16 dic 2020

Traté de contarte

 Aquella vez habíamos hablado de cuando éramos niños. Nos sorprendían las coincidencias.
Madres hacendosas y padres trabajadores, los tuyos y los míos. De la generación de quienes apostaron a la educación de los hijos. Hicimos planitos de los lugares en los que habíamos vivido de niños: los dos en departamentos de pasillo con patio central y dos habitaciones. Con una escalera que llevaba al altillo. Para ir al baño y a la cocina se debía pasar por el patio: -Y en invierno tenía tanto frío- dijiste.
A mí me asombraba que hubiéramos vivido tantas cosas en común, sin saberlo y sin haberlo descubierto hasta ese momento. Había más coincidencias de las que suponíamos, y todavía más aún de las que te dejé saber…
Nos contamos de las escuelas a las que habíamos ido en el barrio, de las maestras que tuvimos. Y vos recordaste aquella vez que les recomendó ir preparados al día siguiente para una revisación a fondo. Que tu mamá fue cuidadosa con el lavado de la cabeza, las orejas, el cuello y también con la muda de ropa interior de color crudo, humilde pero limpia.
 
También me contaste de equívocos y errores que te llevaron a no encontrar lo que buscabas.
Me dijiste de amigos y de amores.
De aquel gran amor que fue interrumpido porque la madre era muy posesiva y vos muy intolerante. Que ella quedó sola porque te fuiste una vez en que hizo caso de la madre y no quiso escuchar lo que vos le decías “que era lo lógico”.
Me pareció que adueñarte de la verdad en éste y en otros momentos (como respecto a las decisiones de tus hijos) te ha jugado en la relación con los demás para empobrecerlas y hacerte desdichado.
¿También intervino en la nuestra? Lo traigo en un ejercicio de sinceridad necesario.
Pero pese a divergencias creo que ese fue un buen encuentro, del que volví con la sensación de haber compartido cosas profundamente sentidas, y que te había sucedido también.
 
En cambio la última vez en que nos vimos te dije: Fui a ver “De la Guarda”, con idea de compartirte mis reflexiones. Quería contarte. No la obra, sino lo que había sucedido conmigo. Pero contestaste:”No me gusta el teatro”. Yo quería hablarte de mí.
Verla fue como la pieza de un rompecabezas que venía a ocupar el lugar exacto de una historia que había empezado años atrás.
Cuando en  aquella oportunidad salí de ver “La Fura de Bhaus”, (a la que De la Guarda me remitió) no hubiera podio decir si me había gustado o no. Solo podía decir que  me había conmocionado. Luego pude agregar lo que había significado para mí. Una puesta en escena de contenidos del inconsciente, tal vez del inconsciente oscuro y atemorizante donde moran nuestros demonios. Esos que con los que yo tomaría contacto mucho después, pero que tal vez ya adivinaba.
Pero en aquel entonces no lo tenía claro. Recién ahora surge nítido, y por comparación con “De la Guarda”, que opera con algunos recursos equivalentes.
Así me parecieron equivalentes la mezcla acrobática en la pieza con los protagonistas deslizándose por el aire, la ausencia de un texto, el ser convocada desde el público a algún tipo de participación, la inquietud de ser incluidos en la trama más allá de dar el consentimiento, lo exótico de la puesta y el hecho de que los espectadores estuvimos en ambas, metidos dentro de las obras.
Pero me parecieron muy diferentes el clima, tenso, pesado y amenazante en la primera y celebratorio, festivo y juguetón de la segunda.
Pensé que “La Fura” con sus intérpretes intimidatorios, oscuros y hostiles entre nosotros, las máquinas extrañas en que se desplazaban, me remitían a  algún futuro tenebroso. Los envoltorios de papel de diario pulsando que quedaban sobre el piso (¿qué contenían, si nadie se atrevió a tocarlos?) para convocar la intrigada preocupación…Todo lo que recuerdo me sitúa en la inquietud del momento, como si hubieran quedado ligadas a esa representación contenidos siniestros.
Pero no podría haberlo formulado de no tener la posibilidad de comparación que me brindó ver “De la Guarda”. Tampoco si no hubiera vivido cosas que me pusieron en contacto con otras dimensiones de mi misma.
Por eso me importaba compartirlo como el descubrimiento tardío, de una experiencia intensa y significativa, que recién ahora ocupa su lugar. Ocupa su lugar por varias razones, la que mencioné respecto a las diferencias con la otra puesta. Y porque desde entonces  a ahora, fueron muchas las cosas vividas y las reflexiones y las búsquedas de sentido.
En cuanto a la significación y el impacto de “De la Guarda” fue como la de una borrachera leve de vino o de hierba, que amplificó el sentimiento de libertad. Eso fue para mí.
En tanto la conmoción de “La fura”, fue como la experiencia alucinatoria de la ayahuasca, una de las más intensas (¿la más?) que haya vivido en tanto apertura de la conciencia y encuentro con lo oculto y caótico.
Todo esto hubiera querido contártelo, pero no hubo espacio, ni escucha.
Buscaba al interlocutor al que aunque no le guste el teatro, pueda acompañar estos tanteos que me van permitiendo encajar las piezas de este rompecabezas y ayudar a pensarme a mi misma desde lo vivido, porque sigo buscando respuestas. Porque gracias a que fui a ver a De la Guarda, retroactivamante cobró sentido aquello que La Fura había movilizado y que ahora puedo nombrar. De todo esto traté de contarte, pero como no pude, ahora te lo dejo por escrito, en la convicción de que no quiero monologar, pero que sin espacio para lo que queremos decir no tiene sentido el encuentro.
 
Planteándome y planteándote que si hay un diálogo, este es de ida y vuelta. Una reflexión que tenga su sentido en compartir y en escuchar.
Me pregunto si es lo que está sucediendo.
Creo que también te lo estás preguntando. Pero no se si tendrás la disposición de seguir buscando la respuesta.
Si el encuentro sirve, ha de ser para crecer.  En eso encuentra su sentido.
Vale en la medida en que nos potencia y nos permite ser mejores, más libres o más sabios. 

2005

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