21 dic 2020

Rescatando al gato

 Los recorridos del grupo suelen ser interesantes. Se visitan lugares, se reconocen estilos y los compañeros toman fotografías.
Esta vez se caminaba por La Tablada. Y después del ex Batallón, del Buen Pastor y del Asilo de Ancianos, llegamos a la Biblioteca Vigil, con intenciones de conocerla por dentro.
Pero sucedió que en uno de los altos árboles de la acera, en una rama frágil, enigmático pero  juicioso, estaba trepado un gato. Solito y quieto.
Un gato que según dijeron unas alumnas que salían de clases, había subido con la tormenta, pero no podía bajar. Habían fracasado en los intentos de que los bomberos auxiliaran en el trance. Algunas almas no pueden sustraerse y seguir su camino. A.M. está habitada por una de esas almas. Y yo no pude dejarla en el desafío.
Llamamos nosotras y nos respondieron que podrían bajarlo si alguien se hacía cargo, esto es , si había un responsable que lo recibiera. Estábamos angustiadas, pensando en la orfandad del bicho, así que, después de charlarlo,  A. M. decidió que ella lo haría, que asumiría la tarea y lo incluiría en su ya numerosa familia gatuna.
 Aún faltaba aún un tramo de la recorrida, así que al término de la misma, y después de almorzar, volvimos. Ella como decidida defensora del rescate del gato y yo como  aguante en la aventura.
Llamamos de nuevo a los bomberos, insistimos otra vez al rato...La telefonista del cuartel se impacientó y nos dijo que la teníamos harta con lo del gato. Que dejáramos de molestar…que ellos estaban para cosas más importantes. Pero después de tanto reclamo, al fin, apareció el camión rojo. Benditos sean.
El camión (debo confesarlo) no era nuevo. La puerta del acompañante se abrió con esfuerzo tal vez porque no tenía manija, y debían accionarla con alguna estrategia especial. Algún truquito como los que usamos con los aparatos viejos.  Bajaron cuatro morochos argentinos en uniforme prolijito, con bíceps y tríceps,  que, aunque una sea una señora adulta, comprometida y responsable, no deja de mirar y ver. No estaban para las babas, pero, vale reconocerlo, estaban fuertes. Seguro que el famoso doctor Albino me censuraría, por estos comentarios, pero él es un gran censurador…
Lo cierto es que  ellos evaluaron la situación y pusieron en marcha la operación rescate.
Antes, creo que como parte del protocolo  tomaron los datos de A. M. que se designaba como responsable de llevarse el gato. Se hablaban entre ellos y nos miraban a nosotras dos con cierta suspicacia. ¡En fin!
Abrieron el camión, que había quedado en la esquina y bajaron una escalera de tres tramos, encajados el más corto en uno intermedio y los dos en uno más largo, como piezas a ensamblar. Supuestamente debían deslizarse  entre sí para armar una más alta. Pero debían estar medio oxidadas, porque todo eso implicó esfuerzos,  tironeos y golpes para desencajar los tres tramos. Los muchachos llevaron adelante todo ese esa tarea y sudaban y siguiendo las  indicaciones de uno que debía ser el jefe. Les tomó un buen tiempo. Yo me preguntaba què hubiera pasado si la tarea hubiera requerido urgencia.
Nosotros los mirábamos esperanzadas a los morochos fuertes, y ellos nos miraban a nosotras dos. Me pareció que de reojo y con expresión sancionadora. Casi desdeñosos.  Yo me planteaba que ellos debían estar pensando que los hacíamos perder el tiempo, en eso de bajar el gato, cuando los bomberos debieran atender  incendios, derrumbes o por lo menos algún intento de suicidio desde una cornisa, es decir esas situaciones que demandan rapidez.
Pensaba todo eso. Y trataba de adivinar lo que ellos pensaban de nosotras dos. Seguro que se dirían, que en vez de estar rebozando las  milanesas o planchando una bufanda, estas dos pesadas, no tenían otra cosa que hacer y por eso habían insistido hasta el cansancio.
Luego uno de ellos, se calzó un arnés que aseguró, y subió por la escalera. La rama en que fue apoyada la escalera esa débil y crujía. A. M. suspiraba y yo también.  El bombero llegó cerca del gato que nos observaba desde lo alto y  así pudo evaluar en qué lugar desplegar una gran lona bajo el árbol.
La idea era hacerlo caer  dentro de la lona que  lo recibiría para ser entregado a A.M. una vez en tierra firme. El gato seguía en la suya, preservando su misterio de gato.
A esa altura habían cortado la calle, los vecinos se habían ido asomando, algunos ayudaban sosteniendo la gran lona. Todos comentaban  y los que pasaban se detenían curiosos a preguntar que sucedía. Se acercó un móvil policial y quedó allí. Yo trataba de pasar desapercibida, pero era inevitable que la gente nos señalara a nosotras dos como gestoras del asunto. Como A.M. es conciliadora y gentil hablaba con los bomberos y la gente.
Yo los miraba muy seria, como queriendo indicarles a los cuatro  que hicieran lo que habían venido a hacer, y que lo hicieran bien.
El morocho de la escalera trató de empujar  al gato con una rama. Y solo logró que se aferrara más. Pidió una escoba y un vecino diligente le acercó un secador. Nuevo fracaso. El gato parecía adherido a la rama con pegamento.
Después de varios intentos, cansado  bajó y pasó el arnés a otro de los compañeros que una vez en lo alto de la escalera, consideró que se podría cortar la rama, para resolver el tema y pidió un serrucho. Trajeron uno del camión, pero la rama era gruesa y consistente. El jefe del grupo consideró que con una motosierra sería más factible cortar la rama y hacer caer al gato para recibirlo en la lona y que A. M. pudiera llevarlo. La motosierra funcionó un momento y se detuvo, tuvieron que bajarla, hacer un ajuste y volverla a subir para que cumpliera su cometido.
Los otros bomberos, la policía de apoyo en el rescate, los vecinos, los paseantes y nosotras dos, todos y alguno más, estábamos expectantes. Sostenìamos  con la mirada al bombero morocho de la motosierra, a la rama y al gato, rogando que la operación rescate culminara con éxito.
El ruido de la sierra atronaba, el bombero sudaba, nosotras con el alma en un hilo esperábamos, cuando  ¡al fin! rama y gato cayeron dentro de la lona bajo el árbol. ¡Tarea cumplida exitosamente!
Todos aplaudían celebrando, el barrio era una fiesta, casi que faltaban solo los fuegos artificiales , a los aplausos se sumaron los vivas y el momento de sincera algarabía se interrumpió cuando sucedió algo.
Algo impensado, imprevisto, totalmente sorpresivo… el gato, con una agilidad  y velocidad indescriptibles, como un refucilo, como una saeta,  escapó de la lona,  corrió entre todos nosotros y se trepó a un árbol de la vereda de enfrente, más alto que el anterior.
Se  quedó escondido, allí,  entre las ramas.
Supongo que desde su refugio se debió quedar mirándonos. Mirándonos  a todos, a los vecinos, a los paseantes, a los bomberos, a la policía y a nosotras dos. Mirándonos con su indescifrable mirada felina.
 
Noviembre 2015

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