26 dic 2020

Presentación Seda Cruda - 8 de agosto de 2015

 Es ineludible para mí empezar esta presentación del libro de Marta recordando la frase de Theodor Adorno : “¿Cómo escribir poesía después de Auschwitz?”. Diríamos después de La Esma, después del Sótano.
Cómo escribir para contar, eludiendo dos riesgos: el amarillismo de algún periódico, o la frialdad burocrática de un expediente.
En la clínica de lo traumático (que eso es escuchar en la consulta) se incluye el trauma del que lo padeció como víctima, y también una exigencia  de quien lo escucha. Si el trauma se volvió relato, si logra, por ejemplo volverse escritura, requiere que se lo vuelva a contar. Y que se lo vuelva a escuchar. Muchas veces.
Se complejiza la llamada “cura por la palabra” que pasa a ser, que alcanza a ser, en algunos casos, la cura por el relato. “Narrar es construir una diferencia con lo vivido”  dice Eduardo Muller.  Es pasar de la pasividad a la actividad, es encontrar la palabra enmudecida, es hacerse dueño de la propia historia.
En el trauma puro y duro sucede que es la misma escena, la que  vuelve igual a sí misma, una y otra vez (en el estres postraumático, la escena vuelve alucinatoria o en pesadillas, con la carga de afecto intacta). Si se vuelve narración, si puede ser narrada, entonces algo puede despegarse (¿esa carga de afectos desbordados?) y algo puede desplegarse, cuando las palabras nombran.
Una condición es que alguien pueda alojar esa narración, difícil de ser escuchada por el dolor que evoca, y para alojarla se requiere silenciar las propias resonancias, y hacer espacio al discurso que recién se puede empezar a construir. Volverse nido con resistencia de piedra.
  El desamparo ante el terror en la situación traumática implica padecer un orden de vulnerabiblidad subjetiva, diferente al desamparo estructural de todos los seres humanos.  Su densidad hace preciso considerarla de otro modo. De ahí partir para considerar el valor del testimonio frente a esta tragedia subjetiva.  El relato además, no refleja solo una mera percepción de lo vivido por alguien, sino que también, como en las tragedias clásicas, esa voz  le permite hacerse oír  a quien la vivió y dar fe de su propia experiencia, adueñarse de ella. A veces por primera vez puede dar, su asentimiento: “esto sucedió”. Y algo más, expresar también a la trama social afectada, , y con ello le permite a otros ¿a nosotros?, recuperar trazas, indicios y restos de una verdad. La de quienes vivieron esas situaciones y también la de aquellos que ya no están.  
Así Marta Dillon cuenta en “Aparecida” respecto al entierro de su madre “La íbamos a acompañar en el viaje desde el anonimato hacia el territorio de los muertos recordados, ahí donde podría seguir diciendo por sí misma, aquí estoy, en este tiempo supe lo que era la primavera, fui madre, fui hermana, estor son mis deudos…he sido asesinada, mi existencia negada, pero los míos arrebataron mi cuerpo de las sombras, desde aquí doy fe de la doble masacre de las vidas y de los cuerpos.”
En la escritura se recupera la palabra del silencio.
Hay un conflicto suficientemente descripto entre la acción moral de decir esa verdad y el dolor de esa verdad implica. Ha sido mencionado muchas veces. ¿Decir? ¿Cómo decir? ¿Cuánto decir? ¿Cuándo es el momento? Pero eludir ese dolor hace el juego a  la dificultad de cerrar una versión de los hechos. Y eso obtura el necesario proceso de duelo. Antígona reclamando dar sepultura a su hermano muerto interpela al tirano por un orden más justo y exige con ello un reconocimiento de la dignidad de la existencia, más allá de la muerte física.
Un hecho singular en estas historias, es la presencia de duelos congelados, no tramitados y con efectos devastadores. Duelo no solo por la muerte de quienes no están, sino también por la vida no vivida, o vivida a medias en el exilio y en el insilio.
Es en esta encrucijada trágica que el sujeto se abisma, al haber descendido, por la vía del terror a aquella dimensión de lo trágico puro.
El abismo implica un derrumbe subjetivo, en la consulta en que la palabra surge, queda margen para un dispositivo ético, que permita un asentimiento a decir con sus propias palabras, y con ello construir un relato. Relato que en muchos casos tendrá valor de testimonio. Decimos que es un dispositivo ético en tanto asumir su palabra lo humaniza y le devuelve un lugar  que lo desabisma.  Esto, porque el asentimiento a la propia palabra, la transformación de angustia en relato, la posibilidad de decir lo acallado tiene que ver con la recuperación de lo vital.
Y esto sucedió en la paradoja de que cuando ya no trabajábamos en la consulta, es que se produjo la mayor tarea sanadora. Cuando ya no era mi paciente fue cuando la escritura, en que la acompañé desde otro lugar, operó su tarea reparadora.

