Su mamá era nuestra tía preferida. Tenía una falda gigantesca y mullida a la que nos encantaba treparnos. Y como ella tenía solo hijos varones, también era muy complaciente y nos permitía a mi prima y a mí, peinarla por horas. Eran tiempos de niñez y juegos.
Él, uno de esos hijos varones de mi tía especial, la llama. Ella me cuenta de esas llamadas. De vez en cuando lo hace, para contarle de su familia y de los vaivenes en su salud. La última vez que hablaron la había dejado preocupada. Su hijo más chico necesitaba, pero resistía terco, una consulta. El chico al fin aceptó y ya está encaminado. El tratamiento se había demorado hasta que el hermano mayor del muchacho tomó las riendas. Él tiene poco carácter, siempre fue algo débil, y no había logrado convencerlo. Fue el hermano el que lo llevó al médico. La madre ya no está.
Él le cuenta también de la cirugía, que deben programar para su propio problema, pendiente desde hace tiempo. Dice que la va a llamar cuando esté internado.
Y en esas vidas solas de esos hombres inermes, se nota la ausencia de la que ordenaba y ponía el sentido. Magdalena murió y se siente. Están solos ese padre y sus hijos. En cierto desamparo. Ese desamparo tan visible en los hombres solos.
Ella estaba pensando eso, cuando antes de despedirse le dice: “ Te llamo además porque hoy es un día especial, es mi cumpleaños”.
Ella lo felicita pero sintiéndose en falta.
Entonces se promete agendar la fecha para el próximo año. Mi tía de la falda mullida, su hermana mayor, estaría contenta.
17 dic 2020
La segunda
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