Cuando la conocí, en el grupo de Las Brujas, me pareció exquisita. Muy bella, impecable y además gentil y cuidadosa en el trato. Y lo que pude ver de ella, solo de mirarla, coincidió con lo que conocí después. Compartimos buenos momentos, y también de los otros, como sucede cuando pasan muchos años.
Una vez le pedí de regalo su historia, para ilustrar los modos de encuentro amoroso en un ensayo sobre el tema, que yo estaba escribiendo.
En ese escrito que se llamó “Amores y desamores” yo cuento :
“Ella tenía 14 años (como Julieta) cuando acompañada de su mamá, fue a colocarse la vacuna antivariólica a lo que era entonces la Asistencia Pública. El practicante a cargo de la tarea, comedido y cortés, le requirió el nombre para completar la ficha. También la dirección. Y por último el teléfono. La madre de mi amiga se extrañó por lo completo del cuestionario, para un tema de rutina. Según les explicó él, en esas cosas de la Salud Pública se llevan estadísticas y había que ser muy preciso. Esa precisión también implicó que llamara al día siguiente para saber cómo seguía y si la vacuna había producido algún efecto secundario. Hizo un prolijo seguimiento del caso...tan prolijo y continuado que duró durante años en la asistencia a largo plazo de gripes, apendicitis y al fin, de los embarazos de las hijas que tuvieron.”
Ese fue el primero de sus regalos. Permitirme contar su historia de amor.
El último fue una confidencia. Un sábado, en el café compartido, dijo que sus hijas planeaban un viaje, juntas. Y que ella les había sugerido que lo postergaran hasta la primavera. Y eso era porque ya estaba intuyendo que le quedaba poco tiempo. Temía, que si partía cuando ellas estaban lejos, se podían llegar a sentir dolidas, y quería evitarlo. El sábado siguiente le llevé la carta del sabio colombiano Antonio Iriarte Cadenas, en donde cuenta sus reflexiones, sabiendo que va a morir y está haciendo un balance de su vida.
Reproduzco un fragmento:
“…Así, pues, ya dejé de pelearme con la muerte. No es mi enemiga y, espero, tampoco sea la de ustedes. Comprendí y asumí, que ella, la muerte, nada me ha quitado, y nada les quitará a ustedes. Ella, hace parte del ciclo natural en el que consiste nacer para morir…Ritmo universal y sagrado por el que se gobierna todo cuanto existe…ritmo de movimientos y sonidos sin el cual sería impensable la vida de poetas y músicos, el sueño y la vigilia, en fin, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte.
…De manera pues que aquí no hay lugar ni para la amargura ni para las despedidas, por la razón simple de que no voy para ninguna parte. Me quedo donde siempre he estado, aunque bajo alguna forma diferente. Regreso al no lugar nl tiempo del cual salí para tomar forma humana…para ocupar un lugar diminuto en esa ilusión que llamamos espacio, por una fracción infinitésima de esa otra ilusión que denominamos tiempo…
El acto de morir, si bien, como la lluvia, es un evento común, muerte y lluvia ostentan la impronta sagrada presente en la totalidad del universo, razón por la cual, no deben ser percibidos como eventos banales. El llover es tan común y sagrado como el nacer y el morir. Llegado el momento se trata de dar el paso con pie airoso, sin temor pero con respeto, para sumergirnos solos y en silencio en el más impenetrable de los misterios.”
Nidia, después de leerla me dijo que le había parecido hermosa y que tenía coincidencias con el autor: “Yo también he tenido una buena vida, un amor genuino, hijas y nietas maravillosas, amigas con las que establecimos lazos profundos. Y satisfacciones personales en mi trabajo. Reconocimientos que me han dado alegría. ¡He vivido tanto! Si fuera por mí, ya estoy lista, puedo partir. Pero si pudiera, cuando me vaya, quisiera evitarles a los que amo el dolor, porque sé que van a sufrir, pero también sé que eso es imposible.”
Entre aquel primer regalo, del relato de sus amores, y este último de sus reflexiones, poco antes de irse, hubo muchos otros. Su exquisita prudencia al emitir sus opiniones, su cuidado de los sentimientos de quienes compartíamos el grupo. Y sobre todo, su sentido del humor, que siempre estaba alerta, para hacernos reír con sus ocurrencias.
Nunca la escuché en una crítica malevolente, ni en una palabra ofensiva. Y sí la pude ver valorar pequeñas cosas, como aquellos souvenirs de mi cumple, hechos con media nuez, como candelero pequeñito, con su pabilo sobresaliendo de la cera de colores. Dijo entonces: “Chicas! ¡Siempre quiero venir a nuestras fiestas! No me quiero perder ninguna!”
También valoré su delicada atención cuando nos recibía en su casa, durante algunas celebraciones. Fue la única persona, que durante mi vida de adulta, me untó con extrema deferencia los tostines con crema. Un gesto de cuidado y asistencia increíble.
¡Y las fiestas de disfraz! La de su vuelta del viaje a Rusia, en que nos encontró ataviadas con los trajes típicos. Y la recepción en que nos vestimos de “señoritas de la noche” como dijo Angélica. Recuerdo que en una Navidad, algunas de las más audaces de las Brujas, hicieron una representación, en la que ella jugó el rol del ángel de la anunciación.
Es que nuestro grupo de goce funcionaba con la alegría como energía. La misma alegría con que Nidia vivía cosas, como el Encuentro de escritoras, acompañada con Lisa. Como la oportunidad en que Solana, su nieta mayor, presentó su trabajo teatral en Rosario, y allí fuimos en patota. En el orgullo por los logros de todas ellas, nos participaba para que lo compartiéramos. Sabíamos de los estudios de Lara, de los logros de Belén, porque constituían la parte más luminosa de su mundo.
Sus hijas y sus nietas contaron su actitud de cuidado por los otros, hasta en esos últimos días. La delicadeza en los mínimos detalles, y el pudor y la paz con la que pudo irse. Me la imagino partiendo en puntitas de pie, liviana y sonriente.
Y yo me contento con haberla conocido. Con el hecho de que hubo charlas, risas y vida. Con la certeza de que en algún momento, como quien aprende de una maestra, quisiera poder también irme así, como ella. Con esa dignidad.
María del Carmen Marini, julio 2014
24 dic 2020
Nidia
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