La tarea
En el transcurso  de dicho trabajo de escritura, Marta pudo ir  dando forma a un texto donde compaginó páginas de su diario, y parte de la correspondencia. La correspondencia que envió a su  madre desde Villa Devoto y desde Bélgica, que ésta conservó y le restituyó a la vuelta del exilio, hacia donde había partido .
    Su hijo nació mientras ella estaba en los sótanos de la Jefatura de Rosario.
Al octavo mes ambos habían enfermado, Marta tuvo que entregarlo a sus familiares para que pudieran tratarlo  de la dolencia contraída por las condiciones en que habían vivido.
    De ese momento es el siguiente fragmento:
“Me dieron unos días. Unos días en que supliqué que no me hicieran abandonar a mi bebé  enfermo. En que busqué los argumentos éticos y no éticos. En que pedí, exigí, grité. En que terminé preparando el bolso, la caja de lustrosos dibujitos y una mañana todo partió por el  mismo pasillo por el que entramos el primer día.
    Despacito desarmé la cuna, la de barandas rebatible para cuando creciera, cada tuerca, una lágrima temblorosa de pena. ¿Qué haría él cuando me extrañara, cuando me necesitara?. Y yo, ¿qué haría yo con la absoluta soledad que vislumbraba?. Destinatario de mis luchas, argumento de mi vida cotidiana, hijo que me enseñaste a quererte, a hacerme madre, a mantenerme viva con tu crecer sin pausa, sin tregua...te ibas. Desarmaba la cuna, el pequeño rectángulo de tu lugar en la sala de madres. El rincón que quedaría indefectiblemente vacío de tu volumen, tu risa, tu perfume, tus fiebres, tus reclamos...un lugar lleno de tu ausencia. Cayó la primera baranda. Eran para protegerte, para que no te cayeras. ¿ Y a mí quién me protege de éste desamparo?. Hijo, creí que solo te cuidaba y no vi hasta ahora que te vas, lo que me protegías a mí con tu necesitarme. Te tenía conmigo y en la imperiosa necesidad de sostenerte, me sostuve, con el pretexto de tu supervivencia, sobreviví. Cayó la segunda baranda. Como pedazos mío, de mi coraza, de mis defensas, como si fuera una parte que se desarma, que se desarticula, que ya no hace sombra. ¿Sanarán tus heridas?. La mía hijo mío, entreveo, no habrá remedio que la repare...eras el espejo en el que me miraba, y me veía tan necesaria, tan irreemplazable, tan amada, ahora se empaña de enfermedad, con tu ausencia se triza, ¿cómo voy a sobrellevar tus dolores, los míos?
    Saqué el elástico, los cabezales. Me senté en el suelo ocupando el rectángulo de sol cuadriculado y desconsolada lloré tu presencia ausente, lloré, lloré hasta quedar sin lágrimas.
    Con todo atado con hilo sisal hice  un bulto y lo entregué a la guardia.
    En el fondo del armario de chapa, celosamente elegidas, quedaron como remembranzas, algunas ropitas del ajuar interminable.
    Después de la cuna, partió Mariano, por mucho tiempo. ¿Un mes? Para mí fue una vida....”
La profundidad del dolor toma forma por una intensificación del sentimiento de la proximidad corporal con el hijo y es registrado  con la pérdida de éste.
    La memoria de la intimidad de los cuerpos da cuenta del desgarramiento para el cuerpo memoria de las madres.
