21 dic 2020

Misceláneas enero 2016

1- El anciano se detiene cuando estoy en el jardín.
Me cuenta, mirando a mis perras, dos dogas poderosas, que él tiene una caniche. Que la caniche  duerme con ellos. Que tiene 87 y vive cerca, con su esposa. Que su hijo tiene problemas y los ve poco. Que su hija está enferma y por eso se preocupa.
 Pero más se preocupa, porque está separada, ¡nada menos que dos veces! También, que él no entiende a las nuevas formas de casarse y divorciarse de hoy en día. Y menos esta “democracia inmunda” en la que pueden casarse hombres con hombres y mujeres con mujeres. Que en sus tiempos no se veía eso, y está desencantado, amargado y desconforme. Que menos mal que tiene a su caniche.
Creo que sentí pena, pero después me acordé que mi compasión tanto como su desprecio surgen de una misma arrogancia.
 

2- Horacio nos cuenta que al taller de teatro al que estuvo concurriendo este año, se inscribieron  mayoría de adultos mayores. A fin de año montaron una representación, con guiones escritos por ellos mismos, que era una puesta de cierre. Tenían muchas expectativas porque era como una clase abierta para amigos y familiares, a modo de cierre de lo aprendido. En el acto en el que èl participaba (todos eran pequeños sketchs de breve duración), una compañera debía aparecer  y se deslizarse  por la escena como una marioneta guiada por hilos invisibles. En la escena, él se acercaba, le ofrecía unas flores y la marioneta caía como si le hubieran cortado todos los hilos, al mismo tiempo. Cuando ella se retiró, al terminar su acto , sucedió algo imprevisto: cayó muerta detrás del escenario, ya cumplido su sueño de actuar un protagónico.
 

3-Al  fin esta Navidad, tuve un celular que además de hablar y mensajear y poder tomar fotos (como el anterior), contaba con la capacidad de ver los mensajes de Gmail, entrar en Face, y tambi én Whats App. Hasta podía leer Página si llevaba los lentes. Me preparaba para poder utlilizarlo   mientras vigilaba a las perras en el jardín, al que me arrastran varias veces al día, para ver pasar la gente. Mi fantasía es que iba a poder estar sentada en la escalinata,  ellas ocupadas en lo suyo, mientras yo adelantaba mis lecturas, contestaba correos, o me ponía al tanto de noticias.
Así que esa mañana, exultante, me senté con mi chiche nuevo y me concentré en todas sus infinitas posibilidades, el mundo en mi mano. Las perras contentas, mirando pasar la vida tras las rejas. Así estuve, hasta que al cabo de un rato, levanté los ojos del celular nuevo y me encontré con que las perras habían entrado. Se habían aburrido en esa mañana de Navidad, sin gentes ni movimientos en la calle.

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