3 dic 2020

LAS LÁGRIMAS

 He visto las lágrimas muchas veces. Cayendo sobre las mejilas, rodando sobre la remera, delizándose hasta la mesa y desbordando al piso. Recogidas en pañuelos impecables de linón o precarios de papel. Corriendo libres  o contenidas, silenciosas o  estridentes, con sollozos, con hipos, con palabras. Con palidez o con rubor, inundándolo todo. Conmovedoras, enjugadas apenas, escondidas al borde mismo de los  párpados o inundándolo todo.
También he tragado mis lágrimas. Cuando el dolor me hacía partícipe, cuando la historia relatada resonaba en mi historia, cuando registraba que eso que me estaba llegando tenía que ver con mi propio sentir, he debido toser, recomponer la expresión y con un esfuerzo digno de mejores causas fingir que estaba resfriada, que me había atragantado, que eso: la emoción, no me estaba pasando. Pero sucede que sí, que muchas veces yo también estuve al borde de las lágrimas.
Cuando Irene trajo como trofeo, después de arduo trabajo compartido, su Gravindex positivo, y yo pude guiar su reflexión hasta el punto que me interesaba para que descubriera que éramos dos las embarazadas (había coincidido mi propio embarazo –todavía incipiente- con su búsqueda del suyo), ella se largó a llorar. Y juro que yo no me quedé indiferente. Pero la norma de abstinencia de aquellos años (hace más de 25) me impidió ser más expresiva.
Cuando Nora relató las circunstancias en que su única hija fue detenida en el 78 y el diálogo que sostuvieron entonces, al despedirse, también debí hacer esfuerzo para permanecer calmada. Porque la desesperación de aquellos años no me eran ajenas.
Y cuando Marta (de la que ya he hablado) puso en palabras el desgarramiento por la separación de su hijo, a quien debían llevar para tratarlo de la tuberculosis adquirida en la cárcel, cuando habló de lo que fue desarmar la cunita y preparar el bolso con su ajuar, sentí que me volvía de piedra. Que la única manera de seguir estando allí para sostener la posibilidad de que ella hablara, era tornarme en roca silenciosa y quieta. Solo así le serviría, solo así el dolor acumulado podría emerger de ella y sanear tanta herida mal cerrada.
Hubo otras ocasiones en que la pena desbordada me envolvía  me llevaba a  compartir la voragine. Alejandra relatando la mirada de su bebé en la sala de terapia donde atravesado de sondas y agujas luchaba por su vida.
Gabriela contando que en el encuentro íntimo, intentando alcanzar un momento de intensidad,  cerraba los ojos para imaginar que el hombre que estaba con ella, con el que actualmente se relacionaba era el otro, aquel amado ausente, que ya no correspondía a sus afectos. ¿A cuánto puede  llegar un sentimiento para producir tanto daño?
Lidia y su furiosa impotencia porque lo que había sido su andar libre por el mundo, quedaba circunscpto a tramo que pudiera recorrer con sus muletas.
Situaciones en las que el dolor se mostraba en todas sus facetas y en donde yo podía hacer mío aquello de : "nada de lo humano me es ajeno"

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