El vínculo materno filial ha sido y sigue siendo uno de los que más reflexiones suscita, en madres y en hijos.
Las diferentes madres significan a sus hijos de diferente manera. Así he encontrado:
1- el hijo sentido como reparación y consuelo, (Entendí que Belén era eso para Miriam, cuando enjugaba las lágrimas de su mamá a horcajadas en su falda, mientras ésta refería su historia de orfandad),
2- el hijo como carga agobiante ( Julia gateando ante Norma, impotentizada por su perfeccionismo paralizante, que no le dejaba tomar a la vida más que como acumulación de pesos que la abrumaban),
3- -el hijo como argumento para seguir luchando (Mariano para Marta en el momento más siniestro de su historia, cuando ambos en la cárcel, él se constituía en motivo de alegría, y todos sus progresos en causa de celebración)
4- -y aún la mirada de la hija como interrogación incesante ( la de Magdalena para Graciela en los cuestionamientos sobre el sentido que quería darle a su vida, signada por un vínculo conyugal de violencia y en el que esa hija venía a insertarse como pregunta ineludible)
Y los hijos han construído su lugar en el mundo a partir de ese primer encuentro, con la frecuente paradoja de venir a constituirse en proveedores de razones para la dicha o la infelicidad de quien los había convocado.
He registrado la paradoja de hijas en conflictiva relación con su madre, cuyo segundo nombre era el de ésta, fuerte símbolo para portar cargas no siempre felices. Casos en que ese nombre quedaba ligado a mandatos o a restricciones heredados.
En los que portar ese nombre o el parecido físico era sentido desde el enojo impotente muchas veces acallado.
Las historias en relación al vínculo materno filial son de una gran riqueza, en dónde la posibilidad de escuchar desde los diversos ángulos amplía la perspectiva.
Así he sabido de la demanda de hijas de proximidad y cuidados, más que de órden y limpieza de sus madres obsesivas. Que cuestionaban las prioridades con que éstas organizaban la vida familiar jerarquizando lo concreto de la casa y descuidaban lo abstracto que hace de una casa un hogar.
De la neligencia de aquella otra que desentendida de urgencias económicas y sin ubicarse en las reales posibilidades de su hija, que no llegaba a cubrir lo necesario, (el alquiler, la obra social) señalaban con frivolidad faltas de lo superfluo, (tratamientos de belleza, sofisticados electrodomésticos) y que con su desubicación despectiva desataban tormentas.
Aún de la crueldad de aquella que después de haberlo autorizado no permitió el viaje de egresadas de su hija, cuando ésta ya estaba en el colectivo que la llevaba con sus compañeras, y su valija guardada en la panza con las otras. En razón de sus propios miedos (de su propia neurosis) hizo bajar a ambas: chica y valija y produjo con ello la más grande frustración.
He escuchado a mujeres asumir el convertirse en mamás de sus mamás : Una llegó a plantear"-O la adopto o no me queda solución".
A otra en que el reconocimiento de la presencia protectora levó a decir: Estuvo siempre que la necesité...Mi vieja fue de fierro y por eso me sirve de modelo¡que me importa si tuvo o no tuvo orgasmo! Fue una madraza y eso no se le puede negar...
Y he observado la complementariedad en una dupla madre-hija en dónde la madre describía su hija como un "surtidor de afecto" y en dónde la hija se reconocía viviendo en la necesidad de aprobación de su mamá, condenada a la inexistencia por fuera de ello: " A los treinta años me doy cuenta que gasté la vida en complacerla".
Por último, el efecto devastador de madres perturbadas y perturbadoras pude registrarlo en algunos casos de los que mencionaré:
. El de aquella mujer madura, madre de un joven con graves inhibiciones, que fantaseaba con: "conseguir una chica, de esas huérfanas del Buen Pastor", para que su hijo pudiera establecer una relación con ella y así salir de su soledad. Allí la madre se proponía suplir la iniciativa y encauzar su vida amorosa, para la que él parecía inhabilitado.
. El de aquella otra que acompañando a su hija universitaria a rendir, hija que tenía graves dificultades, increpó a los profesores que la habían reprobado: porque "Si ella rindió mal es por timidez, y yo no podía dejar pasar la injusticia".
Y, en fin, el de aquella madre de una contadora que a consecuencia de un A.C.V. había quedado hemipléjica, pero que intentaba reintegrarse a algún trabajo, y cuya madre oponiéndose a esa posibilidad, la disuadía con el argumento de que: "Quién va a emplear a una cuarentona con bastón?"
Por último, y hablando de madres, la descripción del "nido vacío" se enriqueció con el aporte de una investigadora que extendió dicho sentimiento de desazón ligado a la partida de los hijos, al sentimiento que suscita la conclusión de una tarea intelectual, con la publicación de trabajos, lo que nos llevó a la categorización de los hijos en tres clases: biológicos, adoptivos y complementarios, a saber estos últimos, las obras que podemos dar a luz y cuyo desprendimiento también conmueve.
De las rarezas y heterogeneidades describibles en el terreno de los hijos está la de aquel niñito que cuando lo besaban lloraba, sin que pudiera descifrarse por qué, el de aquel que se atajaba cuando se extendía la mano hacia él como previendo golpes, y como si desconociera las caricias y la de aquel que contradictoriamente reaccionaba con golpes a las manifestaciones de afecto.
3 dic 2020
LAS RELACIONES FAMILIARES
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