24 dic 2020

Misceláneas de este otoño

 DE MARES Y MUROS
 
Vengo pensando que hay cierta equivalencia entre las rejas de nuestras calles y las costas europeas. Como muros, como límites implantados allí entre “los que tienen miedo y los que tienen hambre”. Las rejas que miro, cierran los frentes de las casas, a veces con terminaciones en forma de flecha. En los bordes de tapiales hay botellas rotas, con los vidrios erguidos  amenazando. O alambres de púa enrollados. Un miedo del que está adentro, encarnado  en esa  flechas en esos vidrios disuasorios, gritan: acá está el límite, no avances, este no es terreno hospitalario. Y en las calles el alerta de quienes, a la expectativa de arrebato, pueden llegar a la irracionalidad asesina. Pueden llegar al linchamiento.
Y las costas de Lampedusa también como territorio hostil, para el que se acerca desde el Sur. Un sur que también existe, pero molesta. La Europa que se enseñoreó del mundo, y dio  forma a suntuosos palacios, ve con inquietud el avance de los desamparados de África, y  los naufragios  frenan el sueño de esos despojados de la historia. También los “sudacas” supimos de esa arrogancia del ¿primer mundo?.
Los que, acá y entre nosotros,  circulan por las calles, y miran las rejas, como aquellos que en las barcazas surcan el Mediterráneo, tienen algo en común: la expectativa (¿esperanza?) de quienes no solo están excluidos: son  excluidos.
Y me dirán que son realidades  diversas: lo acepto, lo son, pero tienen estas realidades rasgos en común
Y allá y aquí, como todo aquello expulsado, arrojado lejos y puesto fuera para no ser visto, empuja con la fuerza de lo reprimido, para reinsertarse ante las miradas ciegas.
Los excluidos en nuestra ciudad y en el mundo, pasan a interpelarnos  en lo presente y cotidiano al modo que saben, en la forma en que pueden. A veces mueren asesinados  en el intento. Como David Moreira. A otros, se los deja morir. Como los setecientos náufragos de  este mes ante las costas europeas. Y tantos otros.
Y pensé en los amos del mundo cuando leí:
 “El alto comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Zeid Raad al Hussein, acusó ayer al tabloide británico The Sun de “incitar al odio contra inmigrantes”, por publicar un artículo en el que llama “plaga humana” y “cucarachas” a ese colectivo y sugerir que sus barcazas sean hundidas con lanchas cañoneras.
…El artículo de Katie Hopkins, habitual columnista del The Sun, se inicia con un provocativo párrafo en el que señala: “Muéstrame fotos de ataúdes, muéstrame cuerpos flotando en el agua, música de violines y personas delgadas con cara de tristeza. No me importa”. El artículo llevaba por título: “¿Barcos de rescate? Yo usaría barcos de guerra para frenar a los inmigrantes”. Página 12, 25-4-15
El razonamiento es equivalente al que gritan aquí quienes piden: ¡Napalm en las Villas! Basta de bolitas, paraguas y perucas invadiendo a la gente de bien! (¿?)
 Leemos en contraposición algo que Galeano escribía sobre “…esos hijos de puta que se dedican a atormentar a la humanidad viven vidas larguísimas. Esos no se mueren nunca, porque no tienen una glándula, que la verdad se da bastante poco, que se llama ‘conciencia’ y es la que te atormenta por las noches”.  (Radar libros,19-4-15) Y yo ampliando la mirada, recordaba a aquella Tatcher de Malvinas (¿revivida en Cameron?), y pensaba,  hoy día, en el Griesa de  la deuda (buitres genuflexos)  y hasta en la rigidez de algún juez vernáculo,  tan conservador como momificado en el cargo.
Y se me ocurría que, quienes desde una posición de poder sostienen tercamente privilegios y reclamos y niegan o subestiman cuestionamientos,  como ellos, están corriendo un riesgo. El riesgo de quedar inscriptos en la historia de la necedad.
Ya sé que, a veces, todos tenemos un lobo en el corazón, y que cuando se activa: chau compasión. Ya sé que todos tenemos un enano fascista replegado en algún rincón, que cuando se despereza nos pone prejuiciosos, discriminadores , intolerantes. Sería falso de toda falsedad no reconocer y combatir primero adentro lo que portamos, en tanto también nos constituye.
Creo que toda crítica debiera empezar con un ejercicio de autocrítica, y sé que estas reflexiones “transitorias y provisionales” como cantaba el Nano, me ponen en jaque ante mí misma. Que la fraternidad a la que apelo, que la igualdad a la que aspiro, a veces colisionan con la libertad. Una libertad de andar  mis calles sin  inquietud  ni  temor. Porque la desigualdad crea la violencia que nos pone en sobresalto. Y la fraternidad  parece un sueño.
Por eso este intento de pensar, de pensarme, de pensarnos como colectivo. Hay en ello  una búsqueda de esas respuestas elusivas, que permitieran alguna luz.
M.C.M. 28-4-15

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