Si bien todos los pacientes me conectaron con sus historias, y de ellas sobre todo con las emociones en conflicto, sucedió que algunas veces esas emociones en conflicto encontraban expresión también en malestares, dolores o lesiones en el cuerpo.
Lesiones orgánicas que provocaban los temblores en las manos frías de aquella niñita, hasta que pudo detectarse el tumor en el cuerpo calloso y así conocer la causa orgánica que se sumaba a las que tenían que ver con lo emocional y que habíamos explorado en nuestro trabajo.
Sensación de ahogo en aquella muchacha a la que se le cortaba el aliento y que además de angustia, tenía una lesión en el pulmón, secuela de una vieja tuberculosis. Ahogo que además de la angustía tenía un motivo concreto en su cuerpo.
En otras pacientes, cicatrices como la que le atravesaba el pecho a aquella operada del corazón y que no se resignaba a la inactividad posterior, o el abdomen a la otra a la que le salvaron la vida, pero le dejaron un miedo y una sensación de vergüenza por la cicatriz que la surcaba, que debió procesar para animarse a volver a vivir, a volver a mostrarse en el erotismo en el que quedara trabada. Ambas se levantaron la ropa con total espontaneidad para mostrar sus marcas y me dejaron en el desconcierto de decirme: -Qué hace una chica como yo en un lugar como éste, si de lo que entiendo es de otra cosa? Y sin embargo tenía sentido que me interpelaran también desde esas marcas que las constituían en su cuerpo. Parte de las razones por las que estaban frente a mi se ligaban al dolor de esas cicatrices.
Y recuerdo también la sensación bajo mi dedo, de aquella pieza de titanio en la sien izquierda de la escritora a la que habían debido reconstruirle la cara después de un accidente frontal en ruta. Me dijo: -Dame la mano..- y cuando la llevo al lugar agregó: -No se pude ver, pero podés palpar uno de lo tornillitos con que recompusieron los pedazos...-
Y también las que traían en sus cuerpos las marcas de cicatrices de cirugías plásticas que habían reducido o agrandado los pechos, o recortado la piel para estirar la que quedara fláccida por adelgazamiento o por vejez.
Y todas ellas además de sus cuerpos acercaban la turbación en los sentimientos y la necesidad de reencontrase bajo esas marcas y reconciliarse consigo mismas bajo las nuevas formas.
Y como la experiencia más fuerte, la de aquella paciente oncológica a la que acompañé con admiración y respeto por su valentía y entereza, en una tarea que se constituyó en la prueba contundente del valor de la palabra en las luchas por la vida y por la propia dignidad.
Fui testigo de su pelea palmo a palmo, me sobresalté con sus sobresaltos y me inquieté y me esperanzé con las maniobras con las que, desde la medicina se apuntaba a curarla. Fui su interlocutora en cada batalla y tal vez por eso su triunfo me sigue iluminando.
Recuerdo con toda nitidez algunos momentos. Aquel en que dijo: -Cuando Miguel (el oncólogo) me palpó, retiró la mano como si hubiese tocado una serpiente..., me dijo que te llamara urgente porque íbamos a necesitar mucha ayuda para lo que se venía... Y otro: Cuando trajeron la válvula a insertarle bajo la piel para pasar la quimioterapia. Miramos la caja con ese cubo de metal y plástico que debería pasar a formar parte su cuerpo. Estábamos el esposo, ella y yo, los tres alrededor de la mesa y se nos llenaron los ojos de lágrimas. Totalmente desbordada alcancé a musitar : -Con esto adentro, vas a resultar la mujer biónica- Por suerte estaban tan concentrados en sus propias emociones, que mi despropósito no los alcanzó.
También recuerdo mi admiración por su terca persistencia para comer entre las náuseas, el potecito de yogurt, en aquella sesión previa a la cirugía, en donde ponía sus expectativas. Náuseas que hubieran hecho desistir a otras, pero no a ella, empecinada en llevar adelante la lucha con todo.
3 dic 2020
PACIENTES QUE ME VINCULARON CON SU CUERPO
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