paciente.
¿Cuánto demorará?.
El sobre en la falda. Las manos crispadas sobre él.
Desde la calle llegan murmullos atenuados.
El corazón late tan fuerte, que su sonido estruendoso sobrepasa a cualquier otro. El nudo que fue instalándose en el pecho, crece y crece hasta sofocarla. Solo queda esperar. Nada más que esperar.
Pero la espera se agiganta, la cubre, la absorbe, la tritura y la despoja, para expulsarla luego a ese vacío de tiempo que sigue y sigue, sin que se vea el final...
¿Y si huyera?.
¿Y si destrozara el sobre para no saber jamás?.
¿Y si corriera hasta la calle y empezara a caminarla...a caminarla hasta que la calle o ella se terminaran...?
¿Y si...
La puerta se abre. Sale la paciente. Se levanta. Es su turno.
El doctor le extiende la mano. Estrecha la suya, que está fría.
La invita a sentarse y recibe el sobre que ella le alcanza.
Trata de abrirlo. Cuando advierte que está pegado comenta: -Parece que está cerrado, como para que no se lo pueda abrir...-
Cada una de las palabras le pega en el rostro.
¿Por qué, quién podría querer que no pudiera abrirse...?
Respira con agitación, le laten las sienes.
Los mazazos en el pecho la aturden.
¿Por qué no rasga el sobre?. ¿Cuánto tiempo más?.
El doctor abre el cajón. Saca un cortapapeles. Luego lo cierra el cajón. Desliza el cortapapeles por un ángulo y va cortando, prolijamente el sobre por un borde.
Abre el cajón y guarda el cortapapeles, luego lo cierra.
El sobre es como una gaviota, como un albatros, como una nube.
Saca una hoja blanca, doblada y la despliega. La lee en silencio.
Levanta calmadamente los ojos del informe y la mira. Entonces dice: -Bueno, afortunadamente no hay actividad en el nódulo que investigamos. Puede quedarse tranquila, descartamos un problema mayor. Es lo que suponía, pero necesitaba este examen para verificarlo. Ahora pase a la camilla, que la voy a examinar.-
Cuando salió de la clínica, las nubes se habían separado y se veían retazos de cielo azul entre ellas.
Recordó una frase de su madre que hacía tiempo no oía: -La tarde se puso en sol...-
La frase tuvo un nuevo significado.
1986
3 dic 2020
La espera
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