¿Cómo incorporar ésta, la historia de Marta a la saga de las otras madres? Como la una mujer que prioriza sin vacilaciones las posibilidades de lucha por la vida. La de sí misma, la del hijo amado a quien había defendido palmo a palmo durante el embarazo, y al que no obstante elige renunciar para su bien. Lo delega a sus padres que se ocuparán de su tratamiento para que Mariano pueda sanar, para que pueda vivir.
    Y entretanto le escribe, le escribe y confecciona dibujos, tarjetas bordadas con los hilos de colores extraídos de las toallas, con los pocos elementos que puede obtener. Los cuentos, los dibujos, las tarjetas  son obsequios con  los que aspira a seguir ocupando un lugar en la historia y en la cotidianidad de su hijo. Deja en estos trabajos, en su diario, y en la correspondencia testimonios de ese tiempo durísimo de separación, de dolor, pero también de lucha para preservarlo y preservarse. Manteniendo siempre en claro el objetivo de no resignar esperanzas.
    Entre los ideales de defensa de la vida que se imponen está prevaleciendo la madre que solo hace eco a los valores de lo originario, esos “que se olvidan en lo que llamamos civilización”, como plantea Nicole Loraux.
Olvido y silencio.
Y aquí cabe un interrogante sobre esta civilización que compuso Auschwitz, la Esma. El Sótano.
Las metáforas de Auschwitz que hoy nombro habitan nuestro presente.
Y a veces, como planteaba , las metáforas de Auschwitz nos constituyen. Operan desde adentro como enfermedad, locura, muerte.
Silencian nuestra palabra y obturan nuestra memoria.
Por eso, construir un lenguaje que exprese la devastación y recuperar los recuerdos olvidados, sigue siendo la meta de legítimos esfuerzos.
Sostuve ese esfuerzo algunas veces en búsquedas, que tenían algo de quijotesco. Una de estas luchas que libramos contra el silencio y el olvido, se plasmó en este libro: El libro de Marta.
Ella había dicho: tenés que ayudarme a escribir. Venía del exilio, y antes del exilio, de la cárcel.Y me habló de  aquella cápsula en la que durante tantos años guardó lo vivido. Le había servido de coraza y de refugio. Esa cápsula en la que herméticamente encerrada  había quedado parte de su historia. Cápsula cárcel, cápsula nido, cápsula amnesia.
La estrategia de entonces  había sido olvidar. La de ese momento requería recordar. . Aquello reclamaba ser legitimado, tal vez siendo re-escrito. Para poder saldar la historia abierta. Para poder soldar los fragmentos. Para poder unir las escenas. Saldar, soldar, unir, escribir.
Ella también se fue encontrando con su posibilidad de escribir.
     Su primer escrito se llamó : En silencio.
“El silencio pareciera para muchos tener algo de muerte. Yo encuentro, sin embargo, que tiene vida.
Porque yo no hablo de la ausencia de ruidos. Hablo de la presencia de un camino que desde el borde del presente y para atrás se alarga y se puebla de nosotros.  A veces mirando adentro, me veo como en un espejo, en el agua quieta. Me encanta descubrir esos ribetes nuevos que cada evocación convoca y oir como se astillan esos silencios tan profundos detrás de los que yacen los olvidos. Por las grietas asoman, a veces cautelosos, otras desbocados, pedacitos de mí que, de tan acallados, creí muertos para siempre. Y despaciosamente se meten en esas lagunas vacías (no de nada, sino de ausencia) y vuelven a hilar la trama de mi vida, que así se regenera”.

