16 dic 2020

Un duelo para el que no hay palabras

 Mi primer recuerdo claro de Mauro lo sitúa en la Estación Rosario Norte. Era nuestro primer viaje a Buenos Aires en tren, y ellos habían ido a despedir a su mamá. Pero mientras Mariel hacía audaces acrobacias en la verja de aquel jardín donde la Estación terminaba, y más allá se extendía el campo y las vías, Mauro con gesto contenido, le decía adios agitando la mano. Cuando el tren partió, bajó la cabeza y miró hacia el costado, ocultando las lágrimas. Era un niño, no sé ¿apenas de 7 , 8 años?
 
Pasaron tantos años… Crecieron…
Luego él viajó y lo perdimos de vista.
A la vuelta estaba más grande, más maduro, pero era el mismo Mauro de siempre. La vida siguió su curso, nos veíamos a veces…
 
Así me llegó al tiempo una noticia, que Mauro amaba a Silvina, y Silvina amaba a Mauro, y que por lo tanto sabían que iban a tener un proyecto.
Y cuando planearon unirse, los niños que iban a tener colmaban sus sueños.
 
El bebé se anunció en su momento.
Y todos compartían su alegría.  Una vez, en aquel tiempo, encontré a Liliana y Mariel en una galería abierta. Había sol y cuando me detuve con ellas, me mostraron la campera de jean en miniatura que habían comprado, y me llené de asombro. Nunca había visto una prenda así. Era graciosa porque reproducía exactamente las de adulto, pero en tamaño de muñeco.
 
Por eso fue tan cruel el primer tropiezo. El niño no llegó hasta el tiempo que hubiera necesitado.
Les costó consolarse y recién cuando los médicos dieron su palabra, se atrevieron a volver a intentar.
En tanto, quienes los querían y esperaban verlos de nuevo en la ilusión, acompañaban en silencio.
 
Por eso Julia fue celebrada desde el principio con tanta esperanza.
La alegría siguió a su nacimiento, aunque había nubes.
 
Una noche, a través de la ventana abierta de Ribereño, vi que Mauro paseaba con su beba por la acera. Cuando lo llamé para saludarlo, puso a Julia en mis brazos. Me conmovió el gesto, no todos tienen la generosidad de permitir que otros levanten a sus hijos, pero Mauro es así.
Tenía un par de meses, era bella y estaba vestida de blanco.
 
Solo fue un año. Y un año duro de consultas y expectativas que rodearon su breve vida.
Hoy no hay palabras que puedan dar cuenta de tanto dolor.
 
Y tal vez, solo digo tal vez, en esa masa con que Mauro, de vuelta del cementerio, demolió  las viejas paredes de lo que iba a ser la nueva casa, y con ello tuvo una herramienta para otra cosa también.
Una herramienta para expresar lo que sentía. Para ponerle salida a tanta pregunta, a tanta impotencia, a tanto desgarramiento.
 
Y por eso, cuando Liliana me hablaba de su pena por el hijo que encontraba en la masa demoledora  un vehículo para volcar su dolor, quise decirle algo.
Algo sobre los recursos y la fuerza de Mauro, que como todos, hace lo que puede cuando sucede que no hay palabras, ninguna palabra. 

2008

No hay comentarios:

Publicar un comentario