Me sorprendió un saludo que venía sin nombre y decía “Feliz Navidad a la amiga más íntegra”
Sentí que me responsabilizaba por un rasgo, el de la integridad, del que yo poco me podía hacer cargo.
Me tiraba con un elogio, que era como un cascotazo. Justamente porque más que íntegra, me he sentido desfondada, despedazada y a veces, hasta pulverizada.
Y esa supuesta integridad, atribuida por la amiga que tardé en identificar, contrastaba con otro rasgo que una vez me atribuyera alguien. Alguien que escuchando uno de los textos de “Historias de niños, para grandes”, y a partir del mismo, dijo que quien lo escribiera, era un “fraude”.
Y tal vez yo sabía que en algún punto, era un fraude, como escritora, como intelectual, como persona…
Si me enojó, me ofendió y me resintió fue porque resonaba a algo que pensaba de mì misma. Una actitud de fraude, de incerteza respecto de tantas cosas. Por suerte había leído que algunos valiosos también habían dudado de sí. Y sin aspirar a compararme, me alentaron las palabras de Borges cuando escribió que temía que alguna vez se descubriera que él era un chapucero, un impostor, o una singular mezcla de ambos. Si él a veces se sentía un fraude, que quedaba para los demás…
Por eso, lo de supuesta integridad como opuesta a una supuesta condición de fraude me sacudió como campanazos, como verdades parciales acerca de mí, que no me atrevía a mirar de frente.
La Navidad de los otros
Eva relatando la Nochebuena, con su tíos y primos. Con mis primos es un encuentro alegre, bromeamos y reímos. Pero mi tía…Su tía, diciendo a cada momento que estaba cansadísima, “con cara de orto, desparramada en un sillón” y jurando: “A mí no me agarran más ” . Eva y sus hermanos se prometieron no volver a celebrar allí.
Graciela cuenta que tuvo la iniciativa de regalarle al hijo de sus amigos un gatito, que fue a buscar a la veterinaria. Sabía que ellos habían estado añorando la gata de una vecina, después que se mudara. Pero esta vez…La sorpresa dejó al padre del muchacho en shock, demudado, no volvió a hablar, y aunque le habían asegurado que no tenía que llevarse al gatito, si no lo aceptaban, el grado de malestar con que inundó la reunión, no pudo despejarse. Se retiró sin saludar, y ni la mejor disposición de los otros invitados pudo con el clima creado, a partir del intercambio de regalos.
Verónica no había podido evitar que su madre pusiera en face las fotografías de su presentación de danza, aunque por su profesión, no quería que se hicieran públicas. “Mi mamá no pide permiso” dijo entonces. La noche de Navidad se acercó a la mesita donde estaba el arbolito, desenvolvió un paquete y fue colocando las estatuillas de un Pesebre. No preguntó si era algo que podía hacer. Lo trajo y lo dispuso sin consultar. Ha de haber sido la primera vez que un Pesebre entra a la fuerza en una Navidad.
Andrea
“Mi hija la invitó, y por ella yo acepté”, dijo “Pero el de mi mamá es un eterno quejarse y reprochar. Nada fácil tolerar su insatisfacción permanente. Su mundo es oscuro, penoso, pesado. No se la puede conformar, vive sumergida en una visión desconfiada y desconforme de todo. Me pesa que venga, me pesa que esté. Cuando no está la vida es más liviana, más llevadera. Pero la invitó mi hija, y por eso…”
Ella
Escribió: Hola, decidimos no reunirnos a almorzar mañana, me siento bastante mal, y D. no da abasto con la bebe, casa y comida sola. Disculpas. Que lo pasen bien y tengan una noche buena junto a sus seres más queridos. Enviado a las 21 horas de día 24 de diciembre.
Enero 2016
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