Luego fue la reconstrucción de su detención y su tránsito por Jefatura. En ese tiempo nacería su hijo. Luego pasaría a la Unidad 5, cárcel de mujeres.
Y en la cárcel de mujeres otro testimonio:
“    Resistir...encontrar fuerzas en la flaqueza, resistir, no a costa de los propios hijos, sino por ellos, sino con ellos. Aunque parezca patético para quien no vivió esto. Aunque para las que lo vivimos esté aún doliendo.
El dolor de lo irreparable. La lesión inscripta con el cincel de la agonía. Lenta, insidiosamente. Para toda la vida, si los hijos sobreviven, si es que nosotras sobrevivimos. Por siempre pulsando en las entrañas, en el mudo instalarse de la amnesia, silencioso bastión para sobrellevar el pasado en el presente”.

Con la posibilidad de salir del país Marta se exilia en Bélgica.
“Cuando volví del exilio, mi madre me mostró una carpeta naranja, ajada de tiempo diciendo:
-Acá guardé las cartas  que mandaste desde Villa Devoto-
 Así fue como volvieron a mis manos y permanecieron encerradas allí, durante muchos años, sin animarme a abrirla.
Hasta que llegó un momento en que  empecé  leer las cartas”.

Y los testimonios fueron corriendo una cortina. Trabajando  sobre el silencio es que aparecieron las palabras. Las suyas, primero las suyas, pero también después sigilosamente las mías.
Si ella nombraba, yo también. Al reconstruir su historia  me llevó a que yo asumiera parte de la mía. Su recordar (que es volver a pasar por e corazón y pagar los costos por ello) tuvo una reverberación que me alcanzó. Y así como ella tomó conciencia de que creyendo proteger, había sido protegida por su hijo, para mi fue posible advertir que creyendo ayudarla me ayudaba a mí misma. Creía ayudarla a regresar de aquel otro exilio: el de si misma.Y sucedió también que me encontré con un impensado retorno: el de aquello exiliado de mí que resonó, que hizo eco a su voz recuperada. Abriendo un espacio para su palabra también se insinuó la mía, como por un mismo cauce abierto en el encuentro.
La escritura como avalancha, y el escribir como restañar, reparar, cicatrizar. A partir de un encuentro en donde se recuperó la memoria, se suturaron olvidos y se enunciaron palabras. Lo que nos lleva a redefinir la naturaleza de lo terapéutico más allá de  supuestas neutralidades y asepsias. Neutralidades que habrán de escandalizarse por rupturas de encuadre, por contratransferencia desbocadas,  contraidentificación introyectiva, perdida de la distancia y quien sabe cuántas cosas más.
Y aquí puedo hacer mías las palabras y los sentimientos de Juan Carlos Volnovich, cuando se refiere a su trabajo psicoterapéutico con Andrés.
Y si solo cambio el nombre de Andrés por el de Marta podré decir:
“Decir que Marta interpela mi función, mi historia personal, la de mis hijos es decir bien poco. Decir que Marta y yo estuvimos juntas en este proceso terapéutico y que también nos unió la violencia y el exilio, que nos arrastró la turbulencia, el torbellino, la vorágine de la historia, es algo más pero no es todo. Con Marta nos une o nos separa un mismo latigazo. Nos une o nos separa una misma fobia. Fobia nuestra a ir por donde vaya el viento. Culpa nuestra por la sobrevida. Intento mutuo de expiar sufriendo. Pero también y por qué no decirlo, empecinado esfuerzo para no repetir”.
Parece extraño llegando a este punto, advertir que en un trabajo que empezó tratando sobre el silencio y el olvido, se llegue a fomular sostener la continuidad de la vida, que es la continuidad de nuestros deseos y la posibilidad de formular proyectos.
Tal vez la continuidad de la vida y la lucha por las metas sean posibles, si y solo si volvemos a habitarnos y nos reencontramos con las energías que creíamos ausentes, con las fuerzas de las que nos creíamos despojados, con la historia que nos constituye. Haciendo válido aquello de “Nada que provenga de mi debe faltarme” , y recordando que : “Escribir es un forma de no claudicar”.(Liliana Mizrahi)
Es nuestra forma de no claudicar.

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