21 dic 2020

Yendo a votar

 Hoy, la cola era larga  mientras avanzaba hacia mi mesa, a votar.
Adelante esperaban su turno dos señoras, una mayor y otra joven, la más joven tenía en brazos un niñito de unos dos años. Mientras ellas conversaban, el niño jugaba a colocar en el escote de la mamá (que era muy gorda y tenía una enorme delantera) el documento que ella de vez en cuando volvía a rescatar. El pibito lo acomodaba en esa gigantesca alcancía, debajo de la remera de escote redondo y luego lo volvía a sacar, para entretenerse, en una situación tan aburrida. Algo tenía que hacer. Tal vez ensayaba para cuando tenga que poner su propio voto en la urna.
Otra señora preguntaba con cuántas boletas había que votar ¿tres? Otra contestó: No, cuatro.
Detrás de mí dos caballero  mayores, iniciaron una conversación. Uno contaba que había trabajado en Fric- Rot. El otro comentó que había sido vidriero. A poco comentó que siempre se había hecho responsable, que lo bueno de esta etapa era vivir  con más descanso, que lo que tenía que hacer ya lo había hecho. Que tenía una casita en Córdoba. Y que la vida era ésta y cuando pasara a otra etapa, prefería ser cremado. Le daba cosa pasar por la descomposición “que era un asco”.
 El otro dijo que coincidía en hacer lo mejor que se pudiera en estos tiempos, que él iba a ayudar a una Villa, porque era católico. Los dos mencionaron a un conocido en común y acordaron que era un buen tipo, que también era un laburante como ellos. Y que tenía cuatro esposas y todas lo querían. Que cuando murió se volvieron locas de dolor. (No entendí si cada una sabía de las otras, porque me distrajo el niño que colocaba el documento entre los pechos de su mamá, y en ese momento ella lo recuperaba de un manotazo.)
Después comentaron que el barrio había cambiado y estaba menos tranquilo que lo que fuera. Que estaba mal que los jueces consideraran igual a los hombres trabajadores y honrados como ellos que a los delincuentes. Que no podía ser esto de vivir como si todos fuéramos iguales. Entonces uno dijo: Yo tengo una 38. Y el otro dijo: Yo una 22.
Y yo me dije que en ese rato había podido escuchar mucho respecto a sus convicciones existenciales, a lo que pensaban de la muerte, también acerca de sus historias, y a su posición frente al presente. Seguro que si seguían hablando iban a iban a abundar en cuanto “ellos” se diferenciaban de “los otros”.
Así que en esa cola, otra vez, yo había hecho un aprendizaje.
Pasé a votar, mientras documento en mano, al fin, definitivamente  reapropiado, se iba la señora  con su niñito.

19-4-15

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