(Prólogo a partir de esta carta, que respondió a su envió de la novela)
Leí tu novela. Me pareció hermosa, y estoy convencida de que, por su tema, le permitirá verse como en un espejo a cada mujer que la lea. En distinta medida todas nos hemos postergado, en función a la relación con el hombre que elegimos. Algunas hasta desaparecer. Otras resignando pedazos, que las dejaron mutiladas. Y hay quienes (como nosotras?) luchan para permanecer lo más enteras posible, dentro de la relación, que tal como se da en nuestra civilización, necesariamente tiene algo de devoradora, de feroz para los dos integrantes de la pareja. Aunque siempre un poco más para nosotras, con el aval de dioses y hombres, leyes y tradiciones, ciencia y técnica, usos y costumbres.
Creo que el ángulo desde el que está escrita- que es el de la mujer que por amor pone entre paréntesis sus otros intereses, su vida- es aquel para el que fuimos condicionadas a mirarnos. Por eso es imposible no reflejarse en la protagonista.
Creo también que es importante que esté ubicada en el tiempo en que está, que corresponde a nuestra generación.
Generación que se cuestionó el derecho a ser personas, además d madres y esposas.
Y por último creo que el desenlace deja suficiente espacio para que el lector encuentre en ese final lo que necesite, priorizando el encuentro con el otro, el reencuentro consigo mismo, o los hilos que quedan pendientes, en esta historia de vida que se nos fue desplegando.
Esto es lo que me ha sugerido tu novela, recién, recién terminada. Te agradezco que me la hayas enviado ni bien la sacaste del horno. Debo conminarte a que no la dejes encerrada en un ropero. No me gusta pensarla “como un quiste que me duele” (según expresás en tu carta), la prefiero como un feto listo: lo que cabe es ponerla en el mundo para que viva.
Asumo el privilegio de que me la hayas delegado. Y siento con ello una gran responsabilidad.
26 dic 2020
Las 40 velas Graciela Geller 1991
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