21 dic 2020

La intrusa (versión heroica)

                Apareció un día.
                Absolutamente bella.
                Absolutamente enigmática.
Absolutamente desdeñosa.
                Clavó en mi sus ojos inmensos, rasgados, como de verde cristal transparente.
                Pero la mirada quedaba allí, no me permitía ahondar en ella, fría, cautelosa, tal vez especuladora.
                Me pregunté qué misterio escondía. Qué secreto albergaba tras su silencio impasible.
                ¿Por qué tanta desconfianza?. ¿Por qué tan retaceada su entrega?.
                Nada en ella era corriente, ordinario. La piel impecable, el gesto, soberbio.
                Caminó majestuosamente hacia mí, pero eludió mi contacto.
Su vientre combado lleno de vida nueva, no disminuía la gracia y dignidad de sus movimientos.
                Pero ¿por qué tan altiva distancia?. Si yo ya estaba rendida...
Me recordaba vagamente algo, o alguien... ¡Claro!.
                Era una película: “El futuro es mujer”, en donde Ornella Mutti, también los ojos luminosos e inescrutables, también el embarazo redondeando su figura, se instalaba en la vida de una mujer, para convertir el cosmos en caos.
                Ahora ella estaba allí, y yo, como esa mujer que había visto cambiado su mundo, la recibía como si ello fuera un privilegio. Sin preguntar de dónde venía. Sin indagar nada. Disfrutando solo de la magia de esa presencia fascinante, esquiva, seductora hasta la alienación.
                A su lado, todas las otras cosas se deslucían y pasaban a un segundo plano. Los otros intereses, los otros afectos, las otras fidelidades.
                Mi madre, vieja y sabia dijo: -Estás enamorada.
                Y fue como si yo escuchara: -Estás perdida.
                Era cierto... la miré casi suplicante.
                Pero su mirada no arrancaba desde adentro, sino desde la fría superficie de cristal de sus ojos increíbles, y no decía nada, no prometía nada, no concedía nada.
                Tal vez se iría pronto llevándose su hechizo.
                Tal vez dejaría su cría, como signo y recuerdo de su paso por nuestras vidas.
 
                Lo que yo presentía es que no se quedaría con nosotros.
                No estaba hecha para quedar con nadie. Salvaje, libre, aventurera...
                Extendí mi mano hacia ella, pero se retiró entre indolente y despectiva.
                Supe que nunca sería mía.
                Que defendería ferozmente su independencia sin dar un palmo más de lo que se le antojara.
                Aún así yo la amaba. ¿Tal vez por eso yo la amaba?.
                Entonces fue que mi compañera salió del consultorio protestando.
-Gata de porquería  malcriada, otra vez hizo pis y mojó los Seminarios de Lacán. Y decime... ¿qué vamos a hacer si tiene los gatitos acá?. 1986
 
 
La sabiduría de Hegel
                Hegel tenía razón. Cuando describía la mutua dependencia entre el amo y el esclavo, la relación dialéctica entre ellos, de tal suerte que no se concibe uno sin la existencia del otro en una reciprocidad ineludible.
                Sí Hegel sabía lo que estaba diciendo, como si nos hubiera observado minuciosamente a nosotras dos, antes de plasmar sus conceptos.
                Porque de eso se trata. ¿Se concibe una esclava sin ama?. Y si las situaciones que estamos viviendo nos definen, más allá de lo que deseemos pensar de nosotros mismos, a mi me definen como su esclava.
                Por eso la miro con rencor.
                Desde que amanece empezamos a jugar roles complementarios. Se despereza con sensualidad y empieza ya a embellecerse. Yo corro de un lado a otro recogiendo las ropas que los chicos dejaran tiradas a la noche y reúno los útiles sobre la mesas. Tengo trámites en el Banco y consultas a la tarde.
                Además debo poner la ropa en la máquina de lavar para ir adelantando. Tal vez la pueda tender después del almuerzo.
                Hago una lista mental del itinerario a recorrer para ahorrar tiempo y energías.
                Ella, bellísima, indolente, sin ninguna otra cosa que ocuparse de sí misma, sin ninguna otra obligación que permanecer hermosa, me mira ir y venir sin mover un músculo en mi auxilio. Esperando, incluso, utilizarme a su servicio en lo que le venga en gana. Me siento impotente, esta situación es injusta me digo mientras sirvo su desayuno y se lo acerco.
                Bosteza displicente y me mira desde sus alturas de reina inconmovible.
                Sí, somos exactamente complementarias, como ama y esclava, como cigarra y hormiga. Ella se ocupa solo de sí, yo corro multiplicada para ocuparme de todos. Ella se estira lánguida y ociosa y yo sudo y puteo. Ella mira hacia el patio decidiendo si es ya el momento de ir a tomar sol y yo calculo si en el año me quedará una semana para vacaciones. Ella come pausadamente como una dama de exquisitos modales  yo trago mi café de pie ante la mesada antes de salir corriendo.
                Sobre todo ella se acicala con lentitud, conciente de su belleza, yo me miro al pasar reflejada en una ventana, y en contraste me veo desmejorada y tensa, con la casa por organizar, más las tareas de los chicos por supervisar y mis propias obligaciones pendientes. Dejando para último lugar la atención que demandaría mi propio narcisismo.
                ¡Y es que ella es tan hermosa!. Creo que se aprovecha de eso...En cambio a mi se me ve enredada en  la madeja de trabajos y obligaciones, con expresión de agobio y cansancio...como si fuera una esclava. Realmente una esclava.
                Ella, impecable, sofisticada, los sombreados ojos verdes fijos en mí, entre indiferentes e implacables, maúlla quedamente y se aleja meneando la cola imponente y peluda de angora gris.
1991  / 2014

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