16 dic 2020

La mirada y la traición

 Hubo quien planteó que los seres humanos pueden clasificarse en grandes grupos: los que traicionan y los que son traicionados. Tal vez el grupo de los que simultáneamente y a la vez traicionan y son traicionados sea el más numeroso, por eso la vigencia de “De los chismes, de los cuernos y de la muerte nadie se salva”. Existe un  último y pequeño grupo, el de los que ni traicionaron, ni fueron traicionados. Son los que pueden sostener una dignidad sin quiebres. En donde la fidelidad es entendida como lealtad. Una lealtad  coherente con la palabra dada y la palabra recibida.
Si la fidelidad es excepcional y el hipocampo, el caballito de mar, es el símbolo de tal fidelidad, bien puede pensarse, a partir de allí, que muchos hayan creído que era mitológico.(¿Tal como es algo mitológica la fidelidad?)
 
1- En el encuentro el muchacho dijo: -No tengo ojos más que para ella…- sonrió. Visiblemente convencido, sosteniendo su certeza para moverse en el mundo y persuadido de que su sentimiento era correspondido, se lo veía como iluminado. A los 19 años, el operario que en la obra en construcción donde compartíamos y charlábamos, contaba acerca de su mirada. Una mirada de la que nos estaba hablando y al hablar decía de sí mismo. De lo que sentía en relación al destino de sus miradas y de sus afectos.
¿Le sería posible seguir sosteniendo sus palabras? Y en caso contrario cómo operaría el cambio en el destino de sus mirada en él, y qué consecuencias tendría en ella, la privilegiada?
 
2- Hubo quien una vez dijo: -Si él puso los ojos en otro lado es porque el tiempo pasa y la gente cambia.
Razonamiento impecable. Traducido significaba: si dejó de mirar en una dirección y pone los ojos en otro lado, eso sucede porque con el correr de los días, de los meses, de los años, él cambió. Prerrogativa humana y tal vez inevitable la del cambio. El primero de los derechos: el derecho a cambiar de opinión.
Y si efectivamente, él había puesto los ojos en otro lado porque había cambiado, y con ese cambio, fue sustituida también la destinataria de su mirada, ¿cómo nombrar lo que había sucedido?
¿Cómo dar cuenta del cambio operado en esa mirada? ¿Cómo seguir siendo coherente con la palabra dada, si esa palabra ya no tenía vigencia, si era una palabra-promesa que habría de retirarse, que se había retirado ya?
¿Cómo conciliar la mutación sin faltar a la lealtad comprometida? ¿Cómo liberar a la cautiva de esa mirada para que disponiendo de su propia libertad, pudiera decidir qué hacer con ella? Pudiera decidir a quién mirar. Pudiera, una vez levantada la promesa que se había formulado, antes del cambio, antes del paso del tiempo, disponer otra vez de su propia  palabra.
 
3- Sabina, maestro, escribe y canta al respecto:
“Más de cien palabras, más de cien motivos,
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos
más de cien mentiras, que valen la pena…”
 
O sea que hay otras pupilas, pero para quien “no tiene ojos más que para ella”, esas otras pupilas no existen. Cuando empiezan a ocupar un lugar en la mirada, “Si él puso los ojos en otro lado es porque el tiempo pasa y la gente cambia” es porque hay que revisar las promesas.
¿Y qué implica eso?
Por empezar una renuncia. ¿Aceptar que no se puede tener todo?
 
4- Desde el/la que es mirado/a, el incremento del sentido del propio valer ante la interpelación que supone una mirada interesada, el desafío a sostener la apuesta de un encuentro contando con la obsecuencia de quien lo convoca desde un lugar de fascinación subordinada, pueden crear una sensación de seguridad y omnipotencia.
Así aquel que por efecto del paso del tiempo, cambia el destino de su mirada y encuentra otra que le devuelve el interés, ve en ello una confirmación del propio narcisismo que puede resultar tan embriagadora, como para perder la medida de las otras cosas puestas en juego: la honestidad respecto a sí mismo, el respeto al otro/a, el sentido de peligro ante lo que arriesga a dañar.
 
En quien padece la sustracción de la mirada, una mirada que fue confirmatoria del propio valer, lo que se produce son dos cosas: un empobrecimiento de la autoestima y un quiebre en la confianza.
Si hay “otras pupilas donde vernos vivos” se presume que aunque “valgan la pena” la canción dice que son mentirosas.
Pero el hecho de que existan y nos devuelvan vitales en su reflejo, acota el engaño. Casi no importa después de la fractura mortífera de la que se vuelve.
 
5- Traiciones privadas casi no contabilizadas, ni contabilizables en la descripción de las gentes y sus vínculos.
Por generalizadas quedan invisibles en la descripción de las vidas.
Traiciones que son paradigma de lo irresoluble. Que son motivos de venganza de los débiles.
Y carga intransferible para quienes no claudican.
 2008

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