26 dic 2020

Los motivos de la centolla. 2004

 Los personajes que habitan los cuentos en “Los motivos de la centolla” comparten su desamparo en un universo a veces indiferente y otras hostil.
La soledad y el silencio prevalecen en estas pequeñas crónicas, cuyos protagonistas buscan ( las más de las veces, sin éxito y sin esperanza) respuestas que legitimen su ser en el mundo.
Clara Rozín da cuenta de ello en estas historias. Algunas tienen algo de la levedad, de la sugestión de lo apenas bosquejado. Son como piezas sueltas de un rompecabezas a descifrar por el lector.
Otras, atenúan su contundencia con sesgos de humor. Al fin, otras desde la cotidianidad de lo que pasa inadvertido, nos narran una manera de mirar.

Y prevalecen las mujeres. Mujeres que tejen una trama, en dónde podemos preguntarnos sus lazos y continuidades.
Por ejemplo acerca de una continuidad entre el desasosiego de la niña de los brazos largos (Los motivos...) y las pesadillas de Laura (El mirador), pesadillas reiteradas “solo cráter y oquedad”. “Algún destello se activa para que Laura hable, pero las palabras se resisten y calla...”. Mientras ella sostiene en su silencioso deambular nocturno, “como sostiene Pereyra o como sostuvo Galileo, que algún día dirá basta”.
Y es en estas historias que los recuerdos llegan mudos e implacables para hacer presentes vacíos y fracasos.
Recuerdos a padecer, como los de Lito, para advertir ante su hija “que toda su vida fue un fantoche, un pobre tipo” (A lo Humprey Bogart) o como la pequeña Amalia (La alborada). Una Amalia que “ no logra explicaciones al vacío de palabras, no logra explicaciones a la soledad y la angustia, flotando en medio de palabras que no pudieron salir...balbuceadas entre la oscuridad y el temor. Preguntándose ¿con qué se llenan los intersticios de la memoria-olvido?”
Personajes éstos, que no encuentran un lugar, como Juan (La creciente) o Berta (La llegada) desolados en medio de gente apresurada que, a diferencia de ellos sabe perfectamente hacia dónde se dirige. Y esto hace más notoria su orfandad y desamparo.

Personajes como la mujer (Cosas de la vida) que “Vio los faros, los faros aumentados en tamaño de un auto, los faros iluminándolo todo...y entendió que era la muerte, lo sabía, quería tal vez unos años más, vivir algunos años y comprender cosas, cosas de la vida...”
Buscando tal vez como Bella (Poner palabras) “un cuarto lleno de palabras, que me sustenten contra el mundo”.

Ardua búsqueda de sentidos y de palabras que se escurren, que se esconden, que se escapan. Búsqueda que es transitada por las protagonistas y descripta con la sutileza de lo apenas esbozado. Como en Antonia (Desde el eterno perfume...) no escuchada por su compañero, pero persistiendo en su deseo.

Con mínimas pinceladas, casi al modo del impresionismo, la autora va dejando como al sesgo los datos con que armar esas vidas que transitan sus cuentos, y en los que a veces ella se incluye como narradora.
Casi en un susurro nos va dejando conocer las historias, como a través de una puerta entornada. Nos coloca como testigos de estas vidas en las que sin estridencias se despliega toda la gama de lo irremediable, pero también de lo posible

Y he aquí que en estos cuentos Clara Rozín  escribe como quien ya ha decidido llevar hasta sus últimas consecuencias un propósito. El de contar esta dimensión de lo humano: la soledad, el silencio, el dolor de vivir. La lucha por encontrar el camino de las palabras. Y  hay en esta lucha, en este poner nombres, una decisión irrenunciable, tal vez porque para ella (como para mucho/as) la escritura es una forma de dar batalla. Tal vez porque escribir es “una forma de no claudicar”.

María del Carmen Marini
Enero 2005


No hay comentarios:

Publicar un comentario