26 dic 2020

Ya casi llega la mañana, libro de Clara Rozín. 2000

 Cuando Clara Rozín me privilegió encomendándome la presentación de este libro, asumí la tarea como una hermosa responsabilidad. Presentar un libro es como aceptar el madrinazgo del hijo de quien nos lo delega. Y sabemos que los libros son como hijos para quienes los escriben. Así me propongo en esta presentación hacer mérito al honor conferido.

Y empezaré por el principio. Esto es por lo que en algún tiempo se supo decir de las mujeres escritoras.
No hay saya que quede peor a la mujer que querer ser sabia. M. Lutero
Una mujer letrada será soltera toda la vida mientras haya hombres sensatos en la tierra. J. J. Rousseau
En toda mujer de letras hay un hombre fracasado. Ch. Baudelaire
Las mujeres escritoras siempre han suscitado hostilidad. Se las compara a un perro que camine sobre las patas traseras: no lo hacen bien pero es asombroso. J. Johnson
Una mujer que toma la pluma es considerada como una criatura tan presuntuosa que no
tiene medio alguno de redimir su crimen. Lady Winhilsea
La mujer que se dedica a escribir aumenta el número de libros y disminuye el de mujeres. Anónimo

Estas frases fueron escritas por pensadores influyentes y expresan cierta manera de concebir la condición de la mujer, una ideología androcéntrica que nos proponemos cuestionar. Cuestionar en los hechos y con la producción de textos, como éste que hoy presentamos. Aquí surge y se despliega la creatividad de una escritora mujer. Y sus textos vienen a desmentir a Lutero, Rousseau y Baudelaire y a constituyen una prueba contundente de los prejuicios de estos caballeros.
Convengamos que el lugar tradicionalmente asignado a la mujer, el lugar de silencio y pasividad ha sido puesto en jaque desde la palabra transgresora de quienes a lo largo de todas las épocas y a lo ancho del mundo se atrevieron a cuestionar dicho lugar.

En cuanto al supuesto de que las mujeres que se dedican a escribir aumentan el número de libros y disminuye el de mujeres, este planteo coincide con el de Diana Raznovich cuando en una humorada nos dice que para tener éxito una mujer debe moverse como una pantera, pensar como una gallina y callarse como un mueble.

Lejos de ese silencio convocado y enaltecido: “Te quiero cuando callas porque estás como ausente…” supo sostener Pablo, lo que este libro nos trae precisamente la fractura del silencio, lo que nos trae es la palabra.

 Y la palabra de la creación literaria ocupa un lugar de jerarquía entre las todas las otras del espíritu humano
Podemos recordar con Alejandra Pizarnik que “escribir implica exorcizar, conjurar y reparar. Reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.
Además que “La escritura es una manera en que el ser humano va descubriendo lo que es”, “Escribo para aclarar mis propios enigmas” dijo Roa Bastos.
Y Saramago: “Hay quienes escriben para que lo quieran, o para no morir. Yo escribo para comprender”.
¿Cuánto de desgarradura suturan estos cuentos? ¿Cuánto de enigma se despliega? ¿Cuánto del afán de comprender/comprenderse en estos textos?

Así pues valga esta reflexión para situar el lugar y el valor de las historias narradas. Al fin como sabemos, la de contar historias es verdaderamente el oficio más viejo del mundo, y no el que nos dijeron. A todos nos agrada que nos cuenten historias y muchos de nosotros nos complacemos relatándolas. Y nuestra vida va transcurriendo entre historia oídas, contadas, leídas y escritas.

De las historias contadas por Clara Rozín en su libro, diremos que son como cortinas que se va descorriendo para mostrar en toda su sutileza un universo de situaciones en las que los afectos de sus protagonistas nos resuenan sensibles y próximos. Yo diría: se trata de afectos humanos, muy humanos. Pero, que, a la vez, son historias de las que, como de los cantos de sirena, no es posible sustraerse a su magia. Nos hacen sentir muchas veces, desde nuestras propias vivencias, hacer eco a lo narrado, como si reverberara en nuestra interioridad…Como si fuera factible decirnos:”Esto pudo pasarme a mí”

Podemos plantearnos desde que lugar fueron escritos. Desde dónde la mirada a veces compasiva, a veces suavemente irónica, se va deslizando sobre hechos y personajes para relatarnos su acontecer.
¿Desde alguien que está en la búsqueda de una forma expresiva para esas resonancias? Resonancias de lo vivido que la implican a ella y que por tanto nos implican a nosotras, nosotros lectores, receptores de lo que esa mirada testigo nos cuenta que registra.

Y estas historias que tienen la levedad y evanescencia de lo apenas sugerido nos interpelan y nos involucran.
Nos interpelan en el transcurrir calmo de situaciones en donde pareciera no pasar nada conmocionante, porque efectivamente no sucede en el escenario, pero si en la trastienda, en el velado fondo de los segundos planos. Y nos involucran en un clima vago, brumoso, como de vísperas de algo que está por suceder y que queda pulsando suavemente. Como alusión, como entrelínea, como boceto.

Diría que son cuentos en donde lo sugerido impera.  (El desatino, Poner palabras, San Calalao de los milagros) Diría que son cuentos vaporosos si vale la expresión, sobre el silencio, la soledad, el desencuentro. Si pudiera establecer una comparación, diría que están confeccionados en gasa, coloreados en tonos pastel, suavemente difuminados. ¿Y qué nos relatan? Nos relatan el eterno enigma del anhelo de fusión que coexiste con el impulso a la huída (Cosas de la vida, Desde el eterno perfume del jazmín)
Ardua búsqueda de sentidos y de palabras que se escurren, que se esconden, que se escapan.
Casi en un susurro nos va dejando conocer las historias como a través de una puerta entornada. Nos coloca como testigos de estas vidas, las de ellos, los protagonistas, ¿las nuestras? donde sin estridencias se despliega toda la gama de lo irremediable, pero también de lo posible.
Y en esta lucha por encontrar el camino de las palabras, la decisión irrenunciable de dar batalla, como único modo de no claudicar a la tristeza.

“Podría ser el domingo un día encantador, pero no es así, es triste.
Esa nostalgia se evidencia entre las seis y las ocho del atardecer, cuando la tarde perezosamente se ve convirtiendo en noche y zas de repente te pones melancólico y se arruina todo y esto puede suceder en cualquier lugar del mundo  en que te encuentres, Buenos Aires, Londres o Barcelona porque en todas partes el domingo acaba siendo un día de mierda, hasta que terminás dándote cuenta de que esto es irremediable”.

Pero concluye:
“Mientras yo seguía meditando, en un momento al mirar por la ventana comprobé que el atardecer lluvioso se había convertido en una hermosa noche estrellada. Tomé el vaso con la cerveza fría y bebí sin apuros, con deleite. Esa doble voluptuosidad me hizo comprobar que yo había logrado vencer la tristeza del día domingo y volví a beber presintiendo el oloroso viento de la primavera con eucaliptos gigantes, los jacarandaes, los jazmines de lluvia y las blancas coronitas de novia estallando en los arbustos. El olor de las frutas del verano y las noches de luna llena.
También recordé las canciones de Caetano con violines y percusión y sentí un placer tan grane que tuve ganas de volver a enamorarme.
Lo demás, fue todo un desatino”.

María del Carmen Marini  julio del 2006

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